Tomar café con Borges y Bioy Casares en el bar La Biela de La Recoleta. Cenar en la misma mesa donde Benedetti escribió su poema “No te rindas” en el Bar San Rafael de Montevideo. Bajar por el rio La Plata desde Puerto Madero en Buenos Aires hasta el puerto de Montevideo, en un buquebus llamado Francisco; ver la Plaza de Mayo con sus permanentes marchas antigobiernos, muros con pintadas evocando a un Ché Guevara bravucón y desleído, jornadas de pantagruélicos asados e incontables cafés, cortaditos y vinos de la casa, saborear la vida con amigos prolijos en regalarme lo mejor que tienen a mano: su tiempo y cariño para que me sienta en casa durante mi breve visita a Buenos Aires y Montevideo.
Agotado de los avatares olímpicos en Rio, aproveché la cercanía para tomar una semana de vacaciones en estas dos ciudades hermanadas por La Plata, el rio más ancho del mundo, con sus 219 kms de ribera a ribera. Pasear por un Buenos Aires de historia, tango y tradición, con calles llenas de “gente linda”, como dice mi amiga C, que me enseña la ciudad, su ciudad ahora y para siempre. O por un Montevideo en el pequeño auto de cambios de mi hermano Tommy, que como buen periodista se conoce cada cada capitel o balcón de cristal, cientos de historia y leyendas de su ciudad natal. Dos guías de lujo que se empeñaron en mostrarme la ñiña de sus amores.
No es difícil enamorarse de Buenos Aires. Con sus 48 barrios, todos iguales, todos diferentes, sus amplias avenidas, infinidad de estatuas de heroes tan muertos como la piedra que ahora habitan. Sus miles de cafés, bares con terrazas en la acera, y el eterno deporte de mirar pasar miradas. En el Bar La Biela, los escritores Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares aún reciben a turistas de fuste como Francis Ford Coppola, Robert Duvall, Emerson Fittipaldi, Madonna y muchos más. Y a mí, compartiendo un cafe en la terraza al aire libre, con mi amiga C.
Caminando por sus calles supe que Buenos Aires es el bandoneón del Pichuco Troilo, el llanto contenido de Evita, la mirada altanera de Perón, la bufanda de Gardel, la Bombonera del Boca, y el chiste exuberante del Gordo Porcel. También el Buenos Aires de la izquierda ramplona de los K o del tarifazo a mansalva de Mauricio Macri, y de ese argentino de a pie que le sobra demasiado mes al final del sueldo.
Buenos Aires arrulla al inmigrante, lo desmenuza en sentimientos y le devuelve hecho cortesano de su reino de cruda fantasía; como mi amiga C, que ha pasado la mitad de su vida en esta urbe, donde parió sus dos hijos y otros siete libros, y que a base de talento llegó a ser Alguien en una sociedad donde parecer y ser bailan un tango permanente al borde de ilusiones y fracasos. A pesar de su acento cuasiporteño y sus aires de madonna, mi amiga no ha dejado de ser la cubanaza que compartía cervezas a granel en los carnavales habaneros, la que puso en su lugar a un dirigente enano que quiso propasársele, y que aún se encabrona en buen cubano con el nuevo remoquete de EX que un idiota nos ha endilgado a los isleños peregrinos.
Gracias C, por regalarme tu Buenos Aires querido.
LLegue a Montevideo a bordo del Francisco, una mañana brumosa de nubes perezosas en soltar su llanto sobre una ciudad semivacía. En medio del puente de un fin de semana feriado, la gente camina por las calles bombilla de mate en mano, con ese aire flemático de garúa persistente en el ambiente.
Algunos creen que Montevideo es un bonsai de Buenos Aires. Pero no es así. Montevideo tiene su carácter, un tanto taciturno, pizca de arisco y de anciano bonachón. Tommy se empeña en compartirla con el amigo cubano, porque quiere comprobar de primera mano lo que otros ya le han dicho: que Montevideo es por momentos copia de una Cuba antigua, con sus edificios de estilos art decó, barroco, neoclásico, ecléctico y Art-nouveau.
Una mezcla de identidades coronada por una costanera que se hizo sobre los mismo planos del Malecón de la La Habana. En el último censo, a San Felipe y Santiago de Montevideo le faltaron 52.396 habitante para llegar a dos millones de residentes.
Con Tommy casi paseamos los 8 municipios y 62 barrios de Montevideo. Y vimos la Plaza Independencia, el estadio Centenario, donde se jugó la Copa Mundial de 1930, y barrios que me recordaron a mi Habana con nombres como Cerro, Pocitos, Prado y Colón. El impresionante edificio de la Terminal de Trenes, clasurado y adornado de grafitis, uno del Ché Guevara llamando a la guerra. Terminal que quedó obsoleta cuando en los finales de los 1980 el último tren fue a dormir el sueño de los gigantes desechados. Hoy, todo el transporte comercial de Uruguay es por carretera y fluvial.
La lluvia nos hizo refugiar en un restaurante frente a un parque mustio por el invierno austral, y pasamos el tiempo entre chivitos canadienses, húngaras a la plancha, tintos y cortaditos. Cuando me dijo de comerme un chivito pensé en ese animalito que bala con tristeza, pero resultó un sandwich rompepechos imposible de manejar, adornada con dos lascas de bacon canadiense. La tal húngara es un perro caliente a la plancha. Si lo quiere hervido, entonces se llama Pancho. La noche antes, el Gordo Enrique, Oscar y César se empeñaron en llevarme a un lugar llamado el Asado Gaucho. Si de ésta no muero de un paro carnicorespiratorio, es que tengo un corazón de acero.
Como llovía, nos dimos un respiro. Aproveché y fui al café San Rafael que está en la esquina de mi Hotel California, donde pedí una sopa de pollo y un té caliente con limón, que aderecé con un chorro de ron Havana Club de mi petaca viajera. Precaución para conjurar la gripe charrúa que podría amenazar con arruinar las vacaciones.
Alejandro, el camarero que se hizo mi amigo desde el primer dia que le pedí un café con leche y pan con mantequilla, me dio la misma mesa en que Benedetti escribió “No te rindas”, marcada como Momumento local por la alcaldía. Y Mario me susurró al oído que no estaba sólo, que con amigos como C, Tommy y los demás, ya puedes “enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje”.
Pablo De Jesús
Buenos Aires/Montevideo
Agosto 27/2016
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