Tercera y F no era sólo una residencia estudiantil. Era un zoológico de optimistas y trasnochados, empeñados en sacar un título universitario en carreras de Humanidades. Con un malecón a cuatro pasos, teatros, cines, restaurantes y tres clubes nocturnos a la vuelta de la esquina, nuestras posibilidades de graduarnos eran las mismas que un cojo en un concurso de patadas.
Los inquilinos más tremebundos habitaban en la penumbra del piso 13 del gigantesco edificio que se levantaba frente al Malecón Habanero, en la avenida Tercera y esquina F., albergue de estudiantes universitarios de las carreras de Humanidades. El lugar tenía fama por sus bacanales etílicas, linguísticas y filosóficas, como era de esperarse en un espacio compartido entre aprendices de periodismo y estudiantes extranjeros de filosofía y letras.
A esa cueva de piratas sin barcos iban a parar también los estudiantes foráneos más duros de oído. Africanos de tribus lejanas, norcoreanos de rígido andar, rusos beodos y afganos con neurona y media en el cerebro. Pero algo tenía el aire a esas alturas, porque al mes aquellos estudiantes de países amigos ya habían aprendido las tres palabras básicas del buen cubano: “¡Acere que volá!”, saludaba Kim el coreano a Milagros, la gorda directora de la residencia, que muy metida en su papel internacionalista no tenía más remedio que sonreirle la gracia al asiático despistado.
El sistema funcionaba de maravillas. Los extranjeros aprendían el idioma más rápido de lo esperado, y los varones de periodismo teníamos un surtido asegurado de té, ron, y algún que otro jean o prenda de vestir negociada bajo mesa.
Hasta el dia en que Samy vino a pedirnos ayuda para un texto que debía entregar su amo El Príncipe, otro negro aristocrático que había sido enviado a Cuba por su padre, el rey de una tribu africana, para ver si se empataba con una blanca que le diera nietos sin el pelito cuscus de su prosapia. Y en lo cual el Príncipe ponía mucho empeño.
Según la historia que nos contó Samy, él y su amo venían juntos desde que tenían cinco años de edad. El padre del Príncipe había obtenido a Samy a cambio de una chiva, cuatro gallinas y una vasija de hierro para que la familia del vendido pudiera hacer el gari, una pasta de yuca y cereales que Samy aún solía prepararle a su señor, apestando todo el piso del albergue por tres dias.
Esmirriado y diligente, Samy era la sombra del Príncipe. Dormía en la litera de abajo, se sentaba detrás suyo en el aula para soplarle al oído las respuestas de los exámenes, cargaba cubos de agua 13 pisos escaleras arriba para el baño de su amo, le tenía a punto el te de las 3 de la tarde y la merienda de las 5, lavaba sus ropas, le hacía la cama y hasta escribía sus tareas.
Y entre esas obligaciones, estuvo un dia el texto que debía redactar para su Príncipe, de entrega urgente en la mañana siguiente. El tema era “Mi maestra”, y debía tener tres palabras obligadas: Cubana, Revolucionaria y Africana.
“A ver, escribe ahi”, le dijimos, y el Samy se aplicó con dedicación a copiar nuestras palabras, mientras nos recompensaba con una botella de Havana Club de la reserva especial de su soberbio amo.
“Mi Maestra es bella, inteligente y cariñosa. Cuando yo le hablo, su papaya cubana se ilumina de placer, su fambeco brinca de alegría como el de una africana, y los pezones retozan juguetones y alegres en plena felicidad revolucionaria”, escribía Samy, haciendo apartes para preguntar que eran esas nuevas palabras que le estábamos enseñando.
“Mira Samy, papaya es lo mismo que cara o rostro. Fambeco es la forma culta de decir corazón. Pezones es también una forma elevada de llamar a los ojos de la papaya. ¿Lo copias Samy?”, le explicamos, sin medir las consecuencias de tanta mala leche con el pobre africano. Y es que en Cuba las palabras tienen vida propia, y siempre van con trampas de doble sentido, en las que suelen caer los extranjeros. Una papaya es una fruta tropical, muy rica en batidos y dulce, y también la vagina femenina. El fambeco, término de raíces africanas, no aparece en el Diccionario de la Real Academia, porque es bien sabido que para los españoles el culo es culo aunque sea de cartucho.
Entre trago y trago fuímos haciendo de aquella redacción una obra maestra de la literatura porno, y terminamos todos sentados en el muro del Malecón, aireando viejas canciones de trova en una guitarra de tres cuerdas, ajenos a lo que nos esperaba al dia siguiente. Justo antes del almuerzo, los autores del aquelarre de palabras que estremecieron a la Facultad de Humanidades fuimos convocados a una reunión en la rectoría por “contrarevolucionarios”, “deshonestos”, “faltos de respeto” e “hijos de puta”. En ese orden.
La descarga no tenía para cuando acabar, hasta que unos de los acusados, no recuerdo quien, frenó en saco la avalancha de reproches y castigos subsecuentes con una sencilla pregunta.
“Y, dígame, compañero vicerector. ¿Es correcto que este negro, por muy Príncipe que sea, tenga un esclavo en plena Revolución?“.
El vice quedó mudo, y tras una pausa dijo: “¡Váyanse al carajo! ¡Todos al carajo! ¡Y que no se repita!”.
Como medida profiláctica, los extranjeros fueron mudados dos pisos más arriba, junto a los correctos estudiantes de Derecho, y nos quedamos sin te, pero no sin ron ni bolsa negra. También pasamos las de Caín para aprobar la asignatura de Linguística, pues la profesora de la “papaya cubana que se ilumina de placer” era nada menos que miembro de la Academia de la Lengua Cubana.
Pero valió la pena, porque el Príncipe desapareció de Tercera y F y Samy se quedó y terminó su carrera. En los tres años hasta su graduación, fue nuestro abastecedor oficial de las muchas botellas de ron que trasegamos en infinitas farras, mientras celebrábamos su recobrada independencia.
Hola, Pablo, gracias especiales por esta crónica. Nunca más he entrado a F y 3era., lo miro cuando voy a Casa de las Américas. Ël sigue ahí, llevando dentro todo lo que aquí describes y mucho más. Saludos.
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Loly Estévez
21st February 2016 at 11:49 amHola, Pablo, gracias especiales por esta crónica. Nunca más he entrado a F y 3era., lo miro cuando voy a Casa de las Américas. Ël sigue ahí, llevando dentro todo lo que aquí describes y mucho más. Saludos.