Yo no pido permiso para entrar a Cuba ni rebaja en el pasaporte o la visa de entrada, ni me porto bien para que me dejen entrar con mi pacotilla por la Aduana porque no me interesa regresar al lugar de donde me obligaron a exiliarme y donde la situación de represión física y moral no ha variado ni un ápice. Al contrario, se ha incrementado. Llevo con orgullo la condición de refugiado político que me dio el gobierno de EEUU en enero de 1997 y soy consecuente con la realidad de que desde entonces me convertí en enemigo de un régimen que te persigue, castiga y mata por pensar diferente. Pero ese principio no me aleja de los amigos que dejé en Cuba, muy pocos, pero consecuentes con ese sentimiento filial que está más allá del apartheid político que nos ha impuesto la dictadura castrista, y castrense.
Por eso no pido, ni ruego, ni suplico. Exijo al régimen que levante las regulaciones de Aduana para que pueda entrar la ayuda humanitaria que desde todas partes del mundo personas de buena voluntad, no sólo los exiliados cubanos, estamos dispuestos a enviar. Exijo también a la dictadura que saque sus manos sucias de esa ayuda para que pueda llegar directamente a los afectados y no lucre con el dolor del pueblo, como ha hecho siempre en estas situaciones. Que no le cobre a los cubanos lo que debe darle gratis porque nada le costó al régimen. Que no nos esquilme, como ha hecho por 60 años, a los de adentro y los de afuera.
Como yo lo veo -y critíquenme si quieren- toda ayuda que mandemos a Cuba irá a parar siempre a las manos del régimen, que la usará para otros menesteres menos para los damnificados. ¿O es que ya nadie se acuerda de aquel aceite que nos vendían en la bodega por un tiempo y que venía en pomos plásticos que decían “donazione al popolo cubano”? ¿Y de los millones de planchas de techo que envió Brasil cuando el último ciclón y que fueron vendidas (bien caras) a cualquiera que tuviera dólares? ¿De los paquetes de comida y las cajas de agua con emblemas de la ONU vendidas a la población? Me gustaría que alguien desde Cuba me diga cuando vea en las shopping de La Habana la ropa de segunda mano, y nuevas, que la gente en Miami ha entregado de todo corazón.
Soy un convencido de que el pueblo cubano no necesita de esa ayuda externa porque la dictadura tiene suficientes recursos para paliar las necesidades. Así como tuvo los recursos para reconstruir enseguida las instalaciones turísticas después de cada huracán, los tiene para darle a la gente un techo, un colchón, una medicina. Simplemente no les interesa, porque mientras el pueblo viva en la miseria y pendiente más de una recarga que de un derecho, el régimen se mantendrá inamovible.
Los que pensamos de esta forma no estamos politizando el momento ni somos indiferentes. Como escribió una querida amiga, todo es política en Cuba. Desde la cola para el pan hasta la recarga de un celular. La solución no es correr a entregar ayuda humanitaria cada vez que ocurra un desastre natural en nuestra isla. Es exijirle a la camarilla que desgobierna a Cuba que respete el derecho fundamental de toda persona: el derecho a la vida, que entre otras cosas incluye la solidaridad sin limitantes ni condicionamientos políticos. La gerontocracia oportunista (que no comunista) es la que ha impuesto la política como monólogo represivo. A un desgobierno que en vez de ayudar a sus necesitados prefiere destinar recursos a una Marcha de las Antorchas o a promocionar un Si a otra Constitución espúrea, no se le pide favores, se le exije o se le arranca por la fuerza el derecho a la vida. No es la política lo que ha dividido a nuestras familias, a nuestro pueblo. Es la represión y el odio como política de estado la que nos divide. El maldito mantra de si no estás conmigo, estás contra mí.
Extraño a mi Patria como cualquiera y me duelen sus dolores, por eso no pido algo que por derecho me toca. Tengo más cubanía en mi corazón que muchos que se dan golpes en el pecho y lo proclaman a los cuatro vientos. Pero pedirle a la dictadura el derecho a mi cubanía, eso JAMÁS lo haré.
© Pablo de Jesús
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