No hay nada mejor para poner los pies sobre la tierra que leer a Bukowski. Me pasé tres horas sentado en la terraza leyéndole y espantando a Fenris, que insistía en que jugáramos a tirar la pelota, y dejara las sutilezas etílicas del Gran Charles. Original en su estilo, crudo y nostágico, el Buko es como un perro rabioso que te muerde el cerebro y al final no sabes si estás disfrutando la obra de un gran escritor o las pendejadas de un borracho. Pero siempre hay que regresar a Bukowski, porque el desfile de ideas absurdas nos reposiciona en la vida. A veces una dósis de cinismo no protege de todo mal.
Sin nadie que me interrumpiera leí de nuevo la Máquina de Follar. Y fue un milagro poder hacerlo sin pausas molestas como eso de “Paul, hay que sacar la basura que hoy es lunes”. “Paul, se tupió el lavamanos”. “Paul, ¿quien va a recoger la mierda de tu perro?” (como si el perro fuera mio y no de mi hija. que yo sepa no tiene una chapilla en el culo que diga PAUL). Pero quiero a ese perro, a pesar e que Bukowski dice que el amor no existe, que es un espejismo de cuentos de hadas.
Paul arriba y Paul abajo. Debo aclarar que mi familia y amigos más cercanos me han llamado siempre Paul. Se pronuncia Poul, como en inglés, y no Pol (como el asesino kampucheano Pol Pot). No es que yo quiera hacerme el americano ahora que vivo en USA (Usted Sabe Adonde); es que así me llamaban desde Cuba. Bueno, me han llamado de muchas formas. Desde Desgraciado hasta Hijo de Puta, con perdón de mi Santa Madre María. He sido Pablito y aún lo soy para mis amigos de la infancia. Pablo Socorro a secas en temas oficiales. De Jesús en los siete meses que pasé en instrucción preparándome para una de aquellas guerritas de Quién Tú Sabes, embarajadas como “misiones internacionalistas”. Y fuí simplemente Pablo durante los cuatro años de dicha misión, haciéndo el pendejo mientras creía construir un mundo mejor, cuando lo que estaba haciendo era deconstruir el Mundo. Déconstruire, como dicen los franceses, desmontando el concepto de sociedad democrática para implantar la dictadura del proletariado.
De aquella “misión” saqué una medallita y una infección en la piel que duró tres años en curarse, a fuerza de baños de agua sulfurosa en Elguea, y de acabar con todas las matas de romerillo de mi barrio, siguiendo el consejo de una vieja santera. La mujer quiso darme un despojo con sangre de gallo, hojas de tabaco, romero y otras hierbas para sacar de mi cuerpo a Oggún, dios de la guerra y las armas, decía ella. También quiso sacrificar palomas blancas, pero le dije hasta ahí las clases y le compré los animalitos para echarlos a volar sobre la azotea de casa. Liberadas, dieron una vuelta encima del tejado, y una de ellas me soltó un chiguete de mierda sobre la cabeza. “Menos mal que no son vacas”, pensé, como todo el optimista que soy, pese a que leo a Bukowski. El rey de los pesimistas.
También fui Yeyo en los cuatro años de la carrera. Desde el primer dia de clases en que agarré un tambor y junto con Alfredo Aguero Cabrero-Jamardo (bailarín de los Guaracheros de Regla), y Fermín Polledo (negro parrandero), formamos una conga que estremecía por desafinada las paredes de la Facultad de Periodismo, y los oídos vírgenes de nuestras profesoras lesbianas. Ahora ya no sé quien soy. Me gustaría decir que yo soy Yo y mi Circunstancia, pero eso suena a filosofía barata. A conclusión de café con leche en un bistro de París, entre madalenas y putas en rebaja. Soy un tipo que se encamina al retiro pensando que tendrá muchas más horas para escribir y darle a la tabarra, o lo que eso signifique, y en viajar por el mundo sin más equipaje que una esposa.
Hay que saber reirse de uno mismo, como dice Bukowski. Evita que te conviertas en un “zurullo literario”. Y yo agrego de mi cosecha lo que decía mi Mamá María cuando la vida amenazaba con patearte el trasero: “sube a la carreta antes que llegue el fango”. Eso es lo que estoy tratando de hacer. Pero es difícil salir con el plumaje limpio del pantano en que se ha convertido hoy ese mundo. O el que pintan los medios. Con un rato delante de la TV tienes la dósis de terror diaria que la modernidad nos ha impuesto. Atentados terroristas; ataques de la derecha a la izquierda y de la izquierda a la derecha; xenofobia, racismo, supremacismo blanco y supremacismo negro, y el coco cotidiano de la bolsa de valores, la inflación y la gasolina por las nubes. Pero así y todo, te disparas la media hora de terror mediático de los noticieros, con el consuelo de que el agujero donde metes la cabeza, tu agujero naif, se mantiene calentito y seco. Las bombas suenan a distancia.
Hoy tocó a España. Ayer fue Fracia, Bélgica, Inglaterrra o cualquier lugar del Viejo Mundo. Los europeos, con su multiculturalismo y su letanía de liberté, igualité y fraternité, están más fritos que un bisté. ¡Ah! Y también hay un paisito que se llama Venezuela donde los terroristas al mando tienen su propia yihad, con muertos a diario y una sharía llamada Prostituyente. Los jóvenes caen como moscas en el basurero de la historia, y nadie pone velas ni se pinta la cara con banderas de colores. También está ese otro país que me tocó nacer, donde hasta las moscas emigran hacia el norte. Un paisito donde ser rico es un pecado y ser pobre es un destino manifiesto.
El mundo es un pañuelo, lleno de mucosas.
Dejo a un lado a Bokowski y voy a recoger la caca de Fenris bajo las matas de naranja. Termino con las manos embarradas y le tiro la pelota, que me trae una de cada cuatro veces. La que no, es porque se sienta en la otra butaca (su butaca) esperando un snack. Amo a mi perro, porque me chantajea con encanto. Me doy golpes en el pecho. Tengo un perro chantajista y un presidente agiotista.
¿Ya ven lo que da leer a Bukowski? Uno se pone a filosofar sobre cualquier cosa y al final siempre tiene que recoger la caca y seguir tirando la pelota. Ley de vida: por mucho que corras la mierda siempre te alcanza.
Bienvenido al reino del ciego donde el tuerto es rey.
Pablo de Jesús
Los Angeles, California
Ago 20/2017
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