Muchos cubanos se han tomado estas elecciones como un asunto personal. Sólo les falta colgar en la puerta el cartelito triste de “Esta es tu casa Hillary” o salir a la calle gritando “¡Pa lo que sea Trump, pa lo que sea!”. Gente que no puede desprenderse de lo aprendido en la escuelita del Rey de la Moringa. Por cada controversia entre cubanos, el Destartalado en Jefe y el General Marcha Atrás dan brinquitos de contento. Divide y vencerás siempre ha sido la consigna. Amistades que se han roto, familias que se han separado como si por medio se plantaran 90 millas de intolerancia.
El cubano puede discutir con autoridad lo mismo de política que de pelota, los dos pilares en los que se asienta la identidad isleña. Nuestro producto nacional bruto se mide en la cantidad de mánichers y analistas políticos que tenemos desperdigados por el mundo.
Nunca le digas a un cubano que está equivocado. Lo menos que puede pasarte es que te califique de “comemierda”. Y si le replicas, te cataloga como un “recomemierda”, y termina diciéndote que a él le roza un huevo tu opinión. Si la disputa es con un americano, se lo sueltan en su inglés de Hialeah: “Your opinion rubs my egg”. Y el pobre americano se queda confuso, sin saber qué tendrán que ver Trump y Hillary con el huevo del cubano. Decía Mafalda que hay tantas personas viviendo en las nubes, que le daba miedo un dia de estos empezara a llover idiotas. Estas elecciones se han convertido en un diluvio de loros a capella. Proselitistas que se saben la melodia, pero no la letra. Han oído hablar de democracia, pero el mono se les mea en el trago con tanta frecuencia que sólo pueden tararear la música.
La gente ha dedicado más tiempo en criticarse unos a otros que en analizar las plataformas de campaña, para conocer en que país quieren vivir los próximos cuatro años, si en el de Trump o el de Clinton.
Me tomé el trabajo de buscar ambas plataformas y, sorpresivamente, pese a mi republicanismo declarado, convine con los demócratas en 5 de sus 11 puntos programáticos, misma cantidad que le di a Trump, y concedí un empate en Educación, porque ambos bandos quieren “eliminar las ganancias del gobierno federal sobre las deudas estudiantiles”. Desde la cruz de los miles de dólares que aún adeudo por las carreras universitarias de mis dos hijas, celebro con cerebro el que ambos candidatos al menos estén de acuerdo en algo.
Sin embargo, los programas son muy bonitos en el papel, pero en la vida real, lo probable será que la mayoría de esas propuestas naufraguen antes de salir a navegar. Si con el mismo furor conque defienden a su candidato, los mánichers de la conciencia le exigieran el cumplimiento de sus programas, Estados Unidos sería el país que todos hemos venido a buscar, y no lo que tenemos.
Me aventuro a decir que el de Trump será un gobierno menos conflictivo de lo que mucha gente piensa. El capital no anda revolviendo la mierda. Si acaso la usa para hacer puentes comerciales. Pero los políticamente correctos -esa legión de inquisidores de la conciencia- vivirán en constantes sobresaltos por sus disonancias. Los tontos creen que Trump va a construir el muro para evitar que entren los mexicanos con sus drogas, sus tacos de tripa y su molcajete a cuestas. En realidad, lo hará para salvar a Hollywood. Si todos esos héroes del celuloide cumplen su palabra y se van a plantar carpa en Tijuana, nos tendremos que meter cuatro años viendo sólo películas de Rambo y Terminator.
Con Hillary tendremos un gobierno lleno de gates. No puertas de oportunidades, sino alacranes que saldrán debajo de las yaguas para empozoñarle la existencia: emailgates, arabiagates, Bengate (¿eso no era una pomada?) y Billgates. Esto último, por los frecuentes problemas de su marido con el sexo opuesto. Oigan, que ese hombre ve una falda y ya quiere ver el panty.
Mi consejo es que vote usted por el que quiera. Sin complejos ni remordimientos. Pero vote. Con una marquita en la boleta estamos decidiendo el futuro de nuestra patria adoptiva. Millones de marquitas la harán mejor, o peor. Pero siempre nos queda el consuelo de que en cuatro años volveremos a las urnas para rectificar o volver a las andadas.
Una amiga que quiero mucho, me dijo que no iría a las urnas porque su voto no vale nada “y total, ellos son rubios y se entienden”. Puede quedarse en casa el martes, irse al cine, a un teatro o acostarse en la cama y soñar con un mundo mejor. Nadie tocará a su puerta a preguntarle por qué no vota, ni la echará del trabajo o la crucificará socialmente. Pero pensar de esa manera es tener aún afincadas las raíces en la patria que nos echó a patadas porque precisamente añorábamos algún dia poder votar libremente, para bien o para mal.
Yo votaré el martes, con la misma emoción de cuando lo hice por primera vez hace 15 años. Y lo haré, como dije, por alguien de pelo rubio, manías de grandeza y boca disparatada. Prefiero la incorrección de Trump a la corrupción de Clinton. Pero no colgaré cartelitos en mi puerta ni borraré a nadie de mi muro porque vote diferente. El miércoles, salga quien salga, será mi presidente y lo respetaré por lo que representa, aunque no me guste lo que es.
Si con mi opinión voy al cielo o al infierno, no me preocupa mucho. Tengo amigos en ambos lugares.
Pablo de Jesús
Nov 6/2016
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