Mi estimado Clinton Johnson:
He leído en el Miami Herald que usted tiene intenciones de ir a Cuba para regresar por mar en una embarcación rudimentaria y así conocer lo que siente un balsero de la isla cuando se lanza al mar en busca de la tierra prometida.
Veo que su trabajo es ser alcalde de un pequeño pueblo de 19.000 habitantes en el condado de Volusia, en la Florida rural. Esa Florida que nunca ven los visitantes ni aparece en los mapas de turismo, pero que es nervio y sustancia de un estado lleno de judios retirados en el norte y de cubanos balseros por el sur. Como decimos los cubanos, usted la partió mi querido Clinton, pues desde el mismo momento que salió la nota, muchos fuímos al mapa a ver donde carajo estaba DeBary, el pueblito ese que se precia de tenerlo como regidor.
Sé que cuando a ustedes los americanos se les mete algo entre ceja y ceja no terminan hasta ver terminada su faena, y por eso le quiero dar algunos consejos. Tómelo como un pequeño curso de Balsero por Correspondencia.
Usted quiere saber de primera mano “por qué los cubanos se van”, según le dijo al periodista que le entrevistó. Yo le explicaré.
Cada uno de los casi tres millones de cubanos que vivimos regados por el mundo le podemos dar un motivo diferente, pero en lo que todos coincidimos es que nos fuímos de nuestra pequeña islita porque la cosa estaba de tranca. Le recomiendo que llegue a Cuba con suficiente tiempo para que viva entre el pueblo llano -ese que pone toda su esperanza en que mañana Dios dirá y Obamá ayudará- y conozca de primera mano que cosa es la COSA y por qué los cubanos dicen que está de tranca. Insufrible, aterradora, angustiosa situación, y para no seguir recibiendo los trancazos de esa vida los cubanos se van en cualquier cosa que flote, aunque sea en una nube de esperanza.
Como hombre previsor, dice haber hecho un gran acopio de “tornillos y clavos” que llevará a la isla para construir su balsa. Pero no se olvide del teléfono celular. Los balseros de última generación no se consideran tales sin un IPhono entre su equipo de viaje. Es imprescindible en caso de emergencia -y créame, que emergencias en alta mar habrá a montones-, o para cuando toquen las costas estadounidenses comenzar a llamar a familiares y socitos.
Si usted, querido Clinton, quiere saber de verdad lo que siente un balsero, tiene que vivir por lo menos seis meses en Cuba. Le recomiendo pasar el curso de supervivencia en la selva de ese socialismo tropical, tan surrealista que un barman gana más que un cirujano. Pero usted es un hombre voluntarioso Míster Johnson; un pionero americano que a lo mejor está abriendo el camino a una nueva modalidad turística. Lo que no estoy seguro es si podrá permearse de esa motivación que impulsa a los cubanos a balsear sobre las olas para alcanzar el sueño prohíbido.
A sus 30 años de buena vida americana, usted tiene las venas atestadas de toneladas de bisteces, jamón, pavo, hamburguesas y todo tipo de comida chatarra que por suerte los cubanos de la isla han eliminado para siempre de su menú diario. Por ello debe someterse a un tratamiento intensivo de prisionero de campo de concentración. El curso es totalmente gratis, y las autoridades cubanas pondrán todo su empeño en que usted lo reciba como se merece.
Tendrá que vivir de algo que se llama Libreta de Abastecimiento (si pasa el curso, ya tendrá tiempo de amarla, y odiarla), que le asegura un pan diario -minúsculo y de ingredientes sospechosos-, tres huevos por persona y algunos granos al mes. Su primer desafío será poder reunir al menos cinco o seis de esos cuasipanes para la travesía. Además, deberá conseguir par de galones plásticos para el agua. Nada de Gatorades para la deshidatación, cremitas para la piel o barritas de alimentos nutritivos. Sería usted un tramposo Míster Johnson si acude a esos estimulantes prohíbidos. El primer balsero con dopaje positivo. Y mucho más marullero sería si apenas a los dos días de llegar a la isla se monta en su balsita de “tornillos y clavos” y viene dando remo escoltado por los yates de sus amigos millonarios.
Váyase a josear (aprovecho también para darle un curso de hablar en cubano: josear significa resolver, conseguir, guapear las cosas) el resto de los elementos para la balsa, como los tablones de madera, las cámaras de tractores y las sogas para amarrar todo el conjunto. Vígile que no le vendan tablas y sogas viejas o cámaras con huequitos, porque oiga Míster Jonhson, el hijo de puta está en Cuba que hace olas. Cualquiera que le vea con su acento gringo, su tez rubicunda y su empeño loco de querer ser balsero, va a intentar estafarlo. Mire que camarón que se duerme, termina en el grill del comandante.
Armado el medio de escape, toca hacer varios ensayos a ver si flota. No se crea que los cubanos se lanzan al mar así como así. Recuerde que usted quiere ser balsero, no comemierda. Comprobado que la cosa flota, consígase par de negros de la Habana Vieja para que le ayuden en la ingente y noble tarea de dar remo. Y reme Míster Johnson. Reme como si en ello le fuera la vida -que en realidad le irá- y rece, aunque usted no sea católico.
Rece porque los guardacostas cubanos no le atrapen -aunque en verdad no están poniendo mucho empeño en ello-; rece porque a esos malditos tiburones no se les ocurra meterle el diente a las cámaras de goma; rece porque cuando se aleje 40 millas de las costas cubanas la traicionera corriente del Golfo no le vaya a desviar para México o Bahamas, donde la aventura se teñirá color de hormiga porque usted será entonces “un pinche” o “un focking” balsero cubano, depende del lugar a donde vaya a recalar.
Rece Míster Clinton porque no lo descubra un guardacostas americano y le aplique el rollo de pies secos pies mojados que se inventó otro Clinton, y le manden de vuelta para Cuba, con una escala transitoria en la Base de Guantánamo. Y si toca tierra, repita a la prensa que usted emigró por problemas económicos y no políticos. Recuerde que desde que Obama y el General se hicieron uno, en Cuba ya no hay problemas políticos, sino económicos. Diga que el “criminal bloqueo yankee” es la causa de que usted y otros como usted se hayan largado de su patria, en busca de pasta de dientes, papel sanitario y otras minucias que hacen la vida placentera.
Rece también porque no hayan quitado la Ley de Ajuste cubano que le garantiza un estatus en tierras del Tio Sam, donde usted tendrá la oportunidad de conseguir su sueño americano si llega decidido a luchar, o quedará atrapado en la pesadilla del que rema y rema y nunca ve la orilla. Por favor, no haga como muchos, que a los pocos meses se cargan de cadenas y anillos de oro, revientan sus tarjetas de crédito, y regresan al mismo lugar de donde salieron pitando, pero ahora convertidos en gusanitos rosa, y héroes de nuevo cuño para la gente de su barrio.
¡Ah! Y si por casualidad la balsa comienza a perder aire y hay que aligerar la carga, no se le ocurra la cabronada de echar a sus dos compañeros al mar lleno de tiburones. Recuerde que usted está jugando a ser un balsero cubano, y no un maldito miembro del Ku Klux Klan.
Pablo de Jesús
Diamond Bar (California) Mar/2016
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