Desde mi ventana veo caer la lluvia de una mañana salpicada de tonos grises. No es un buen día para escribir cosas alegres, que refresquen el ambiente pesaroso de los últimas jornadas en Facebook, caldeadas con un tornado habanero, un meteorito en Pinar del Río, un levantamiento popular en Venezuela contra la dictadura castrochavista, y las noticias fake de siempre, pero haré un esfuerzo.
Al menos, los temas del murito de Trump y el rusiagate han bajado la marcha. Ya estaba hasta la coronilla del rifirrafe entre políticos demos y reps por cualquier cosa. Un brinquito para acá, otro brinquito para allá. Al animo, al animo el gobierno se cerró, y mi cartero Stevens quejándose de que sus reservas financieras se estaban agotando. Al día siguiente de que Trump abriera el gobierno, Stevens me trajo el correo hasta la misma puerta, con una gran sonrisa, y no lo dejó en el buzón de la entrada del drive way. Hijo de un dominicano y una americana, mi cartero masculla un español con barrera, pero se hace entender.
—Míster Pablo, esto de open and close the government ser like a 99 Cent Store: huge shit.
—Indeed my friend —le apoyo.— Los de arriba tirando la mierda contra el ventilador y los de abajo recibiendo las salpicaduras.
Como no entendió ni papá se lo tuve que explicar en inglés, y creo lo copió menos, porque sin venir a cuento me preguntó si en Cuba pavimentábamos los caminos con excrementos.
—What do you say?
—Es que mi otro customer cubano me dijo que un tal Cinamon dejó un… —e imposibilitado de concretar la idea en español, cambió para el inglés.— He left a trail of shit while running away from a tornado.
Estuve como 20 minutos explicándole al hombre que el sprint del tal Cinamon -se asombró al saber que el presidente de Cuba tenía nombre de teibolera o encueratriz- no fue a causa del tornado, sino consecuencia del mismo.
—Imagínate chico, que la gente lo perdió todo, están en la calle, sin techo, sin comida, y el hombre va y se aparece con las manos vacías en medio de la desgracia. Ni una botellita de agua les llevó. Llegó en su caravana de Mercedes Benz, su ropita limpia y su cara fresca pero ese pueblo de Regla lo puso a cagar leche y ha dejado un reguero de mierda que llega hasta la Plaza de la Revolución —le solté de un tirón toda la descarga.
—¡Y yo que pensaba que estaba jodido Míster Pablo! —dijo mi cartero, que rascándose la cabeza se fue con sus cartas y sus dudas.
Ahora miro la lluvia caer. Las gotas ruedan por el cristal de la ventana y aterrizan sobre las hojas verdes de mis matas de papayas, que lo agradecen. Las miro y recuerdo las ampollas que me dejaron en las manos de tanta pala que dí para abrir los hoyos. Parecidas a las llagas que me dejó la Zafra Loca del 70. Aquellas lastimaduras, y estas, las curé según el consejo de mi padre: “méate las llagas que eso las cicatriza”. ¡Si uno pudiera hacer lo mismo con las llagas del alma mi querido viejo! Cicatrizaríamos más rápido los recuerdos tristes. Pero entonces me acuerdo de otro consejo de mi madre: “Una gente sin lágrimas no valora la risa”. Uff. Ya estoy otra vez en la senda gardeliana de la nostalgia. Debe ser el clima.Y quiero que sea un domingo alegre.
Están lindas mi papayas y rezo porque no les caiga un meteorito como el de Pinar del Río.
Primera vez que en 60 años de Revolución cae un meteorito en Cuba y va y aterriza en Pinar del Rio. Justicia poética. Para que la gente no siga diciendo que los pinareños son esto y lo otro, que si la concretera que dejaron encerrada dentro de un cine o las siete cornetas que reventó Maceo en San Juan y otros infundios.
Pero los pinareños son gente de suerte. Han sido bendecidos por la Madre Natura con el Valle de Viñales, el orquideario de Soroa, el mejor tabaco del mundo, la Guayabita del Pinar y unas mujeres espectaculares. Además de una cordialidad y un sentido de la amistad a toda prueba. Ahora les ha caído una fortuna del cielo, y no lo saben. Ignoran que esos pedacitos de piedra en que se descompuso el meteorito en su trancazo contra suelo vueltabajero, y que algunos han recolectado, podrían tener un gran valor.
Tras consultar una de esas páginas científicas de Google me enteré que un meteorito es cotizado según su composición y el lugar del espacio del que provino. Los coleccionistas los valoran por su tamaño, la forma que adopte, los aspectos científicos y su historia. Hay un lucrativo mercado negro en torno a las piedras espaciales. Los más apreciados son los meteoritos de Marte, que pueden valorarse en varios millones el gramo. Los de la Luna fluctúan entre miles de dólares al millón. Steven Spielberg pagó dos millones por uno y después que lo usó en su película E.T lo guardó en una bóveda acorazada. Además, se cree que la piedra sagrada a la que rezan los musulmanes en La Meca provino del espacio.
La mala noticia para los pinareños es que el régimen cubano no permite el enriquecimiento, según la Constitución que airean a pesar de tornados y desgracias. Por lo pronto, urgido de cash, el General Vasito de Leche envió a sus aguerridas tropas a acordonar la zona del impacto y recoger cuanta piedrita disfrazada de marciano encuentren en la superficie. Pero los pinareños son ingeniosos y ya me los imagino en el Parque Martín Herrera vendiendo pedazos del meteorito como se vendieron los del Muro de Berlín. “¡Vaya, lleva tu meteo aquí”, gritarán, y tal vez hasta inspiren a otras provincias a vender los pedazos de la patria en la candonga del socialismo tropical que se desmorona a pedazos. Los santiagueros podrían vender seborucos de la Piedra en Jefe -habría que ver quien los compraría-, los habaneros trozos de la raspadura de Martí, y los cienfuegueros segmentos de la atomoeléctrica que nunca existió.
Ya se habla que están confiscando los pedacitos de meteorito que algunos lograron rescatar. Nada extraño, pues en un país donde irrumpen en las casas de los damnificados para arrebatarles la ayuda humanitaria, una piedra sideral también es considerada parte del patrimonio nacional. Como la mierda que dejó el seudopresidente en su escapada antes las huestes reglanas. “¡La peste el último!” dicen que gritaba mientras corría hacia el Mercedes negro.
© Pablo de Jesús
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