Sospecho que me están ninguneando. O sea, que valgo menos que un cero a la izquierda. Hasta ahora, nunca he sido suspendido, denunciado o castigado por Facebook, pese a ser irreverente y más políticamente incorrecto que la aplanadora de Vigilia Mambisa. Ni en la isla me toman en cuenta, pues mientras muchos de mis amigos, gusanos de alcurnia, han sufrido ataques y virus de todo tipo, a mí solo me han tocado dos cocotazos cibernéticos de las ciberclarias de la UCI. Y de virus solo cuenta el catarro recurrente que siempre se me hospeda en la garganta por esta época del año. Para colmo, creo fui el único ciudadano estadounidense al que no le llegó la Alerta Presidencial del mes pasado. Yo la esperaba con entusiasmo, pues no es cosa de todos los días recibir una “directa” del presidente en funciones. Me había preparado para el histórico acontecimiento: Limpié la pantalla de mi IPhone XS Max -que estaré pagando a plazos por cinco años-, le subí el volumen al máximo y me saqué la cerilla de los oídos para escuchar el mensaje.
Dos días antes de la fecha prevista para el supuesto tweet presidencial, el diario La Opinión -un medio a lo mexicano sin barreras- había advertido que “la era de las ‘alertas Trump’ iniciará oficialmente este miércoles un poco después del mediodía”. En un principio pensé que, si al Míster le daba por meterse en nuestros celulares con sus twitters covfefes, se nos acabaría la tan anhelada privacidad. Pero, mientras todos mis amigos de Facebook se quejaron del grillo que invadió de pronto a sus iPhone, el mío permaneció más mudo que Bernardo, el mayordomo de El Zorro.
“Hasta mi presidente me ningunea, y eso que voté por él”, pensé frustrado. El ninguneado que habitó en mí se negó a irse hasta que leí que el tal mensaje presidencial no salió de la Casa Blanca, sino que fueron los muchachos de FEMA haciendo la primera prueba a nivel nacional del sistema de alerta creado por el Gobierno federal y las compañías de telefonía celular para advertir a los estadounidenses de alguna emergencia.
Pero a causa del tweeter ausente, me pasé el día inmerso en una depresión calórica compulsiva. Bajé una caja de pastelitos de guayaba, 15 croquetas, tres batidos de mamey y dos guarapos, pero la tristeza no se me quitaba. Nada más deprimente para un cubano que comer por gula y no por necesidad. Después nos remuerde la conciencia, y maldecimos las malditas calorías que se esconden en el closet a achicarnos nuestra ropa. La depresión es un bache imposible de llenar con palabras. Una buena copa de vino, un libro, una canción, un amor nuevo, son el mejor remedio para llenar ese escache del alma. Pecar por exceso y no por defecto es la mejor forma de alejar la depre. No me vanaglorio de mis pecados, porque la mayoría han sido fruto de la abstinencia material y espiritual. Tampoco busco que me los absuelvan o los perdonen. Los gozo en la intimidad de mis arrepentimientos, o el solaz de Facebook.
Por eso recomiendo que cuando paliar la depre quieran, vayan a las redes sociales: el mejor centro de tratamiento siquiátrico-espiritual hasta ahora conocido. Los doctores de la mente de Facebook lo mismo te pueden recomendar gotas de abajo el comunismo que cataplasmas antitrump. Pero si tu mal es más grave, tipo esta humanidad esta jodida, siempre tienes a mano las cadenas de oración, los perritos cojos y los gatos tuertos para purificar tu alma. De vez en vez alguien te cuela por chat una mujer despampanante en traje de Eva y te sube la bilirrubina. Que no todo en la vida son covfefes de presidente ungido ni pataleos de demócratas compungidos. Pero si te envían a un tipo en traje de Adán, con 12 centímetros de serpiente gay colgando de la mata, no hay quien te quite el changó con conocimiento. Que le ronca ver que Miss España es más plátano que papaya. Pero ya se sabe que los españoles siempre van a los extremos. O son del Barça o del Real Madrid.
Un español centrista es como Jesucristo: todos hablamos de él, pero nadie lo ha visto. Lo cual explica la visita de Pedro Sánchez a Cuba y el guiñito de derechos humanos para quedar bien con dios y con el diablo. Con el PP y Podemos.
El primer presidente español que visita a la Joya de la Corona en los últimos 32 años pasó con más penas que gloria por la siempre ex fiel isla de Cuba. Su visita fue pura potajada sin sustancia. Arrastró consigo a un grupo de empresarios españoles, a los que interesa más exprimir la mano de obra esclava de los desechos humanos del castrismo, que los derechos humanos de todos los cubanos. Lo importante es estar en Cuba antes de que lleguen los yankees con su verde billetaje a reconstruir la isla. Cervera entregó la flota en Santiago de Cuba y Sánchez tiró un ancla en la Plaza de la Revolución, sin ver que allí, en vez de mar, solo hay parking.
Tremenda cara hay que tener para decir, después de tanto corralito y tanta expropiación a los empresarios de la Madre Patria, que “España seguirá estimulando las inversiones en Cuba, en apoyo a la apertura económica de la isla socialista”. La única apertura en la isla que conozco es la que llevan en el alma todos los cubanos. Un abismo que cada día los separa más de los que mandan. O como esos médicos de Brasil que “voluntariamente” donaban el 75% de su salario en dólares para la Patria. Y para que el General Vasito de Leche se construya un hotel cinco estrellas en la Sierra Maestra, donde puede rememorar batallitas lejanas, como rememoran los viejos el tiempo en que no necesitaban viagra ni PPG para ganar combates cuerpo a cuerpo. Y todavía en Cuba hay quienes piensan que, porque la garza es blanca, es enfermera. Cubanos ninguneados por su gobierno, y por el extranjero oportunista: El cambalachero de alpargata y turrón de Gijona, y el negociante de chicle y Coca Cola.
Pablo de Jesús
Noviembre 24/2018
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