Este domingo no sé de que escribir. Lo más terrible para el que se dedique a este asunto es una pantalla o una hoja en blanco. Bueno, hace 20 años era una hoja de papel y ahora es una LCD de cristal líquido, pero la sensación de angustia es la misma. Por lo menos, antes se podía usar el papel para otras cosas. Y si vivías en Cuba, lo escribías por los dos lados y después lo agarrabas para otros usos. Como envolver la merluza o el picadillo de soya que daban en eso que en otros lugares del mundo llaman Carnicería, pero que en la isla se le dice La Tienda de los Trucos.
El problema no es que me falten temas. Eso es lo que sobra. Con tanto loco suelto, tantos desastres naturales y tantos “expertos” diciéndonos qué hacer en cada paso que damos por la vida, sobran los temasr. Pero sucede que no me viene la inspiración para crear algo digno del buchito de lectores de Facebook que se toman el trabajo de descifrar mis monsergas dominicales. Como me dijo un resentido una vez, lo que tengo son cuatro gatos que me siguen; y como le respondí entonces, “son cuatro gatos, pero son mis gatos”.
A veces logro que mis lectores reflexionen, rian o lloren, y se hagan cómplices de mis experiencias, ilusiones, triunfos y fracasos. “Nos pones a pensar”, me dijo una amiga muy querida, y creo que esa es la mejor recompensa por un trabajo que no me reporta ganancias, pero que en mas de una ocasión me ha permitido disfrutar de esos “cinco centavitos de felicidad” de que habla Charlie Tza, el cantante colombiano. Conque les mueva las neuronas me conformo. El sedentarismo cerebral es la causa de la obesidad intelectual. Quien solo lee titulares vive de falsedades. Un imbécil con opinión no es peligroso, pero un imbécil con opinión dentro de un televisor puede convertir en pandemia un simple catarrito. Lo estamos viendo a diario.
Y hablando de catarro, estoy arrastrando la parte final de uno que pesqué hace tres semanas en Puerto Rico y me ha perseguido a este US Open de tenis en Nueva York. Entre una tos más persistente que vendedor de autos usados, y el cansancio de escribir 12-13 horas diarias sobre lo mismo, llego al hotel destrozado. “Hecho mierda”, como se diría en buen cubano. Cada madrugada, en el recorrido de cinco cuadras desde donde me deja el bus al hotel en la Tercera Avenida del Midtown en Manhattan, me digo que tengo que escribir la crónica del domingo, pero no se me ocurre nada. Y cada mañana, haciendo el recorrido inverso, me repito que a lo mejor hoy se me ocurre algo. La gente pasa por mi lado, cada uno en sus asuntos, y me dedicó a observar como cuatro de cada cinco neoyorquinos caminan por las aceras texteando o hurgando en sus IPhonos. Cada uno en su mundo. La mayoria hombres. Y eso me revienta. ¡Con tantas mujeres bellas como hay en Nueva York y estar comiendo de lo que pica pollo con un telefonito! ¡Con tantos edificios históricos! ¡Con tanta basura en las calles! ¡Con tanto mendigo pidiendo “change” para comer!. Cambio te piden, pero cuando le das 25 centavos te quieren partir con la mirada. Como el viejo John Doe -asi le puse- que me encuentro siempre delante del McDonald de la Tercera y 46. En las mañanas me pide “cambio para desayunar”, y en las noches “cambio para cenar”. Una madrugada de lluvia le invité a comerse una hamburguesa y declinó la oferta porque dice es vegetariano. “¿Y por qué te paras frente al McDonald?”, le pregunté, y con una sonrisa pícara me confesó que la gente cuando sale, después de haber comido, casi siempre le dejaba el cambio.
El americano es generoso por naturaleza. Solidario y humano en situaciones extremas, no duda en ayudar al prójimo, ya sea nacional o extranjero. Pero también muchos se aprovechan de esa nobleza para estafar. Son profesionales del engaño que se esconden detrás de cadenas de todo tipo en Facebook para captar incautos. Ya estoy harto de recibir cadenas de oración, de perritos necesitados de hogar y de besos cibernéticos. Quien quiera darme besos que toque a mi puerta. Si es mujer le abro. Y si es hombre también. ¡Qué demonios! Estamos en una época donde los sexos dejaron de ser masculino y femenino para convertirse en estados mentales. Antes era facil: Hombre o Mujer. Después aparecieron los Gays y las Lesbians. Más tarde los Bixesuales y los Transgéneros. En los últimos años han surgido nuevas ampliaciones como los Intersexuales, los Queer (los raritos), los Pansexuales y los Asexuales, dando origen a la sigla LGBTQIA. Hay tantas categorías que ahorita no van a alcanzar las letras del abecedario. Y van a sobrar mujeres.
Es la madrugada del sábado y mientros camino al hotel, pienso de qué diablos voy a escribir. Quiza John Doe esté frente al McDonald y me cuente su historia de cómo se hizo homeless profesional, con residencia permanente bajo el puente de Manhattan. O quizá esa rubia monumental que viene caminando saque la cabeza del Iphono y me dedique una sonrisa. Cuando pasa por mi lado siento su Chanel como un mazazo en mi nariz. Le digo un piropo. La nuez de Adán se le mueve con la risa, y yo salgo pitando, mientras Jhon Doe también suelta un taco y me señala burlón. Maldito viejo.
Pablo De Jesus
Nueva York Sept 4/2017
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