Fin de año y me preparo para otra despedida. Hay gente que se siente triste al soltar las amarras del Año Viejo, y otros que lo despiden con alegría. Yo me pongo melancólico, y sufro de cólicos de conciencia al ver que no cumplí ni la tercera parte de las promesas que me hice para el año entrante. Creo que no soy el único, y en la culpa colectiva pago mi penitencia. Entre todos tocamos a menos.
Las hojas del almanaque se cayeron muy de prisa. Los días se fueron volando, y justo cuando comenzaba a adaptarme al nuevo año, ya entraba por la chimenea el Santi Cló con su jojojo y los regalos de Navidad, y la casa se llenaba del olor al pavochón en Thankgiving, y del puerco asado el 24 y el 31 de diciembre.
Esa última noche del Año Viejo nos hacemos nobles propósitos: dejar de comer pan, pastelitos de guayaba y flanes tentadores; hacer más ejercicios, dedicarle más tiempo a la familia y menos a las redes sociales; y aprender ese lenguaje raro en que te escriben tus hijas cuando te mandan un mensaje de texto llenos de XOXO, LOL, IMU y ROLF. Tiempos modernos, y yo un Charlot mudo descifrando emoticones.
Hay un rito muy cubano el último día del año. Desde temprano, la gente pone un cubo de agua detrás de la puerta para lanzarlo tan pronto toquen las doce campanadas y espantar así a todos los malos espíritus. Yo cada año noto más grande el cubo que usa mi esposa, como si la cantidad de entes perjudiciales fueran directamente proporcional a los trastos que guardamos en el alma y el garaje. Es la ceremonia justo después de comernos las doce uvas, una por cada campanazo, mientras pedimos un deseo. Siempre me he preguntado sobre esa costumbre que tenemos los cubanos de esperar el año a uvaso limpio, siendo la uva una total extranjera en nuestra tierra. Lo más lógico es que celebremos comiéndonos doce mameyes, doce aguacates (¿no dicen que es una fruta?), doce plátanos manzanos. O doce mamoncillos, si de tamaño se trata.
Este año me comeré las uvas, y pediré que en mi isla no solo llueva café, sino también un tremendo aguacero que se lleve todo lo malo que por 60 años nos ha privado de poner en nuestra mesa navideña un buen trozo de ese alimento llamado LIBERTAD. Hoy, que el tirano pide otro apretón del cinturón, los cubanos ya no lanzan agua para espantar los malos hados. Prefieren dar la vuelta a la manzana con una maleta en mano, para ver si se les cumple el deseo de escapar de la isla-trampa, que no es más que las trampas de todas sus islas interiores.
Pero, lo mismo en el exilio que en el insilio, lo que nunca perderá el cubano es la esperanza. Ya sea en La Habana o en Alaska, viva en una mansión o en un iglú, la ilusión de un mejor Año Nuevo le permite encajar con entereza las noches de tristeza y los días sin respuestas.
Confieso que este 2018 se me fue volando. Mi primer año de jubilado, con más sumas que restas, y un calendario de mesa que por primera vez no marca competencias, vuelos a tomar, entrevistas a futuro. En su lugar, la abulia de citas médicas, libros por leer, cumpleaños que recordar, pagos por hacer. Un año que despido con alegría porque me permitió HABLAR EN CUBANO con amigos viejos y nuevos, y me enseñó que lo importante no es que alguien te lea, sino que todos te crean.
A mis amigos y amigas de todas latitudes que en este 2018 les dañaron el corazón, a los que necesitan mejor salud, los que perdieron parte de su alma porque les abandonó un ser querido, los que sufrieron y siguieron amando pese a todo, nunca pierdan la fe, porque esos golpes de la vida nos llenan de fuerza y valor para seguir adelante.
A las doce de la noche de este 31 de diciembre pidamos fuerza y determinación para construir un mejor mundo privado en los siguiente doce meses. Y con eso estaremos haciendo un mejor mundo colectivo No basta con ser buena persona un dia al año. Con hacer promesas y ser los mejores y más caritativos del mundo la noche del 31 de Diciembre. Necesitamos serlo todo el año.
Dejemos atrás las cenizas de un año lleno de zozobras. Vaciemos de piedras los bolsillos, y crucemos sobre los 12 mares confiados en que el amor todo lo puede. Soltemos lastre y seamos felices.
Bendiciones para todos en este 2019 que se avecina con nuevas aventuras, y bendecido yo, que los tengo a ustedes.
© Pablo de Jesús
12/30/2018
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