Tengan cuidado cuando ordenen algo por internet. Está el viejo chiste de alguien que compró por eBay un aparato para agrandar el pene, y los muy desgraciados le mandaron una lupa. Y el de otra señora soltera que solicitó un consolador en Amazon, y al día siguiente había un sacerdote en la puerta de su casa.
Traigo esta advertencia a colación, para que no se dejen tentar por las cosas que parecen y no son, sin ver las que son y no lo parecen. En buen castellano, no todo lo que brilla en internet es el oro que bendijo el moro. Y menos en las redes sociales. Es cierto que internet ha redefinido las formas en que interactuamos socialmente. Ya no escribimos cartas. Ahora mandamos mensajes de texto y emoticones a montones. Ya no existen los carteros. Ahora tenemos bileros, esa gente que nos llena de biles y facturas los buzones. Sin embargo, muchas personas han comenzado a utilizar sus diferentes redes sociales como si fueran diarios de vida, publicando todo lo que hacen, cada uno de los lugares a los que van, obviando que esto puede ser muy peligroso. Colocar fotos, y poner hasta el GPS del lugar donde te encuentras, es facilitarle la tarea al ladrón, que ya sabe no estás en casa.
Ya sabemos que Facebook es tan público como una baño de caballeros. Tanto, que empresas de todo tipo entran a los muros a recopilar datos personales lo mismo para hacer perfiles de usuarios como calificar a eventuales votantes de un partido. La gente en Facebook desnuda su alma, su cuerpo o su casa. Y los cubanos, que como siempre damos la nota, no solo nos encueramos, sino que estamos en permanente striptease. Nada más parecido a un refrigerador cubano que Facebook: sabes que no tiene nada, pero igual abres a ver que encuentras. Y ese refrigerador es abierto también lo mismo por potenciales empleadores como autoridades o comprobados terroristas.
A diario me piden amistades al menos 20 personas, de las cuales, si acaso, acepto dos o tres. Lo primero que miro es su foto. Dicen que la cara es el espejo del alma, pero en estos tiempos, la foto es el reflejo de como te comportas en las redes sociales. No es que acepte a la gente por fea o bonita. Es que un muro sin fotos personales es como una vidriera con maniquíes desnudos. No estoy en Facebook para ganar el premio de la popularidad, sino para interactuar con personas inteligentes, y preferentemente, con algo de sentido del humor, o al menos con sentido común, que como ya sabemos, es el menos común de todos los sentidos. Tengo por costumbre ir al muro de los que me solicitan amistad. Observar cuán interesantes son sus posts y si vale la pena tenerlos en mi lista de contactos. De hecho, la mayoría de mis lectores se han convertido en mis amigos virtuales. Gente con las que puedo compartir desde una sonrisa hasta una lágrima. Nunca les he visto en persona, pero les he leído y hemos intercambiado opiniones y sentimientos, y eso me ha bastado para saber que clase de amigos tengo. Como Roberto Carlos, yo también quiero tener un millón de amigos, pero a veces con la cantidad se pierde la calidad.
Al menos cuatro de cinco veces en que he roto la Regla de la Foto, las consecuencias ha sido las de siempre: perfil falso o un depredador cibernético detrás de mis datos personales o de mi dinero. Pero no siempre la Regla de la Foto da resultado. Cierta vez le di amistad a una señora de Nicaragua. Desde los años 80 del siglo pasado una mujer no me echaba los tejos como lo hizo la susodicha en mensajitos por Facebook. Todos los dias me mandaba por chat flores, besos, y frasecitas amorosas. Si yo fuera un tipo resbaloso, sabe Dios lo que hubiera pasado, pero como estoy de vuelta de todo -lo cual no quiere decir que esté retirado del asunto-, el cyberbullying de la nica no me movió mucho el piso. Nunca le contesté con palabras, pero la llené de emoticones, que para algo Mark Zuckerberg se los inventó. Me hice el chivo loco, el despistado, porque en esto de las redes sociales hay que tener mucho cuidado. Uno no sabe si del otro lado quien le escribe es un calvo barrigón y vicioso, un seguroso cubano o una mujer con el cuerpo de Kim Kardashian.
Al final, todo terminó cuando ella me hizo una pregunta que desentrañó los misterios de ese amor inesperado: “¿Y tú eres ciudadano americano?”. La Doña misma se borró de mi lista de amigos al responderle que tenía una carta de deportación por vender pirulíes de marihuana en las escuelas.
También me pidió amistad otro tipo llamado Fantastic Mangongo, con residencia en Dar es Salaam. Revisé su muro, porque ya se sabe que las mayorías de los fraudes cibernéticos se fraguan en esa Africa ancestral que uno piensa llena de leones, cuando en realidad lo que abundan son las víboras informáticas, dispuestas a meterte un malware por el primer resquicio que le abras. La foto de portada del tal Magongo era un Boing-747 en fase de despegue y una frase: “Kusoma Raha Sana”. Tomando en cuenta que esa H intermedia los hispanohablantes la pronunciamos como J, el tal Raja Sana tuvo muy pocas oportunidades de ser mi amigo.
Siempre temo que un maldito hacker se cuele en mi cuenta con intenciones de hacer phishing. Al principio, cuando me metí en esto de las redes sociales, escuchaba la palabreja y pensaba que era alguien con intenciones de mearse en mi muro. Después supe que éste es uno de peligros más usuales de las redes sociales. Se trata de una modalidad de fraude para pescar toda tu información financiera y personal, y luego te dejan las cuentas bancarias más vacías que mercado venezolano.
Por eso les digo que tengan cuidado con lo que pidan por internet, no vayan a quedar atrapados en las redes de un Mangongo que les quiera ver la Raja Sana.
Pablo de Jesús
Abril 22/018
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