Las fobias que a mí me matan
son tantas que se atropellan,
y como de acabarme tratan,
se agolpan unas a otras
y por eso no me matan.
Parafreseo al gran Sindo Garay para hablar de mis miedos no vencidos, que supongo también sean los de muchos que no lo quieren hacer público. Pero todos tenemos un terror oculto, sólo que algunos lo disimulamos mejor que otros. El miedo, provocado o no, es inherente al ser humano y cada miedo tiene su fobia particular. Aseguran los expertos que existen tantas fobias como personas en el mundo, y que cada una de esas fobias tienen su origen en experiencias del pasado.
Sé que no va a ser facil para algunos GELIOFÓBICOS dispararse la crónica de este domingo. Pero igual esa gente con fobia a la risa apenas rebasa el primer párrafo de mis escritos.
Todos los cubanos hemos desarrollado una OGIFOBIA permanente, ese temor al hombre del saco y, por extensión, a otros seres imaginarios como duendes y espectros, y los hemos concretado en nuestros dictadores de turno, ya sean de derecha o de izquierda, que para oprimir no importa la mano que se use. A causa del mal que padecemos hace 57 años, también desarrollamos una inevitable BOLSEFOBIA. No tomemos ésto como la necesidad de andar siempre con una bolsa colgada del brazo por si algo se nos pega, sino con el rechazo a los bolcheviques.
También somos BUNOFÓBICOS Y CATAGELOFÓBICOS: Detestamos por igual a los sapos y a las personas que hacen el ridículo. Para un cubano, un sapo es un tipo que siempre está viendo el vaso medio vacío, y que además te sapea para que las cosas no te salgan bien. Y cuando un pesimista adquiere además ropaje de comemierda, se le califica como el clásico sapingolo, ese que padece de una NOCTIFOBIA irremediable, con tanto miedo a la noche que prefiere quedarse en casa para soplarse completo el Noticiero Cubano de Televisión.
Por culpa del bloqueo yankee, de la situación internacional, los altos precios del petróleo y los peces de colores, el cubano de la isla ha desarrollado una ERGOFOBIA galopante, un miedo acervo al trabajo, por lo que siempre está inventando, o mecaniqueando, según el habla de estos tiempos. Y no es que nuestro cubano sea vago. Póngalo en el extranjero a luchar y al rato ya tiene casa y negocio propio. Es que para lo que se gana con el salario lo mejor es hacer como que trabaja, para que el gobierno haga como que le paga. Con ello, la OTFOBIA hace olas en la isla, ese temor a abrir los ojos.
También padecemos de una VERBOFOBIA impenitente, un miedo atroz a las palabras, dada la cantidad de horas-discursos que nos metieron por encima. Hoy, cuando alguien toma 10 minutos para explicarnos algo, lo mandamos a la mierda con su teque, con su larga parrafada. Discursos encaminados a que desarrolláramos una CARNOFOBIA socialista que nunca cristalizó del todo. Tantos años de doctrina no lograron que le tuviéramos miedo a la carne, ya sea de cuadrúpedos o bípedos alados. Lo que sí desarrollamos, y tanto, que aún hoy en el exilio nos persigue, es la ABLUTOFOBIA, el miedo a bañarse y que se te acabe el agua.
Tanto trabajo para subsistir ha desarrollado en el cubano una lógica POGONOFOBIA, esa aversión a las barbas, ligada con una HIPOFOBIA que nos hace relinchar cada vez que oímos la palabra caballo. Con tantas fobias, es un milagro que todavía estemos cuerdos.
De mis fobias privadas mucho puedo hablar. Por un tiempo, luego de una traición de amor, desarrollé una RUTILOFOBIA acérrima. No podía ver a una pelirroja sin ponerme SARMASOFÓBICO, esos tipos que odian el juego amoroso y terminan siendo VENUSTRAFÓBICOS, los que rechazan a las mujeres hermosas, el más imperdonable de todos los pecados. Hubo un tiempo en Cuba que también fui PEDICULOFÓBICO. No es la aversión a lo que piensan, ni a las películas, sino a los piojos. La de litros de luzbrillante o kerosene que mi esposa echó en la cabeza de mis hijas para matar a esos desgraciados. Tanto, que por broma las llamábamos Kinké y Pique, ésta última por aquellos fogones rompecorazones de nuestra industria nacional. También padecí unos años de PENTAROFOBIA, el rechazo a la suegra, hasta que descubrí que una suegra con la vacuna al dia es inofensiva.
Con la edad, me he vuelto CATOPTROFÓBICO, con aversión a los espejos, y tendencia a la OMATOFOBIA, a detestar a aquellas personas que te hablan y no te miran a los ojos. Últimamente, a consecuencia de las nuevas tecnologías, soy un NOMOFÓBICO incurable; me da pavor salir de la casa sin el teléfono móvil. También padezco de CONSECOTALEOFOBIA, tirria a los palillos chinos. Dicen que esto explica el rechazo de Trump a los mandarines de Pekín, porque nunca pudo aprender a dominarlos, los palillos. No puedo evitar mi COULROFOBIA, la aversión a los payasos como Chávez, Maduro, Bobo Morales, Correa, Ortega, Zapatero, Pablo Iglesias. Todos los coulrofóbicos sufren de DIQUEFOBIA, un rechazo completo a la justicia, y de ELEUTEROFOBIA, alergia absoluta a la palabra LIBERTAD. También son dados a la ENOSIOFOBIA, herencia de su padre putativo, el Ceniciento Morto, consistente en una profunda negación a ser criticados.
Pero lo que más detesto es la HIPOPOTOMOSTROCESQUIPELADOFIA, el miedo a las palabras largas.
Si después de ésto no han desarrollado una FOBOFOBIA tremenda, es que están inmunes a la aversión a la fobias.
Pablo de Jesús
Feb 19/2017
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