Cuando Lorenzo Jamonada parqueó el Impala y apagó el motor, yo no podía creer donde estaba. Una corriente de aire frio corrió por mi columna y debí ponerme más blanco que el sombrero jipi que llevaba encasquetado, por lo que el producto cárnico que hacía de chofer, preocupado me diera un infarto, me pasó el brazo por el hombro y dijo: “No te preocupes, este es el lugar más discreto de La Habana en estos momentos”. ¡Y vaya si lo era! Tan discreto que nadie del vecindario iba a mover un dedo para salir en mi auxilio si me daban palito chino allí mismo, por gusano y por comemierda, por haberme metido en la boca del lobo yo solito. A las tres de la tarde -precisamente la hora en que mataron a Lola-, el cementerio de Colón estaba completamente desierto.
Todavía con el brazo en el hombro, el Jamonada me fue empujando hacia el lugar de la reunión, y yo, por si acaso, agarré un vaso de cerámica con flores marchitas para estampárselo por la cabeza al primer seguroso que se me apareciera. No me iba a entregar tan facil. Entre Lorenzo empujando y yo reculando, llegamos a uno de los nichos más curiosos y menos conocidos del camposanto habanero. La misma tumba que yo había tomado de referencia cuarenta años atrás, cuando estudiaba la carrera, para un reportaje publicado en la revista Alma Mater.
Estábamos frente a la sepultura de Doña Juana Martín de Martín, una mujer tan fanática al juego de dominó, que murió de un infarto el 12 de marzo de 1925 al no poder pegarse con el doble tres, la ficha más jodida de soltar. Doña Martini al cuadrado falleció con la ficha apretada en una de sus manos, y así la enterraron sus hijos, que para recordarla por siempre hicieron esculpir en mármol la secuencia de la partida en el momento exacto del deceso, y colocaron sobre la losa una escultura con el maldito doble tres. Para que en el más allá a la señora no le fuera a dar otro patatús al no poder pegarse.
Ensimismado estaba delante del túmulo de la Dama del Dominó, cuando de la nada se materializó ante mí otro fantasma. Casi me caigo de fondillo, y el corazón me dio un brinco que ni Sotomayor en sus mejores tiempos. Parado sobre la tumba de Juana, Blas Roca Calderío, el ex jefe de los comunistas cubanos de solera moscovita, me miraba socarrón, con su eterno tabaco y guayabera blanca impoluta. Giré la cabeza en busca de Lorenzo, pero el agente Jamonada se había volatizado. Asustado, le lancé al fantasma el jarrón de flores marchitas, pero el recipiente le atravesó y fue a estrellarse contra otra tumba a sus espaldas. Me tuve que sentar en la losa contigua para no caer redondo. Blas dio una calada a su puro. Yo tragué en seco. Y así estuvimos unos minutos largos, hasta que recuperé la cordura al pensar que estaba en Cuba, la Isla del realismo mágico donde todo era posible. Hasta que en el último Congreso del Partido reciclaran a vejetes con casi un pie en la tumba para “actualizar” el modelo socialista. La última vez que estos ancianos actualizaron algo, fue cuando se usaban los blumers con elásticos de nylon.
Repuesto de la impresión, y como vi que el espectro Roca no tenía nada de amenazador, quise sacarme una selfie con él, pero por mucho que lo intentamos, el viejo dirigente nunca salía en la foto.
– A mí me sacaron de la foto hace rato -me dijo con una nota de tristeza en la voz-. Lástima. Y yo que quería ponerla en mi blog blascomesytevas.com.
Lo vi tan contrito, que no pude menos de decirle: – Entra a mi muro de Facebook y yo te la mando por mesenger -. Entonces se animó y su tabaco ardió parejo y olosoro, como suelen hacerlo los tabacos pinareños.
– Mira, dejemos la bobería. Estoy aquí por mandato del Comité Central del PCC para ver como evitamos que los hermanos Moringa destimbalen todo lo que hemos logrado hasta entonces.
– ¡No jodas! ¿Allá arriba también hay PCC?, solté.
– Si. Bueno, no como el de acá. Se llama Purgatorio Comunista Cubano, y su plataforma programática se basa en los principios de Adam Smith, John Maynard Keynes y Milton Friedman, los padres de la economía política del capitalismo.
– ¡Ño! ¿Y que pasó con Marx, Engels, Lenin y todos esos loquitos del comunismo científico?, solté.
– Les pusimos bola negra y les dejamos fuera. Nosotros estamos ahora por la onda del mercado y la propiedad privada.
– Bueno, ¿y que pinto yo en esta historia? Yo vine de turista en el Adonia….
– Sabemos a lo que has venido. Y sabemos tus poderes extrasensoriales para hablar con gente como yo. ¿Acaso no lo hiciste en Miami según relataste en aquella crónica de “El dominó sigue trancao”, en que hablabas de tú a tú con San Lázaro? La leí en tu blog. No por gusto escogimos la tumba del doble tres para esta reunión.
– Perdona Blas, pero me has dejado “botao”. ¿Los comunistas pidiendo capitalismo?
Y entonces se ensarzó en una larga explicación sobre como pasó de ser un comunista de raza a un capitalista reciclado. Habló de las conferencias que a diario daban allá arriba Ronald Reagan, Steve Job y otros cuyos consejos convencieron a todos los comecandelas que habitan en las tinieblas de la bobería socialista, de que el pensador chileno Alejandro Jodorowsky tenía mucha razón cuando dijo aquello de que “el comunismo es el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo”. Y que con la Psicomagia y la Psicogenealogía del tal Jodorowsky -quien plantea que a base de poesía y teatro se pueden curar ciertos traumas sicológicos- se podría cambiar la actitud de los Hermanos Moringa, a ver si Cuba termina de encontrar el camino que Obama le está marcando con migajitas de pan.
– Todo muy lindo camarada Blas pero…
– Sólo queremos que sigas escribiendo esas crónicas desopilantes. La gran conclusión que hemos llegado después de todo este tiempo, es que la risa es el mejor remedio para el extreñimiento mental de esta pareja de moringueros, afirmó el fantasmón.
Justo cuando le iba a dar gracias por regalarme una de las Miercolinas que suelo poner en mi muro, Blas me interrumpió con un gesto y soltó una frase de Ricardito el de los Latinos, que fue himno de mi generación bailadora.
– Ya sabes, “síguelo ahí, a lo cortico”, dijo, y tras dar una fuerte calada a su tabaco, desapareció en una nube de humo.
Me quedé sentado delante del doble tres, preguntándome que significaría esa ficha y este encuentro en el dominó que Cuba se trae con los yanquees.
Pero entre humo y filosofía, fantasmas y dominó, había perdido el crucero Adonia, que hacía rato navegaba rumbo a su segunda parada de la travesía. Comencé a caminar hacia la salida del cementerio, dándole coco al extraño suceso. Cuando levanté la vista, Lorenzo Jamonada estaba frente a mí, con la puerta del Impala abierta, y me decía “Dale, que arrancamos pa Cienfuegos”.
Sin sospechar que en la Perla del Sur me esperaban nuevas aventuras, viejos amigos, y recuerdos escondidos en cada piedra de la ciudad. (leer la serie completa en pablosocorro.com)
Pablo de Jesús
Mayo 29/2016
Comments