Ya lo decía Milan Kundera en su Insoportable Levedad del ser: “El alma no es más que la actividad de la materia gris del cerebro”. La dualidad entre cuerpo y alma es prejuicio pasado de moda. Uno se va de este mundo material de muchas formas. Ya sea por un catarro o un pedo atravesado, o porque un águila miope confundió tu cabeza con una piedra y dejó caer la jicotea que llevaba entre sus garras, como le pasó al pobre de Esquilo.
La gente cree que solo un gato tiene siete vidas. Ignoran que los humanos también disfrutan de ese don. Cuando nuestra alma abandona el cuerpo, sube a unirse con otras deseosas de regresar a la tierra lo antes posible. Todos tenemos un tickete de vuelta. El asunto está en su fecha de salida. Por eso hay mucho compadreo y mucha serruchadera de piso allá en el Cielo para agarrar un buen turno en la cola de regreso a ese valle de lágrimas que es la Tierra. Tan lleno de pesares, lágrimas, mentiras, mujeres bellas, comidas ricas y juegos de los Yankees.
En mi séptima y última vida, le pedí a Dios me hiciera nacer en un país bonito como Francia, Italia o España. Y si me volvía a mandar a Cuba, al menos que fuera como turista. Una cosa es ser cubano de a pie, y otra es salir echando un pie de Cuba, tal y como hice el día que decidí escaparme montado en una balsa.
-Gastaste tu sexta vida, así que sólo te queda una -me dijo Papi Dios cuando llegué al cielo, hinchado de tanta agua de mar que tragué, y sólo con medio cuerpo, pues la otra mitad reposaba en el vientre de un tiburón blanco. Lo que más me molestó no fue perder las piernas de un mordisco, sino que el escualo me considerara un Suchi de baja calidad.
-¡Puaff! ¡Otro cubano desabrido! -dijo el tiburón, soltando un eructo que subió a la superficie en forma de burbujitas de cristal.
De mis anteriores reencarnaciones aprendí que vale más la forma que el contenido. Si al nacer eres pobre y feo, tienes tantas oportunidades en tu vida como un cojo en un concurso de patadas. Pero si eres rico y feo, o pobre y agraciado, tu vida correrá por el carril exprés.
“La vida es lo que te sucede mientras estás haciendo otros planes”, decía mi compadre John Lennon, cuando en mi quinta existencia compartíamos un cigarrito de marihuana en la terraza del edificio Dakota. Fue justo una semana antes de que el gordo estúpido de David Chapman le arrebatara la vida. “¡Real smoking pot¡” gritaba extasiado Johnny, dando una calada a la hierba mexicana que yo le había conseguido. Imaginando el pobre que la vida era eso: una nube de humo que el viento se llevaba. En esa vida fui Oscar, el chofer de la limo de los Lennon. Un buen trabajo, sólo amargado a veces por las manías de grandeza de la tal Yoko Ono.
Miren como son las casualidades, que en mi sexta reencarnación volví a encontrarme con Lennon. O con su espíritu en otro cuerpo. Yo vestía piel negra de mujer y jineteaba sobre cuerpos extranjeros en la Cuba de apagones infinitos cuando un dia me topé con un hombre que vivía sus rabietas sobre un rabo de nube. Supe que era Lennon por su manía de esconder la lumbre del porro en el hueco de la mano. Nos hicimos amantes, hasta el día que me descubrió en brazos de su socio. Se fumó tres porros y soñó con unicornios. “Quiera Dios quedes tuerta, muda y sin dientes”, me dijo despechado, y cuando le reclamé que esas no eran palabras de un poeta replicó: “Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta”. Aprendí entonces que un intelectual es un tipo que compensa lo corto de su maza con lo fino de su labia.
En mi primera existencia fui un Cromañón. Con un garrote de algarrobo al hombro, viví dando trancazos a dinosaurios y mujeres, y morí a la avanzada edad de 25 años, destrozado por un mamut en celo. En la segunda vida renací ruiseñor enjaulado, desgranando mis tristeza en arpegios melodiosos para un Emperador chino que los confundia con el canto de la vida. Hasta que el roñoso gato de la primera concubina me zampó de dos bocados. Para mi alegría, gato y concubina hicieron conmigo el viaje de regreso, sólo que ellos se quedaron en las Viñas de la Ira, la antesala del Infierno.
Mi tercer paso por la Tierra transcurrió en forma de cabra. Fui madre de crianza, amante y cena. De mi leche se alimentaron los hijos del campesino afgano que era mi dueño. Y también amante silenciosa en las noches solitarias alejado de su casa. Hasta el dia que me di un atracón en su campo de amapolas rojas y agarré tal colocón,que no supe cuando me cortó el cuello y me envió de regreso a la vera del Señor.
De mi cuarta reencarnación no quiero hablar. Sólo sé que, en castigo por haberme dopado con el hachis afgano, taita Dios me mandó de vuelta convertido en un eunuco.
La quinta vida, como relaté, fuí chofer y amigo de John Lennon. Después de su muerte me di a la bebida y un dia me despeñé con la limo por el puente de Brooklyn. Aún me andan buscando.
La sexta vuelta me tocó nacer en Cuba. Bajo la bota del Errorista en Jefe, único político que ha hecho de sus errores y experimento fallidos un monumento a la idiotez colectiva.
Ahora espero que mi séptima y última reencarnación sea en una ciudad llena de luz. Ya le aflojé un caja de Cohibas y tres botellas de Havana Club al secretario del Señor, para que me ponga en París, a la orilla del Sena. Y si no puede ser allí, me conformo en la Fuente de Cibeles. Aunque sea en el cuerpo de esa “paloma negra de los excesos” que pasea Don Sabina por el Boulevard de los Sueños Rotos.
Pero a Cuba no, please. Con una sola vez basta. O al menos hasta que cambien las cosas.
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