Raúl Castro cerró el año 2015 pidiéndole a todos los cubanos que se aprieten el cinturón, y que en el 2016 las cosas estarán color de hormiga porque en Venezuela ya son color de bibijagua rojita. Lo malo es que ese cinturón ya parece colador de tanto hueco abierto para sobrevivir. Castro dijo en su discurso ante la Asamblea Nacional, que el país espera un crecimiento del 2% del Producto Interno Bruto, la mitad de lo que se reportó en 2015. Pero no todo está perdido, pues según el General, el Bruto Interno ha crecido, y ello ha permitido tener bajo control a esas mujeres que se visten de blanco para ir a misa, y que en una muestra de estoicismo y sentido del deber, se prestan cada domingo para que los palestinos orientales prueben en ellas la templanza de los nuevos toletes comprados a Rusia. No sea que ese Hijo de Putín que gobierna en Rusia nos quiera meter gato por liebre.
También llamó el General Presidente a “reducir cualquier gasto que no sea imprescindible”, y Liborio, con ese optimismo que ha resistido la prueba de 57 años esperando que las cosas mejoren, se dice que ahora si vamos a construir el Socialismo del Siglo XXI, ese que se inventó Chávez y hoy enriquece con su praxis el cagastrófico Nicolás Maduro.
Liborio cree que ahora se acabarán los viajecitos en yate a Turquía del playboy Tony Castro y su fumadera de Cohibas con la puntica mojada en Jhonny Walker etiqueta azul -a 200 dólares la botella-, o las escapadas de Marielita a las tiendas de la Quinta Avenida en Nueva York para pacotillerar en Saks y Louis Vuitton, entre conferencia y conferencia de LGBTs que se las creen toda. Y que también se terminarán las “misiones internacionalistas” de los Cinco Héroes a Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, España y Londres para explicar lo malo que es el imperio yanque. Un imperio que les tuvo montones de años presos por nada, por la simple curiosidad de querer ver los avioncitos en las bases militares de Albrook y Homestead, o los barquitos de la Estación Naval de Cayo Hueso. Y al final, cuando los cambiaron por un viejo desdentado y mal agradecido, regresaron a la isla obesos, con el aparato de masticar intacto, y algunos hasta convertidos en pintores o escritores. ¡Qué malo es ese imperio! Mira que devolverlos a Cuba convertidos en intelectuales, cuando se sabe lo poco que confían en los intelectuales el General y su hermano, el de la Silla Inmóvil.
Pero si se fijaron bien en la primera palabra del entrecomillado, el General llamó a “reducir” gastos, no a eliminarlos. Hasta él está dispuesto a sacrificarse y en vez de las 10 cajas de whisky Crown Royal que se baja semanalmente consumirá sólo siete, y otras dos de ese Juanito Caminante Blue Level de que tanto se habla, más una de Havana Club para ofrecer a los visitantes, por aquello de “consuma productos cubanos”.
Habló de muchas cosas el General pero fue más lo que no dijo que lo que dicen que dijo. En su alocución, ni una palabra para esas 7.000 almas cubanas que penan en Costa Rica esperando a que el San Juan de la Plaza de la Revolución baje el dedo y puedan seguir camino a las tierras del Tio Sam, donde les recibirán con los brazos abiertos porque no son inmigrantes políticos, que no hombre, que son económicos, y muchos son como el Ché, que odiaba a la economía y fusilaba a los políticos.
La parte más trascendental del intrascendental discurso fue cuando anunció que, siguiendo la llamada Política de Cocción aprobada por el Consejo de Ministros de Cuba, se iban a resolver las juntas para las ollas de presión, ollas arroceras, ollas eléctricas, y las piezas de repuesto para refrigeradores, ventiladores, televisores, computadoras, aires acondicionados y hornillas eléctricas. Al principio, cuando empezó la repartidera de esos electrodomésticos chinos, la gente se entusiasmó tanto que todo el mundo creó en cada casa el llamado “Rincón Patriótico”, según Fernando Ravsberg. Un lugar para poner toda esa parafernalia china, pero el mueble se fue vaciando como a una dentadura que se caen los molares por falta de uso, y los cacharros se fueron utilizando en otras cosas. La olla arrocera la agarró la abuela de orinal porque cabe perfecta debajo de la cama; la de presión se usa para atajar goteras cuando llueve, y los refrigeradores marca Haier sirven de despensa. Haier trabajaban, hoy no.
Si me hubiera quedado en Cuba hoy estaría ahí, en la puntica de la cola para la repartición de la junta de la olla arrocera. ¡Lo que me he perdido!
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