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  • Pablo Socorro


PERROS AMORES LOS DE FACEBOOK

Cuando los amigos te empiezan a elogiar más el perro que la pinta, es que estás a un paso o un ladrido de convertirte en la Momia Tutankamen para los hombres, y el Hombre Invisible para las mujeres. Pero cuando el can es más popular que tú, ya sea por su aire de ferocidad o estampa de galán de cine, es tiempo de pensar en hacer ejercicio, porque eso de la belleza interior como que no te está funcionando.

Esa es mi conclusión después de colgar en la redes una foto acompañado de mi perro Fenris, y él se ha llevado todos los elogios, con más “likes” que el trasero de las Kardashian. Pero de nuevo le doy gracias a mi perro. Me ha salvado otra Crónica del Domingo para la que no tenía ningún tema. Ni siquiera las burradas de Maduro o Donald Trump me motivaban. Ahora, mientras escribo estas líneas, Fenris está echado a mi lado y a cada rato levanta su hocico húmedo y trata de separar mi mano del teclado, mientras exige su dósis de caricia. Le agradezco tanta fidelidad, y le perdono el chorrito de meao que me suelta en los zapatos cada vez que regreso a casa, después de una largo viaje. En definitiva, que tu perro te mee los zapatos no es problema. El problema es cuando empiezas a meártelos tu mismo.

Dicen los sicólogos que la mascota define al dueño. No es lo mismo tener un pastor alemán de compañero que un periquito o una cotorra mal hablada. Y también dicen que los cubanos propietarios de un german shepperd o un pitbull, irremediablemente son republicanos, mientras que los amantes de un yorky o un caniche votan demócrata, y los declarado independientes son amantes de los gatos. Pero yo no creo en esas paparruchas, porque entre Trump y la Hillary soy capaz de cambiar a Fenris por un cerdo.

Tanto lío con mi perro ladrón de pizzas, y resulta es un mutante. En su linaje figuran canes ovejeros de Baviera, Turingia y Wutemberg con ancestros de lobo, de los cuales el capitán alemán Max von Stephanitz sacó la raza German Shepard en 1899. El tal Max von empezó con un pastor alsaciano llamado Hektor, que compró y rebautizó como Horand von Grafrath, el primer perro pastor registrado en la historia. Pero el recién bautizado tenía un abuelo llamado Geif, de pelo totalmente blanco debido a una mutación genética, y de esa línea desciende Fenris. ¡Hasta pedigrí tiene mi chucho! Mientras yo, lo más que puedo decir de mis ancestros es que unos recojían almejas en una islita de Canarias, y otros tocaban gaitas en Galicia. Pero les doy el mérito de haber sobrevivido a guerras, epidemias y desastres naturales para traerme hasta ésta vida.

Desde que tengo uso de razón, siempre hubo un can en mi vida. La primera en mis memorias fue aquella perrita Chari que se lanzaba conmigo desde la punta de una loma para caer de cabeza en el rio de mi pueblo, incansables y despreocupados de partirnos el cuello si fallábamos el cálculo y caíamos sobre las lajas del fondo. Fue ella, desde su pequeña estatura de chucho sin raza, la que me defendió cuando Watusi el Negro y su pandilla de la calle 13 me atrabancaron a cujazos frente a la puerta de la iglesia. Justo cuando más me estaban sazonando con sus varas de almácigo, el Watusi soltó un grito de terror, viró la espalda y echó a correr, con la perra colgando en su trasero.

Otro can, Alejandro Magno, nos rescató de la cueva del Cahuazo, cuando desorientados y agotadas las pilas de la única linterna que teníamos, buscábamos desesperados la salida. Hasta que Jim Hopkins -que nunca opinaba porque para algo era el tonto de la banda-, tuvo la genial idea de poner al Magno al frente de la fila. El perro nos fue guiando por el laberinto hasta el punto de partida, y desde entonces lo hicimos miembro de la pandilla, y jerárquicamente por encima de Hopkins.

Entonces éramos los personajes de nuestros propios juegos de video, y no como ahora, con los niños comprando imaginación al menudeo en los Xbox One, Wii U, PlayStation 4, Smartphone y todo tipo de consolas para consolar su soledad.

Después llegaron y se fueron otros canes, y pasé de la niñez a los asuntos entre amores y traiciones, pero aprendí cuáles son las guerras que se pueden ganar y en las que vale más una retirada a tiempo que un cuerno a destiempo; aprendí también a tomar la vida como viene, llena o vacía, porque lo que cuenta es el viaje y no las millas recorridas. Aventurero y soñador, caminé por el mundo tratando de imitar a Julio Iglesias, el español de próstata de hierro, pero fueron más los pájaros que volaron de mis manos que los que logré enjaular.

Por eso entiendo que ahora mi perro reciba los elogios. Con una pinta como la mía lo mejor es hacer mutis por el foro y vivir de los recuerdos, más convencido cada día de que la vejez es como una cuenta bancaria: Solo retiras aquello que guardaste.

Pablo de Jesús, Los Angeles

 

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