Érase una vez tres tiburones amigos que luego de una dura faena en mares del Atlántico, se reúnen para ver donde pasarían las vacaciones.
-Yo me iré para Brasil, a un lugar llamado Copacabana- dijo el Tiburón Toro.- Me dijeron que el mejor filete de nalgas se sirve en esa playa.
-Pues yo tomaré rumbo a Biarritz.- indicó el Tiburón Azul, un tipo acostumbrado a grandes distancias.- Un primo mío que estuvo allí asegura que el buffet es muy variado, con ingleses, franceses, españoles, alemanes…un euro banquete.
-¿Y tú para donde vas? -preguntó el Toro al Tiburón Tigre
-Yo arranco pa´Cuba .
-¿A Cuba? -exclamaron asombrados Toro y Azul-. Oye, pero si ahí la gente está pasando un hambre del carajo -acotó el Tiburón Azul.
-¡Que va! Ahí hay nalgas a montones, y también ingleses, franceses, españoles, alemanes, y ahora abundan los americanos, esos rubios y bien alimentaditos.
-Bueno, tu sabrás -replicó el Azul.- En cualquier caso nos vemos en este mismo sitio en un mes.
Pasados los 30 días, se reúnen los tres amigos. Tiburón Azul lucía una piel lustrosa y estaba un poco achispado de tanta caipirinha que había metido en Copacabana. Tiburón Toro se veía un poco pasado de peso, y aún conservaba en la boca el palillo de dientes de su último bocado español. Tuvieron que esperar por Tiburón Tigre, que venía desde Cuba. Al cabo de tres días apareció el amigo, a remolque de una ballena, pues la faltaba una aleta, llevaba la cola hecha flequitos, un ojo chueco, parches por todos lados y había perdido algunos dientes.
-¡¡¡¿Qué te pasó?!!! -preguntaron sus amigos.
-Ni me hablen. La experiencia más mala de mi vida. No voy más a esa cabrona islita.
-¡Cuenta, cuenta!
-Pues llegué frente a una playa que le dicen Guanabo, llena de gente de todo tipo, turistas extranjeros y nacionales. Le eché el ojo a una negra gorda que flotaba cerca de la orillita, levanté mi aleta para atacar… y me jodí.
-Chocaste con un arrecife -dijo Tiburón Azul.
-No hombre. Cuando ya tenía a la gorda en la mira, una vieja que estaba de guardia en la orilla al ver mi aleta gritó: “¡Llegó el pescao!”, y ahí mismo me entró todo el mundo a mordidas.
Si no fuera porque la realidad supera la ficción, este chiste cubano quedaría en lo anecdótico, pero lo cierto es que el pescado, junto a la carne de res, son tan deficitarios en Cuba que la gente los compara a Jesucristo: todo el mundo habla de él, pero nadie lo ha visto. No se explica cómo, en 58 años de revolución, una isla rodeada de mar por los cinco puntos cardinales (según el profesor Maduro), el pescado no llegue a la mesa del cubano de a pie. Es un misterio tan espinoso como el pescado mismo. El problema en Cuba es que los peces están en el mar, y para que se conviertan en pescados no hay más remedio que violar la ley. .
El gobierno cubano es el único en el mundo que sanciona a sus nacionales con años de cárcel por capturar una langosta o unos camarones en alta mar, sin importar la temporada. La justificación es que son rubros exportables y ayudan a romper el bloqueo yankee. Pero en la mesa del señor nunca faltó una langosta. El mismo Difuntito en Jefe se vanagloriaba de ser un chef especializado en langosta termidor. El Chef en Jefe o el Langostero en Jefe, Ordene.
Para salir a alta mar a lanzar un anzuelo en los mares cubanos hay que sortear el laberinto de Creta, aquella isla ateniense donde Minos hizo encerrar al Minotauro, un dios-toro que era aplacado periódicamente con sacrificios humanos. Algo parecido han hecho los gobernantes cubanos con su pueblo. Toda gestión burocrática en la isla está diseñada para complicar la vida y no para resolver los problemas. Desde la prohibición de tener una embarcación, aunque sea una canoa hecha del tronco de una palma, hasta la obtención del permiso de pesca -¡que puede demorar hasta 15 años en ser otorgado!-, pescar en Cuba es un delito de lesa revolución.
El pescado ha sido considerado una de las comidas más saludables del planeta. Aporta a nuestra dieta una gran cantidad de grasas, vitaminas, minerales y nutrientes que pueden mejorar la salud en general, y en particular el cerebro, la visión y el sistema inmunológico.
Tal vez la falta de pescado hace que los cubanos andemos con poco fósforo en el cerébero y asumimos posiciones a veces más cerca de la paradoja que de la certeza. O sea, que nos explotamos cuando nos contradicen, o no nos dicen lo que queremos oir. Si hubiéramos tenido una dieta balanceada de productos del mar seríamos flemáticos como los ingleses. Pero nos criamos a pura yuca, boniato y carne de cerdo. Y eso pesa.
A la falta de pescado para el cerebro podría achacarse esa pasión extrema que ponemos en todo asunto discutible, y la tendencia a ver la vida casi siempre en blanco y negro. Somos daltónicos y sordos. A fuerza de tanta ideología, no distinguimos los colores de la política ni escuchamos los bemoles de la realidad. Vivamos donde vivamos, los cubanos estaremos en los extremos. O muy a la derecha o muy a la izquierda. El centro es una cosa que nos espanta.
Según la ciencia, cuanto más pescado comamos, menos deterioro cognitivo relacionado con la edad experimentaremos. El deterioro cognitivo ocurre a causa de la pérdida de materia gris, un tejido funcional importante en el cerebro que contiene las neuronas responsables de la memoria. El consumo de pescado se ha demostrado que aumenta la cantidad de materia gris en el cerebro y retrasa el deterioro cognitivo. Esto podría a su vez regular las emociones y la memoria, y disminuir el riesgo de desarrollar enfermedades graves como la enfermedad de Alzheimer. Eso explica por qué algunos cubanos de Miami viven añorando la carne en lata o el jurel enlatado que llegaba de Chile. Gente de una sola neurona, y ésta, achicharrada.
También se ha comprobado que las personas que comen menos pescado tienen más posibilidades de sufrir de depresión. De acuerdo a diferentes investigaciones, los ácidos grasos omega 3 son buenos para no sentirnos como una mierda cuando la vida nos golpea. El mejor ejemplo de lo bueno que es consumir pescado lo veo en Puerto Rico. Pese a la grave crísis económica que por la que atraviesan, los boricuas siguen bailando salsa, plena, bomba y reguetón, una forma eficaz de espantar las decepciones ante tanto político corrupto.
Aseguran que el omega-3 de los peces es beneficioso para la visión de las personas mayores. Algo de cierto tiene la afirmación, porque yo nunca he visto un pescado con espejuelos.
Comer pescado genera una mejor calidad del sueño, leo en una publicación científica. Un estudio de 6 meses se llevó a cabo en 95 hombres de mediana edad, en la que todos ellos comieron salmón 3 veces por semana y durmieron como bebitos. El mismo estudio aseguró que el olor a pescado estimula también la líbido de los hombres mayores. El sujeto de muestra para esta última investigación fue Julio Iglesias, quien del tiro sacó una canción titulada El Bacalao. Don Julio recomienda que para pescar el bacalao hace falta “una vara bien dura, que el bacalao se menea de una manera bien dura”.
Los japoneses también están convencidos de que una dieta marina estimula la líbido, especialmente las aletas de tiburón, a las que confieren efectos afrodisíacos. Tal vez eso fue lo que pasó al maltratado Tiburón Tigre del cuento. Fue a parar a una playa de Cuba, donde la gente, a falta de pescado, pasa el tiempo entre palo y palo… de ron.
Pablo de Jesús
Los Angeles, Junio 24/2017
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