A estas horas muchos de mis amigos luchan por sobrevivir al huracán Irma. Sin electricidad, sin conexión a internet probablemente, y salvando la carga del celular, escuchan como el viento bate con furia sobre sus casas y la lluvia les golpea las ventanas como si fueran puños de agua. Es muy probable no puedan leer esta crónica hasta varios dias después. No puedo hacer más por ellos que acompañarlos en sus miedos y reconfortalos por sus pérdidas a la hora del recuento. Nada es más importante que la vida, y vivir para contarlo es el triunfo mínimo que el hombre se puede apuntar en la pelea constante, y milenaria, contra la naturaleza. Irma, José, Katia, tres huracanes monstruosos en el Caribe; terremotos nunca antes tan fuertes en México; inundaciones en Texas, tsunamis en Japón, Chile y el Oceáno Indico. Tal parece que la tierra se está rebelando a todos nuestros abusos. La Pacha Mama nos está pasando la cuenta, y mientras tanto, políticos y científicos discuten si el cambio climático es una certeza o una falacia.
¿Qué le importa el cambio climático a esa gente del Caribe que se quedó sin islas? ¿Al haitiano que le llevó su casita de cartón? ¿al cubano que vio como su techo volaba rumbo norte, como otras tantas cosas de la isla que toman ese destino? ¿Qué le importa a mis amigos de Miami o Tampa que ahora lo están sufriendo?
Pero como decimos los cubanos, al mal tiempo buena cara. Somos expertos en ciclones, y sobrevivientes de uno que lleva 58 años azotandos nuestra Historia. Las adversidades sacan lo mejor del ser humano. Nos vuelven solidarios la necesidad y la tragedia, y a manera de compensación le buscamos la parte buena a todo lado malo. Eso es lo que nos identifica a los nacidos en las islas. Al saber que estamos a merced de los caprichos de un ciclón o un viento platanero, no le ponemos mucha seriedad al asunto hasta que el agua nos llega el cuello. Dicen que no tomamos la vida en serio. Pero optimistas en fin, nos consolamos pensando que el agua aún no ha llegado a la nariz, y mientras que haya vida, hay esperanzas. Vivir de esperanzas es el deporte preferido de los cubanos.
Lo peor de los ciclones no es su arremetida, sino el dia después, cuando vemos lo que dejó a su paso. Y lo más divertido, los preparativos para esperarlos. Algunos se arman como para una guerra y otros lo toman como una rumba. Hay quienes lo esperan con clavos y martillos y otros con ron y dominó. Hasta que el agua empieza a entrar por debajo de las puertas y vemos como las galletas de soda, el pan cubano y los pastelitos de guayaba flotan por la casa. Entonces es cuando el cubano sabe que tiene que evacuar. A esa hora, con la casa llena de agua y el techo amenazando con irse de volina, el cubano no sabe que echar en la maleta para salir corriendo, o nadando. Pero lo único que el cubano nunca dejará atrás es la cafetera. Un ciclón sin café es un velorio sin muerto.
Entre los preparativos para sobrevivir a un ciclón se recomienda comprar clavos de acero, y de canela. La canela es muy buena para los dolores menstruales de la mujeres, y para el arroz con leche de los hombres, después que pasa el ciclón. También hacen falta una linterna, una radio portátil y baterías. Es importante sabe por donde va el ciclón. Si ya entró por la Pequeña Habana y está saliendo por Tampa, o si se canceló el concierto de Gente de Zona. No puede prescindir de un farol chino. Ciclón sin farol chino no es ciclón; igual compre galletas de María (no de sodas porque dan mucha sed y le consumirá todas las cajas de agua que acaparó en el garaje). Abastezca la despensa de latas de conservas, preferiblemente sopas (evite las de judías blancas si no quiere morir asfixiado en una casa cerrada a cal y canto con clavos y tornillos). Hágase de un grill de carbón para poner la cafetera y hacer la colada previa al ciclón, del ojo del ciclón, y la de después del ciclón. Con cada una espantamos el miedo a lo desconocido. Una taza de café, compartida entre amigos y familia, nos llena de optimismo. Si a la abuela se le ocurre hacer una sopa de pollo “para levantar el ánimo”, no la deje. Recuerde que los guapos no toman sopa y para enfrentar un ciclón en su casita de Hialeah hace falta mucho valor. Despreocupese de la gasolina para el carro. Igual el agua se lo lleva, un árbol le cae encima o la hora de la verdad no arranca. Lo mejor es una canoa. Si hay que salir corriendo para el hospital porque a la abuela se le atragantó el hueso de pollo de la sopa que al final hizo, agarre la canoa, aprieta las nalgas y reme hasta el Jackson Hospital. Lo más recomendable es una canoa, pero si todavía conserva la balsa con la que arribó a Cayo Hueso antes de que Obama dejara sin pies secos ni mojados a todos los cubanos, es bueno darle mantenimiento. También se recomienda comprar uno o varios tibores de esmalte, como los que tiene la abuela debajo de su cama. Eduque a sus hijos en el uso del tibor, pues las nuevas generaciones no tienen práctica en agarrar puntería en algo tan incómodo, y la van a regar lo mismo haciendo el Uno que el Dos. Si alguien tiene el bate corto, que se pegue al home, digo al tibor. Esta vasija es muy práctica si usted vive en el área oeste de Miami, cerca de los Everglades, no sea que con la subida de las aguas empiecen a salir de los toiletes del baño decenas de caimanes, boas y pitones. Nadie sabe lo que puede salir por ese hueco para entrar en otro.
Ahora dicen los sesudos que estos huracanes devastadores que vienen desde el Africa se fortalecen en el Caribe, porque debido al cambio climático las aguas son más calientes. Los viejos todavía hablan del ciclón del 26 en Cuba (1926). Los de mi generación del Flora, y entonces NO había Cambio Climático. Dicen que ahora los ciclones son más mortíferos porque Trump nos sacó del tratado sobre el clima. O porque la CIA está probando nuevas armas para tumbar dictaduras. Ya probaron con Michelle, no la que fue a Cuba de la mano del entonces rumbero de la Casa Blanca, sino la tormenta que destruyó 1.5 millones de viviendas en Florida, la mayoría de cubanos sin seguro.
Los ciclones tropicales giran en sentido antihorario en las regiones del hemisferio norte y como las manecillas del reloj en el hemisferio sur. Pero lo mismo levanta el techo de una casa en Cuba que en Tailandia. No hay vientos zurdos ni derechos porque el clima no tiene ideología, aunque los políticos se empeñen en vestirlo a su conveniencia..
Desde fines del siglo XVIII, se ponen nombres a los ciclones. Hasta principios del siglo XX, los que golpeaban las islas españolas del Caribe eran llamados según el santo patrono del día. En 1953, la Oficina Meteorológica de Estados Unidos empezó a tomar también nombres de mujeres, pero en los años 1970, las feministas protestaron contra esta asociación a un fenómeno devastador. En 1979, se estableció la paridad, con una alternancia de nombres propios femeninos y masculinos. Los ciclones con nombres masculinos son acusados de violencia doméstica cuando tocan tierra. Los de nombres femeninos son mujeres despechadas que fueron engañadas.
Pero saldremos de ésta Irma, y de cuantos José, Katia, Nicolás, Mariela vengan más atrás. De terremotos y tsunamis también nos recuperamos. Lo que no sé es si podremos salir de esos políticos que nos quieren dormir con el cuentecito del Cambio Climático.
Pablo de Jesus
Sept 9/2017
Nueva York, lejos de Irma
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