Lo confieso. Soy gordo, soy pecador. Soy un tipo a la vieja usanza. Me gusta la cerveza de botella, el ron añejo y el Johnny Walker a la roca. Prefiero un buen bisték con papas fritas a una ensalada verde, aunque mi familia insiste en convertirme en chivo. La única bebida energizante que he conocido toda mi vida ha sido agua con azúcar prieta y un toquecito de limón. No esos brebajes que alteran los nervios, quita el sueño, eleva la presión y mantiene por el piso el instrumento de vida conque hemos sido dotados los varones. Pero en ocasiones me averguenza mi panza rebelde a toda regla, y hago promesas de dietas que al dia siguiente se me olvidan, tan pronto me pasa por delante un flan casero o un pedazo de pan con mantequilla. En realidad, mi yo se ha comido a mi circunstancia.
Angustiado, un dia decidí consultar a una sicológa para ver si lo mio era un problema neuronal, y salí de su consulta convencido de haber gastado casi 100 dólares la hora sólo para que ella me dijera tan campante que la grasa de mi abdomen “es una expresión física de tu necesidad de poner distancia con los demás, esa grasa ha sido un muro para protegerte, una barrera que tú mismo has creado”. La miré, moví la cabeza en señal de negación, le di las gracias y salí disparado a comerme una medianoche y un batido de mamey en Portos, la dulcería cubana más famosa de Los Angeles. Tanta muela, cuando yo podía haberle dicho que lo mio, y lo de muchos cubanos en este exilio, es un problema de “estres generacional”: Pasamos tanta hambre en la isla, que algunos vemos el estómago como una alacena siempre por llenar, por si regresan las vacas flacas.
Me consuela saber que, según el Doctor C.O. Jones, mi médico de cabecera, tengo los parámetros de salud como los de un joven de 25 años. “Algo así como que soy un almendrón con el motor entero”, le dije. Un almendrón en Cuba es un antique en USA. Un cacharro de antes de 1959, pero duros y confiables. Pero mi dóctor, Charles Oscar Jones, insiste en que debo bajar las 20 libras que cargo de más para que dejen de molestarme las rodillas.
Mi amigo Gustavo Borges insiste -cada cuatro años cuando nos vemos en unos Panamericanos o Juegos Olímpicos-, en alimentarme con semillitas y hojitas de lechuga. Pero tan pronto dejo de verlo vuelvo a las andadas. Y es que no puedo evitar el “estres generacional”. ¿Cómo decirle a un cubano de mi generación que hagamos dieta si aún tenemos en la boca el sabor de la receta de bisté de toronja y picadillo de cáscara de plátano que se inventó Nitza Villapol. La Cocinera en Jefe llegó hasta publicar un libro de Recetas de Cocina en Periodo Especial con todo tipo de bazofias. Para los no cubanos, el Periodo Especial fue una especie de dieta forzosa que nos cayó encima tras desmerengarse el campo socialista. La vieja Nitza se quedó corta en su manual de supervivencia. Forzados por las circunstancias, los cubanos añadimos otros platillos como “Ropa Vieja” de frazada de trapear, croquetas de aura tiñosa, fricasé de gato o perro, pizzas rebosantes de un queso amarillo y gomoso, que no era más que preservativos derretidos por encima. Comí tanta Ropa Vieja de Periodo Especial, que cuando mi esposa limpiaba la casa me echaba a la calle, no fuera a comerme hasta el palo de trapear.
Pero no dejo de reconocer que la obesidad es un problema social. Casi todos los socios que conozco la padecen. Según un estudio publicado en la revista The Lancet, si las tendencias actuales continúan, el 18% de los hombres y el 21% de las mujeres del mundo serán obesos para el año 2025. En Estados Unidos, uno de cada 4 hombres tienen obesidad severa, y una de cada 5 mujeres. En ocho años más, el estudio estima que el 43% de las mujeres y el 45% de los hombres en norteamérica serán obesos. Eso es lo que da hablar inglés todo el tiempo. Estoy pensando seriamente en emigrar a otro país. En realidad, Argentina debía ser el país con mas gordos del mundo, por aquello de que cuando el ego comienza a hincharse levanta vuelo como el globo de Cantoya. Cantoya fue un español que se elevó en un globo en Cuba y desapareció para siempre rumbo norte. Se considera el primer balsero cubano.
¡Tanto que le echan a los Gordos y las Gordas y por lo general somos los tipos más cariñosos del mundo! Somos extrovertidos corporales. Eso de “una gorda para pasar el invierno” no es invento. Yo tuve una novia gorda que me calentaba cuando había frio y en verano daba sombra. Se caía por los dos lados de la cama a la vez. Más vale gordo que dé risa a flaco que dé lástima. No es lo mismo ser gordo que caer gordo. Y no es lo mismo amar a una gorda a que se armó la gorda. Hay gordos en estado catatónico y otros que son muy lipidinosos.
Pero en realidad tengo que hacer algo con esta panza. Barrigudo y sesentón, sin más achaques que una rodilla medio chueca y una mente libre de cadenas, desde mañana me hago una vez más el propósito de convertirme en un ‘dad bod’ americano. El típico ‘fofisano’ español, con cuerpo de papá que va el gimnasio y regresa a casa para echarse tres cervezas.
Pablo de Jesús
Diamond Bar, California Mayo 7/2017
Comments