Primer domingo en muchos años que me salto un Super Bowl. En esta ocasión lo veré desde la sala de mi casa, con el cooler lleno de cervezas y la carne y las hamburguesas asándose en la parrilla, vigiladas por Fenris, también fanático de los Patriots. La única vez que he visto a mi perro gruñir ante el televisor fue en las elecciones de 2016, cada vez que aparecía Bernie Sanders en pantalla. Sospecho que Fenris es más republicano que su dueño. Este domingo, juntos gritaremos gol cuando los de New England depositen el balón en la línea de gol de los Philadelphia Eagles.
Este año no hay tanto revuelo político en torno al Super Bowl. Conocedores de que la gente está harta del chisme político, la televisión liberal decidió darle a los anuncios del Super Bowl 52 un tinte menos polémico, diferente al de 2017, cuando hicieron énfasis en la “política antiinmigrante” del presidente Donald Trump. Ahora, tras ver cómo el público reaccionó con enfado a la moda de los jugadores de la NFL de arrodillarse durante el himno nacional -la audiencia televisiva bajó considerablemente- las empresas anunciantes decidieron que era muy arriesgado abordar temas políticos. Cero riesgo cuando se pagan cinco millones por un comercial de 30 segundos. Las celebridades salen al rescate de las marcas y el domingo tendremos a la modelo Cindy Crawford (qué está como el vino) bebiendo Pepsi; a Keanu Reeves anunciando a una compañía de software; Matt Damon tomando cerveza Stella Artois, Morgan Freeman con Mountain Dew y al pequeño Peter Dinklage comiendo Doritos en la pantalla chica, con la misma desenvoltura conque salva su cuello en Juego de Tronos.
Este año la onda es más deportiva, aunque la gente sigue asociando a los Patriots con el Partido Republicano, dado que su dueño, Robert Kraft (más conocido como Mayonesa Kraft), el entrenador Bill Belichick (llamado Bill Berrinche) y el quarterback Tom Brady (Camiseta Perdida en lenguaje indio, dada la sudadera que le robó aquel periodista mexicano en el Super Bowl de 2016), nunca han ocultado su apoyo al presidente Trump. A sus 40 años, Brady irá por su sexta corona en ocho participaciones. Para un deporte tan duro como el football americano, en el que buena parte de los jugadores retirados terminan lisiados o bobos, la perdurabilidad de Brady habla no solo de sus habilidades y buen físico, sino de la cantidad de mastodontes que ha tenido en su línea defensiva para impedir que el rival le apachurre.
Si ud no entiende el football no se preocupe. Sólo siga la trayectoria de la pelotica ovoide y cuando vea que cruza la raya de anotación y los jugadores hagan aspavientos y asuman poses de regatoneros, salte de alegría o encono, como lo harán otros 190 millones de estadounidenses, y otros 1,000 millones de personas en todo el mundo. Si es cubano salte también. Si en Cuba le decían que el que no saltara era yanqui, acá las cosas son al revés. El que no salte probablemente es un inmigrante árabe, que en vez de football estará pensando en como saltarle a usted por los aires. Pero le recomiendo que ya que vive en este país, y probablemente muera en él, lo menos que puede hacer es permearse de sus tradiciones. El Super Bowl es la fiesta americana por excelencia. Algo así como un Thanksgiving con 22 pavos, exactamente la cantidad de jugadores que estarán en el campo, 11 por cada equipo. Si la religión es el opio de los pueblos, el football es la marihuana del americano. Lo pone happy, le dilata las pupilas y la euforia recorre la gran nación. Solo comparable al furor que levanta en este país un tweet del Presidente.
El Super Bowl es la máxima expresión del consumismo americano. No se deje llevar por esa tontería izquierdista de que el consumismo es malo. Como el colesterol, lo hay bueno y malo. El consumismo bueno crea montones de puestos de trabajo. El malo crea parásitos que viven a costa de la Seguridad Social. Se calcula que los consumidores estadounidenses dejen una derrama económica de 15 mil millones de dólares este domingo de febrero. El día del Super Bowl se consumen 1,033 millones de alitas de pollo, suficientes para rodear la tierra unas tres veces. Tengo esperanzas de que al menos varias de esas alitas pasen sobre Cuba para que pueblo vea como eran los pollos antes de que se convirtieran en especie extinguida en la Isla. También se papean 100 mil toneladas de aguacate mexicano. El oro verde le dejará a México ganancias por cerca de 200 millones de dólares el día del Super Bowl. No se ha contabilizado cuantas toneladas de oro blanco se consumirán ese dia. Pero los narcos también hacen su agosto con el evento. Igualmente, cerca de mil 230 millones de litros de cerveza se beberán durante las cuatro horas promedio del evento. Es el día que más láguer se trasiega, sólo detrás del 4 de julio, el Independence Day. Ahora imagínese que sería de los cuidadores de pollo, de los pobres narquitos y los recogedores mexicanos de aguacate, de los cerveceros de todo el mundo si el Super Bowl no estimulara el consumo. Lo negativo del juego por el campeonato de la NFL es que el lunes siguiente 1.5 millones de trabajadores estadounidenses se reportarán enfermos. El Congreso de Estados Unidos ha considerado seriamente declarar el día posterior al Super Bowl como Dia Nacional Feriado.
Mucha gente solo mira el Super Bowl para ver el espectáculo del medio tiempo. Este año regresa como artista invitado Justin Timberlake, mismo que le sacó una teta al aire a Janet Jackson en el show de 2004, provocando millones de protestas puritanas. Según el buscador Lycos, el ‘striptease’ de Janet Jackson ha sido la noticia más buscada en la historia de internet, superando así la búsqueda del polémico vídeo del desnudo de Paris Hilton.
Las entradas a un Superbowl pueden ir desde 800 a 25.000 dólares, como sucedió el año pasado, en que los Patriots vencieron in extremis a los Atlanta Falcons. Un fanático quiso comprarme la credencial de prensa en 1500 dólares. No le importaba para nada que él era negro como la noche y en mi foto yo salí blanco como un pomo de leche. En la euforia del juego todas las caras enrojecen de emoción.
Tengo sentimientos encontrados para este Super Bowl. Por un lado, me alegra verlo en casa por televisión. A estas alturas estuviera soplándome tremendo frio en el estadio de Minneápolis, enterrado bajo toneladas de nieve y con los dedos congelados sobre la laptop. Por otro, extraño a mi compañero de labor, el Gordo Jim, el americano más cubanazo de todos los hijos del Tio Sam. Fui yo quien le introdujo en el secreto de la comida cubana, una noche en que salimos rabiando de hambre al terminar el Super Bowl de 1999 en Miami. En La Carreta de la calle Ocho, en plena madrugada, el Gordo se graduó de sibarita tras fajarse con una montaña de arroz blanco, frijoles negros, bistek encebollado y plátano maduro frito. Esa noche también aprendió una frase que nos gusta a los cubanos: “repite y pon camarones”, cuando iba por su tercera remesa de platanitos.
Desde entonces desarrolló una adicción irremediable a los fried sweet plantains, de manera que empezó a ser conocido entre nosotros como Maduro Jim. Yo en cambio, era Señor Mojito, porque en las reuniones entre colegas siempre me tocaba preparar el trago. En los 20 años que estuvimos compartiendo coberturas deportivas por todo el mundo, Jim siempre buscaba un restaurante cubano donde saciar sus apetencias culinarias. Recuerdo cuando se me apareció en la habitación del hotel en Sudáfrica para decirme que había descubierto un Cuban Restaurant en Johannesburgo, donde hacían unos maduros “finger licking good”, como para chuparse los dedos. Hace un rato me acaba de mandar este email desde Minnéapolis:
“Dear Mr. Mojito, I miss you. This cuban restaurant does not have maduros. What is yuca frita?”.
Creo que ahora si perdimos al Gordo. Si se empata con la yuca va a querer probar el kimbombó que resbala.
Pablo De Jesús
Febrero 2/2018
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