Amigos de la juventud me reprochan el irrespeto ante su duelo. Me califican de traidor y recuerdan con cierta saña las crónicas que escribí sobre el difunto, como si fueran lápidas que deben pesar toda la vida sobre mi conciencia. Confieso que, al contrario de otros que hoy lo niegan, fui un fervoroso alumno entregado en cuerpo y alma a un proyecto que nos hizo creer en la posibilidad de un mundo mejor. En el camino, perdí el alma y estuve a punto de perder el cuerpo. No podía ser de otro modo cuando tu horizonte queda restringido a obedecer o padecer. Y confieso también, que me conformé con lo primero por temor a lo segundo. Yo Me Acuso por cómodo y cobarde.
Pero uno madura, y choca conque la realidad no tiene nada que ver con lo que te pasa por delante. Tanto sacrificarse para ver que Cuba hoy pertenece a una élite, siempre con la mesa surtida, moneda dura en los bolsillos y viajes al extranjero. Una élite que no tiene que llorar ni desgarrar sus vestiduras porque ellos son la revolución, “la patria” y el futuro. Y nosotros, sólo el decorado que engaña a los tontos útiles del mundo. Gente que camina con la cabeza gacha, gente derrotada; jóvenes que sólo quieren escapar a donde sea, sin futuro ni presente, porque el pasado se lo vendimos al Ilusionista en Jefe a cambio de espejitos y cintas de colores. Vi a mis hijas en esos jóvenes, repasé lo vivido, y lo que vivieron mis padres y mis abuelos, y el dia que me sorprendí caminando también con la cabeza gacha, supe que ya no cabía en ese mundo de sombras y mentiras. Lo peor no es sentirse traicionado. Lo peor es traicionarse uno mismo con la excusa de la supervivencia.
Yo Me Acuso de ser un Judas que traicionó a su padre. Un hombre bueno, que ni siquiera pudo odiar al despiadado que le arrebató su finquita, sus sueños y esperanzas, levantados a pulmón limpio, sin robar lo ajeno, ni explotar a nadie más que a sí mismo. Un padre analfabeto que, ahora comprendo, hizo el mayor de los sacrificios al dejar que su hijo se incorporara a la carroza de los vencedores para que no pagara el precio de su desprecio al ladrón que le esquilmó. Me acuso ante tí, papá, y sé que tu me perdonaste mucho antes de que yo me condenara. La única vez que te vi llorar fue cuando el capitán revolucionario que te confiscó tu Buick 59 se mató en la curva frente a la finca de Kid Gavilán, a la entrada de Bejucal. Desde mis tontos 9 años pensé que llorabas a uno de aquellos barbudos de las postalitas que me daba el bodeguero Ceferino a cambio de chapas de refrescos.
No fue hasta que me convertí en padre que comprendí el sacrificio de mi viejo. Entonces supe que, si quería mirar con limpieza a los ojos de mis hijas, tenía que hacer algo para que ellas no cayeran en el mismo espiral en que yo me hundí. No les comiera el alma el uróboros que a mí me la robó: esa serpiente que engulle su propia cola y conforma con su cuerpo un círculo derrotista. El ciclo eterno de las cosas. El esfuerzo inútil.
Ya no tiene causa me arrepienta de lo que me tocó vivir. Pero sí me arrepiento de haberme quedado callado mientras nos robaban los sueños. Yo Me Acuso de esconder mis decepciones en los trapos del doblemoralista. Si la alegría que hoy siento ante su muerte es la venganza futil de los derrotados, bienvenida sea. Es mi venganza. Y no espero que se enfríe para saborearla.
Al hombre que hoy velan como un héroe, lo viví de cerca, y nunca lo conocí. Estuve a metros de él, viajé con él, jugué baloncestó con él, comí de su mano como un ganso amaestrado. Si algo tengo que poner en alto en este recuento de mi ánonima existencia, es que nunca le pedí nada. Muchos entregamos todo porque creímos en un sueño. Ese, que hoy glorifican con loas y profusión de ditirambos, era un encantador de serpientes que hipnotizó a intelectuales y políticos, con la misma facilidad que se deshizo de enemigos políticos e intelectuales incómodos. Yo Me Acuso de ser una serpiente que se dejó hipnotizar.
Le vi las entrañas al asesino de esperanzas durante el juicio a Arnaldo Ochoa y los militares cubanos acusados de narcotráfico en la Causa Número 1 de junio 1989. Fui uno de los cuatro alabarderos de la noticia autorizados a presenciar in situ ese circo romano. Y el único autorizado a tomar notas y a escribir la versión de la AIN (Agencia de información Nacional). Lo aparecido en Granma sobre este juicio es sólo culpa mía (y lo saben bien los que hoy me fustigan). Recuerdo aquellas madrugadas en la oficina del Jefe Ideológico Carlos Aldana, dándole forma a la irrealidad de un juicio que todos sabíamos tenía ya un libreto escrito. Fue lo más difícil que me tocó. Sentado sobre un campo de minas, y con cada palabra amenazando reventarme en la cara, fui el amanuense que interpretó un papel. Cada línea, cada párrafo, era revisado por el viejo Pavón (fallecido director de la AIN). Aldana miraba entre renglones no se escapara una coma disonante, un verbo disidente, una confesión realizada por cádaveres futuros en la hora de su último suspiro. Cada 10 minutos, Chomi Millar, el secretario personal del Fallecido en Jefe, recogía las cuartillas para su revisión final. . Las hojas corregidas de puño y letra del Titiritero de aquel juicio eran enviadas a la AIN con un oficial, quien las subía directo a la redacción. Otra “inspección de calidad” por parte del editor de turno, y luego llevadas al cuarto de teletipos, donde Lara, la Gorda Perfecta, La Rubia Maritza y otras chicas se encargaban de transmitirlas por aquellos elefantes del pasado, ruidosos pero fiables. Al terminar el juicio, se publicó una versión taquigráfica arreglada. Pero mientras, había que alimentar el miedo a quienes osaran revelarse, y ese fue mi papel. Yo Me Acuso de haber sido amanuense festinado de mi propia conciencia.
Ese juicio me enseñó que nadie está a salvo ante un hombre que es capaz de traicionar a sus mejores soldados. “Si esto paso con los guerreros de la muerte, ¿que queda para mí?”, me pregunté la madrugada que puse el punto final a la última cuartilla. Desde entonces fingí, y me sentí libre de cadenas. Fui personaje de mi propia novela negra. En las mañanas, periodista del sistema. En la noches, taxista clandestino de jineteras, turistas y otras hierbas. Caí en lo más bajo de la escala de valores, y en lo más alto de la cadena de dolores. Tan bien interpreté el papel, que nunca sospecharon. Fue una escuela muy útil para enfrentar más tarde el exilio de Miami.
Tuve que salir de Cuba para conocer a Cuba. Un duro aprendizaje entre lecturas y conversaciones con los que me habían precedido en la estampida: batistianos y fidelistas traicionados, casquitos y excombatientes del ejército rebelde, burgueses y latifundistas “siquitrillados”, revolucionarios desencantados, marielitos, presos políticos, refugiados “económicos”. Cada uno con una Cuba diferente, con su verdad por delante, algunos más intolerantes que otros, y muchos de corazón limpio que creen en la unión y fraternidad de todos los cubanos. En el perdón y el olvido. Yo Me Acuso de no ser un Santo Cachón para darle vuelta a esa página de mi historia personal.
Pude haber callado ante la muerte del tirano. Saborear mi júbilo en la soledad timorata de mi corazón. Me habría ahorrado alguna dentellada, que no la cacería, porque la jauría cuando huele la presa es inclemente e insaciable. Pero hubiera sido otro Judas si permanecía indiferente. Hoy nada debo y nada temo, porque no creo en enemigos o amigos ideológicos. Yo creo en gente buena y gente mala.
Algunos de mis amigos han preferido no tomar partido ante esta muerte que hoy divide a los cubanos. Unos se han mantenido fuera del baile luctuoso, ya sea por prudencia o por temor, y muchos porque de verdad sienten su partida. Yo he respetado las tres posturas. Mi verdad no es la única verdad, pero no me impongas la tuya. Déjame disfrutar mi muerto con ron y rumba. Yo Me Acuso de no saber poner la otra mejilla.
Y si mañana raya mi puerta una guadaña, quiero que mis hijas esparzan las cenizas sobre las montañas y rios de esta California que ha sido mi patria por 20 años. Pero si me cae un ladrillo en la cabeza, se me atora una semilla de aguacate o a mi perro le entra un estornudo, Yo Acuso a los asesinos de mis sueños y de los sueños de millones de cubanos que vagamos por el mundo.
Pablo de Jesús
California, Dic 4/2016
(DR al blog pablosocorro.com)
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