Jíbaro le dicen en Puerto Rico a los campesinos que por lo general viven en las zonas montañosas de la isla. Hubo un tiempo en que españoles y americanos lo usaban de forma despectiva para referirse a los naturales del país. Pero los boricuas, en vez de ofenderse, respondieron convirtiendo al Jíbaro en un símbolo de su identidad, y le inmortalizaron en una canción que después adoptaron como Himno Nacional: “Lamento Borincano”, escrita en 1929 por el compositor puertorriqueño Rafael Hernández Marín, describe las condiciones de pobreza de los isleños de la época, no muy diferentes de los de ahora. La letra habla de ilusiones, sueños, esperanzas y destino manifiesto, y de cómo, a pesar de todos los altibajos de la historia, los boricuas se han aferrado a su jíbaro para no desaparecer como nación.
Para capear los temporales de su historia, los puertorriqueños se han afianzado en su música, su cultura, y ese optimismo propio de los insulares acostumbrados a vivir en una islita rodeada de agua, desafiando los elementos a cada hora. Y ahora Puerto Rico está en medio del huracán más devastador de su historia, en plena bancarrota por el mal trabajo de gobernantes y políticos de mano suelta y bolsillos sin fondo. La gente se queja de que cada dia se pierden más beneficios y prestaciones sociales por el accionar de una Junta de Control Fiscal que ha tomado a su cargo las finanzas de la isla, para evitar que esos mismos políticos sigan metiendo mano al erario público.
Eso ha llevado a que el 11 de junio se haga un referendum para que el pueblo decida entre Estadidad o Independencia/Libre Asociación. La Estadidad garantiza la ciudadanía americana por nacimiento en Puerto Rico, mientras que bajo “la Libre Asociación” Puerto Rico tendría que ser independiente y la ciudadanía estaría sujeta a negociación con Estados Unidos. Si ganara la “Independencia/Libre Asociación” se llevaría a cabo otro referéndum el 8 de octubre para decidir entre la independencia total y la independencia con libre asociación, lo que tienen ahora..
La mitad de la población de Puerto Rico vive en Estados Unidos, y mantiene con sus remesas a casi la otra mitad que permanece en la Isla. La fuga de talentos está golpeando al país. Si en épocas pasadas emigraban mayormente personas de baja escolaridad y empleados agrícolas, ahora se están yendo los que tienen grado universitario y los profesionales. En contraposición, la nueva onda de lo orgánico está ayudando a recuperar la agricultura local, y cada dia son menos las frutas y vegetales que se importan desde Flórida, o los aguacates y plátanos desde Dominicana. Pero horroriza ver esos pueblos fantasmas abandonados en el interior de la isla porque la gente emigró al norte. Hasta las iglesias católicas han cerrado. Sin fieles, el cura puede ser ese señor que vende cocos frios al turista, o el que oferta santitos y llaveros en la plaza.
Hay crísis, pero las tiendas, shoppings y mercados siempre están repletos. De alguna forma, la gente se las arregla para salir a divertirse, o pagar 50 dólares y más por un concierto de Daddy Yankee y Nicky Jam en el Choliseo Agrelot de San Juan. Le llaman Choliseo por la fusión de las palabras Coliseo con Cholito, popular personaje humorístico que interpretaba el fallecido comediante local Giuseppe Michel Agrelot.
“Hoy bailemos, y mañana ya veremos”, es el mantra boricua para sobrevir a las penurias. Espantar a golpe de tambor, maracas y bongó las penas que matan el corazón. Típico del Caribe. Tal vez sea por eso que las boricuas tienen la cintura montada en cajas de bolas, y los hombres los pies con vaselina, para seguirle el ritmo a su consorte. La mitad de las puertorriqueñas está cruzada con langosta, y el resto con sirenas. La enfermedad que más ataca a los hombres de la isla no es la gripe ni el cáncer de la próstata. Es la tortícolis, de tanto abanicar la cabeza cada vez que pasa una belleza por su lado. Y tanto hombres como mujeres son alegres por naturaleza y optimistas por necesidad. El optimismo les lleva a enfrentar los golpes de la vida con el conformismo de lo inevitable. Un boricua deprimido es como el borracho en un velorio, que desentona con su tristeza alcoholica. Es por eso que los puertorriqueños de Nueva York se inventaron la salsa, para combatir la depre al vivir entre tanto rascacielo y calles atestadas, lejos de sus montañas verdes y su mar tornasolado. Mientras haya un boricua la salsa nunca morirá, ni tampoco la alcapurria, el pastelón y la habichuela rosada, como le llaman ellos a nuestro frijol colorado. Aunque por cada salsero que nace hoy en la isla, vienen al mundo dos bachateros y tres raperos. La generación de Willie Colón, Héctor Lavoe, Tito Nieves y otros grandes le puso salsa al son, y hoy los Daddy Yankee, Don Omar y la Caballota le han puesto cadenas a la salsa con su ritmo monocorde y letras de distrofia espiritual, que sólo se puede bailar como los perros cuando hacen el amor, por eso se llama “perreo”, digo yo.
Pero más peligroso que el perreo, el blin blin y los modismos de una juventud que sólo busca expresar su descontento ante una sociedad mal repartida, el Jíbaro puertorriqueño se ve hoy amenazado por la invasión silenciosa de inmigrantes chinos. Muchos han llegado con maletines repletos de dinero cash para comprar los destrozos de una isla mal administrada, y con ese mimetismo que tienen los asiáticos para adaptarse al medio, ya abarcan buena parte de la red gastronómica boricua. Es usual ver hoy en San Juan y alrededores carteles como Chino Tropical, Tropical China, Chino del Caribe y hasta el Chino Loco, imitando al Taco Loco de los mexicanos. No me extraña que dentro de poco aparezca un Burguer Chin, un McChino o un Chentucky Fried Chicken.
No hablan mucho español estos chinos invasores, pero huelen a mil pies un billete falso o un buen negocio. Y aprecian cada centavo como si fuera un dólar, mientras mandan a sus hijos a escuelas particulares bilingues por aquello del rumbo que tomará la isla. En definitiva, asiáticos y boricuas comparten la misma ansiedad por cambiar la R en L. Puelto Lico dice un chino. Puelto Rrrico subraya un boricua.
-Me da un soruyo y una malta por favor -le digo a la chinita que atiende la cafetería cercana al condo donde suelo pasar las vacaciones. Cafetería que antes era de Manolo, un gordo blinbinero que vendió el negocio y escapó al Nueva Yolk de los boricuas.
-¿Soluyo de queso o lulce? ¿Quiele mayoketchu? -me pregunta la asiática.
-De queso -respondo, y la boca se me hace agua pensando en esa especie de croqueta de maíz que preparan los boricuas, mojada en una mezcla de mayonesa y ketchup, la verdadera salsa nacional puertorriqueña.
-¿Pa’quí o pa’lejos?, interpela la china, y yo me quedó en el aire, hasta que agarro la pregunta.
-Pa’cerquita -respondo sin poder evitar mi carácter jodedor.
-Dos pesos -me pide, y caigo en cuenta que esa china ya se ha “jibarizado”. Sólo un boricua le llama peso al dólar. Una forma de apegarse a sus ráices, a ese peso que circuló hasta 1898, cuando la Guerra Hispano Cubano Americana lanzó a la isla a los brazos de un Tio Sam que no siempre la ha tratado con aprecio.
Pablo de Jesús
8 Abril 2017
Fajardo, Puerto Rico
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