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  • Pablo Socorro


LA HISTORIA CONTADA DE OTRA FORMA

Si la Historia se contara despojada de toda solemnidad, tal vez habría menos guerras en el mundo. Pero la Historia es el recuento de hechos pasados, y ya se sabe que el pasado se escribe con las tintas del presente sobre papel del futuro. Los amantes de las guerras andan siempre buscándole las cuatro patas al gato del pasado para ejercer su oficio de depredadores históricos. Mucho de lo que pasa en el mundo de estos dias es consecuencia de falsedades de la Historia. Es por ello que a la Historia hay que sujetarla con pinzas, porque puede ser relativa, como la cabellera de Einstein: Lo mismo podía ser tomado por un genio que por un loco.Les pongo un ejemplo. Cuando Armando Guerra (más conocido por el Difunto en Jefe) estaba peleado con el gobierno de España, decíamos que el indio Hatuey fue el primer patriota cubano que dio su vida en la larga lucha por la libertad de nuestra Isla. Que los de la Madre Patria le asaron en la hoguera como a una vulgar mazorca de máiz. Y no podía ser menos, pues traían la Inquisición entre pecho y espada. Pero cuando nos dábamos besos de piquito con esos mismos españoles, el cuento era entonces que el pobre Hatuey se suicidó por mal de amores. Se dio candela porque tenía problemas conyugales con su esposa Yara.

Mi primer intento en escribir la Historia como me la contaron sus protagonistas ocurrió por los años 1980, cuando junto con el fotógrafo Espinosa recorría Guantánamo haciendo unos reportajes, hasta que caímos en casa de Salustiano Leyva, un viejo centenario que decían había visto desembarcar a Martí y Máximo Gómez por Playita de Cajobabo, en el oriente cubano.

El anciano, seco y carniprieto, como todos los hombres que han pasado más de la mitad de su vida en el mar, tenía destellos de lucidez, y entre flashazos de Espinosa y de su memoria nos contó sobre aquella noche lluviosa de “luna roja” que Martí, Gómez y sus acompañantes tocaron a la puerta del bohío de sus padres pidiendo refugio. Con poco menos de 10 años, Salustiano ignoraba ser testigo de un hecho que marcaría para siempre la historia de Cuba. Tras el desembarco de tan esmirriada tropa la guerra contra España cobró fuerza y Cuba por fin pudo romper sus lazos con la colonia, aunque el tema de su Independencia fue relativo, y no como cuenta cierta Historia. De hecho, aporte cubano, en los últimos 58 años le hemos quitado las primeras dos letras a la pobre Independencia.

Rememorando aquel encuentro con Martí, Salustiano recordó que el Apóstol le puso la mano en la cabeza y le pidió “un buchito de café”. (Yo tuve la precaución de anotar las frases textuales de la conversación, por si la grabadora me traicionaba). Mientras su madre colaba la infusión, contó Salustiano que el General Gómez le preguntó a su padre si podía proporcionarle un práctico que les encaminara a las montañas, donde planeaba encontrarse con Maceo. Dijo el viejo que Martí estaba callado, “con una mirada triste, señor”. “Al rato -añadió Salustiano-, el General Gómez salió a mear afuera, y regresó y dijo nos vamos”. Añadió el anciano centenario que “Martí me dio una peseta”.

Cuando escribí el reportaje puse todas las frases entrecomilladas que acá menciono, e incluso las lagunas de confusión de Salustiano, pero la editora de Servicios Especiales de la AIN (la agencia cubana en la que trabajé 20 años) se alarmó tanto que rechazó el trabajo, porque a Martí no se le podía poner a hablar como “un vulgar cubano”. Así dijo. Nunca supe que le aterró más. Si lo del “buchito de café” o lo de que “Gómez salió a mear afuera”. Y lo reescribí, poniendo a Martí a decir cosas como ésta: “Pequeño hombre, Meñique mio, ¿sería tan amable de agazajarnos con un sorbo del néctar negro de los Dioses blancos para calentar nuestros corazones de guerreros luminosos?”, o “Gómez salió a la lluvia a dar del cuerpo”. Al final, quedó en que “Martí pidió café” y el General “salió a vigilar por si llegaban los españoles”. Ya ven como la Historia se dobla o se desdobla. Como si los héroes no cagaran o mearan, o tuvieran tentaciones como el más común de los mortales. Y yo, de cobarde, me callé la boca y dejé que escribieran otra Historia.

La Historia que conocemos tiene muchos mitos. Como cuando nos dicen que el vikingo Leif Erikson fue el primer europeo en desembarcar en América del Norte, casi 500 años antes que Colón. Más atrás llegaron su primos Verizon, Blackberry, Nextel, Motorola, Sprint PCH y hasta la suegra ATT.

O ese otro mito de las tres carabelas de Colón, cuando se ha comprobado que solo fueron dos: La Pinta y La Niña. Porque la tercera nave que participó en el descubrimiento de América era una nao, otro tipo de barco de mayor tamaño. Se llamaba María Galante, pero Colón la rebautizó Santa María. Y él, por supuesto, viajaba en ella. Como decir que el Almirante iba en un Carnival y los demás en el Adonia ese que fue a Cuba.

Cuando George Washington fue elegido Presidente nadie sabía como llamarlo. Algunos le decían majestad, otros su alteza, sus compañeros de guerra Mi General, y era porque ninguna otra nación en el mundo había tenido además una Presidente Electo. La figura presidencial nació con la Independencia de Estados Unidos. Así como el llamado Cuarto Poder de la prensa estadounidense se fraguó con la guerra Hispano-cubana-americana. Fue el magnate de los medios, William Randolph Hearst, quien más leña echó al fuego para que Estados Unidos interviniera en una guerra que los cubanos ya tenían ganada. Willy dejó el guión escrito para que sus descendientes modernos (CNN, Washington Post y New York Times) generen escándalos mediáticos a su conveniencia.

Los momentos históricos se cuentan según el prisma conque se mire. Pero aún así, a la Historia hay que hacerle caso, porque siempre es bueno saber lo que fuimos para disculpar lo que somos y encaminar lo que pretendemos ser.

Pablo de Jesús
Santa Clara, California
Julio 27/2017

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