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  • Pablo Socorro


GAROTA DE IPANEMA

Rio de Janeiro es una vieja dama, una mulata bailando samba, un chico surfeando en playa Barra, la mucama amable de mi hotel, la dueña del bar donde aplacamos la sed, y un malandro de una favela con un AK en la mano. Rio es todo eso y mucho más, porque a Rio no se le abarca en dos semanas. Pero uno se lleva una marca de por vida de esta incitante urbe de 10 millones de habitantes. Rio tiene nombre masculino pero es mujer; y como tal, atractiva y seductora, sensual y lujuriosa, caprichosa y peligrosa.

Rio se hace tu amante o tu peor enemiga, depende de si se siente excitada o menopáusica.

Es la segunda ciudad más poblada de Brasil después de Sao Paulo, y desde agosto de 2016, la primera ciudad olímpica de América del Sur.

Para estos Juegos Olímpicos, Rio ha vestido sus mejores galas. Mejoró las redes viales, el transporte urbano, asfaltó calles, construyó instalaciones y una Villa Olímpica con apartamentos chuecos, que serán vendidos como limones agrios a incautos propietarios. Nadie sabe como la Vieja Dama pagará la deuda de 3 mil millones que costaron estos Juegos. Pero su gente fue feliz por 15 dias, aunque cuando termine el último destello de la clasusura haya que volver a pensar en lo caro de la carne para la picanha, la leche del desayuno o el transporte para el trabajo o la escuela. Pan y Circo, dirían los escépticos.

Río de Janeiro te recuerda siempre, a cada minuto, que es una de las ciudades más fiesteras del mundo, y también de las más violentas. Copacabana e Ipanema son vestidos de lujo de una dama con ropa interior de segunda mano. Apenas caminas unos kilómetros buscando las montañas que rodean la ciudad, te topas con las favelas y las pandillas de los barrios marginales.

Rio lleva sus grafitis como quien lleva tatujaes. Ni los barrios altos se escapan de la marca de artistas frustrados o malandros asesinos. Pero Rio los exhibe sin complejo, y como advertencia a esos viajeros de primer mundo que sólo les interesa conocer la pobreza a traves del lente de su cámara o teléfono celular. Desprevenidos que piensa que el pobre es feliz en su pobreza.

Le pido a Vitor, el muchacho que nos sirve los cafés en la sala de prensa, que me haga fotos de esos grafitis. El es el primero que me desaconseja estar paseando por la ciudad con un Iphono o una cámara en las manos. Al dia siguiente me envia por email una colección. Todo una explosión de color y cruda realidad.

– Fíjate en el del niño que pinta “Yo quiero vivir”. Se ven las marcas de balas porque ahí mismo mataron a un subdelegado de Fernandinho -me explica.

Los subdelegados son los capitanes subordinados a un capo, y el tal Fernandinho es el más temido de todos los capos. Amo y señor del Terceiro Comando Puro, un escuadrón de malandros tan duros que hasta la policía les deja a su aire.

Pero hay verdaderas obras de arte en las calles de Rio. Algunos le llaman la capital brasileña de los grafitis. ‪#‎RioArtStreet‬# se llama el movimiento que estimula a los artistas callejeros a pintar los muros para quitarle espacio a las marcas de pandillas. Pero los malos son persistentes, y como el perro que marca su territorio, dejan su firma en todos lados, hasta en los espejos de agua que abundan en Brasil.

– Después de los Juegos vienen tiempos duros -me asegura Omagrinho, el gordo propietario de una farmacia en Barra de Tijuca.

– A mi me ha ido de maravilha -asegura Monique, la dueña del restaurante donde solemos cenar y tomarnos unas cervezas. Con los Juegos Olímpicos, los bares, restaurantes, hoteles y comercios de Rio han hecho su agosto.

– Con la bronca entre las gente de arriba por el poder, los de abajo somos los jodidos”, me asegura Robenilson, propietario de un local que no es más que un putero disfrazado de karaoque.

La gente no sabe que pasará el Dia Después, cuando los Juegos cierren el telón y los turistas desaparezcan.

“Siempre quedará el zika, y la samba, por supuesto”, me dice cínico Omagrinho, mirando goloso el bamboleo de caderas sensuales de una garota canela camino de la playa.

Pero voy a extrañar a Rio. Pese a los asaltos, los robos, los malditos mosquitos que nos tienen crucificados de picadas diminutas, la pestilencia de las aguas estancadas. Todo se perdona a Rio, porque una ciudad dueña de la samba, la caipirinha y la Chica de Ipanema es la “cosa más linda, más llena de gracia, es esa muchacha que viene y que pasa, con su balanceo, camino del mar”, como describió en un rapto etílico Vinícius de Moraes, y luego de par de copas más le puso música Antônio Carlos Jobim.

Pablo de Jesús
Rio de Janeiro
Agosto 21/2016

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