Sometidos a un régimen dictatorial por más de medio siglo, los únicos medios que los cubanos tienen para escapar de su circunstancia son la balsa y el humor.
La historia de los pueblos oprimidos muestra que el medio más sensato de enfrentar el terror totalitario de cualquier ideología es la risa. Cagarse de la risa es la mejor forma de desmontar el rígido armazón ideológico del comunismo y el totalitarismo de cualquier tendencia. Porque en realidad, pese a sus carencias, sus millones de muertos y el eterno estribillo de igualdad y justicia social, el comunismo en sí es un chiste. Un mal chiste pergeñado por Carlos Marx, sazonado con ingentes cuotas de terror por Lenin y Stalin, y cocinado en la caldera caribeña del castrismo cubano.
Los dictadores no ríen. Les falta la empatía para conectar emocionalmente con otros. Son solemnes en su naturaleza y grandilocuentes en su fingida grandeza, porque viven en un mundo privado. Un mundo donde un chiste contra su persona es una grieta en su rígido armazón emocional. Ejercer el poder, de forma absoluta, requiere de un ropaje de solemnidad. Revestirse de un conocimiento omnímodo, que va desde la divinidad de su mandato hasta el pedo de sus subordinados. Un chiste que los ridiculice, o ridiculice a su gobierno, es un atentado a su egolatría.
Nuestro dictador particular fue el mejor ejemplo de todo lo anterior. Hoy debe estar revolviéndose en su piedra mortuoria al ver que pese a todos sus esfuerzos, el cubano es más jodedor que nunca. En la medida que los jerarcas sucesorios le piden se ajuste el cinturón, el cubano se desquita silenciosamente inventando y circulando todo tipo de chistes: desde la muerte misma del tirano, las facultades oratorias e intelectuales de su hermano (el General Vasito de Leche), la comida, el transporte, la libertad de opinar. Nada humano le es ajeno al cubano. Ha hecho suya la frase de Publio Terencio, “Nihil humani a me alienum puto” (Nada humano me es ajeno), y como todo le resbala, todo lo putea el cubano.
El sentido del humor de los cubanos es tan incisivo que muchas veces cae en el choteo. Un historiador afirmó que todos los males de la isla provienen de la innata propensión del cubano a tirarlo todo a relajo, a chotearse de todo y de todos. La irreverencia del cubano es un signo de su repugnancia a toda autoridad. Un cubano sin sentido del humor es un aborto de la naturaleza. El Guarapo en Jefe era zurdo para el chiste y el baile, aunque él mismo generara miles de chistes. Como ese en que se encuentra con Pepito y le dice: “Ahhh. Tu eres Pepito el de los cuentos”, a lo que Pepito le responde: “No, yo soy el de los chistes, el de los cuentos es usted”. Dicen que una vez mandó al Instituto de la Demanda Interna a recoger todos los chistes suyos que circulaban en la isla, y cuando leyó el anterior desapareció al jefe del Instituto, con subordinados y todo, incluyendo la Revista y los Girasoles Opina. Son muy pocos los dictadores con músculos faciales acostumbrados a reir. Y si lo tienen, es humor rojo, como la sangre.
Los tiranuelos que nos rigen desde 1959 han tipificado el choteo como un delito, y como tal lo encasillaron en el artículo 144.2 del Código Penal de Cuba. Cárcel o multa para el que “difame, insulte, injurie o de cualquier modo ultraje u ofenda, de palabra y por escrito, en su dignidad o decoro al Presidente del Consejo de Estado, al Presidente del Consejo de Ministros o a cualquier autoridad establecida”, que no por casualidad se apellida Castro.
Tal vez el único chiste real de nuestro Amargado en Jefe sea el Hombre Nuevo. Ese que desde que era pionerito quería ser como el Ché: asmático y con tremenda aversión al jabón y el desodorante.
Se cuenta que una vez el Difuntito de Santa Ifigenia quiso probar los valores morales del Hombre Nuevo y para ello seleccionó a tres jóvenes. Dos varones y una chica, a los que dejaron solos en un cayito al norte de la isla. Un mes después, los mandó a recoger para conocer de primera mano sus impresiones. La muchacha fue la primera que habló: “Los primeros días nos dedicamos a construir una vivienda y a buscar alimentos. Fueron unos días magníficos pues reinaba la solidaridad humana que usted nos ha inculcado, Comandante”.
El Jefe sonrío complacido y la muchacha continuó: “Al cabo de tres semanas, Pedro me fajó y comenzamos a tener relaciones. Pero varios días después, Juan también me echó los perros, y como no creí justo rechazarlo, pues conviví con los dos. Días después, nos dimos cuenta que habíamos abandonado nuestros deberes políticos y celebramos la primera reunión del Partido. Entonces me expulsaron por puta”.
La muchacha fue a parar a una granja de rehabilitación, pero se escapó y fugó a Miami en balsa. Lo dos compañeros fueron ascendidos a secretarios municipales del PCC, y con el tiempo, también huyeron en balsa. Hoy viven los tres en un eficiency de Hialeah.
Pablo de Jesús
Marzo 31/2018
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