Si viviera en Cuba y estuviera retirado, lo más probable es que andaría a la puerta de una shopping vendiendo jabitas plásticas para complementar el pago de la jubilación. “Jabitas, jabitas, lleva tu jabita aquí a 5 centavitos cuc”, anunciaría, en competencia con otros viejos como yo, que también estarían en la lucha por la sobrevivencia. No es de extrañar que nuestros compatriotas que van de visita en Cuba repleten los bultos y maletas con toneladas de bolsas plásticas. Recuerdo una vecina que estuvo 25 años sin ver a su tía que se fue por el Mariel, a la que despidió con un muy revolucionario mitin de repudio y una sarta de improperios en el que el más suave fue el de “gusana vendepatria”. Todo un mes esperando a la adorable tía. Hasta pintó y arregló la casa con materiales de bolsa negra, ella tan revolucionaria como era antes, pero “la sangre es la sangre”, dijo, y se cagó en la patria. La tía regresó al terruño y su mejor regalo fue un gusano lleno de bolsas de polietileno. “Son tan buenas que hasta blúmeres te puedes hacer con ellas” dijo la parienta y le viró la espalda. El gesto de esta cubana vengativa es una prueba de que el exilio ha cambiado. Los primeros marielitos que regresaron a Cuba llevaron cartones de huevos a los vecinos, para devolverles los que le habían lanzado en represalia por querer fugarse del infierno. Los de ahora, llevan jabitas plásticas. Antes le daban mítines de repudio a los que se querían ir del país. Ahora se los dan a los que quieren quedarse, como los disidentes o las Damas de Blanco. La fortuna para los enemigos más recientes de la revolución es que el huevo en polvo que reparten hoy en día no duele tanto como el verdadero. El huepolvo, si acaso, daría una crisis de estornudos.
Pero hasta el negocio de llevar jabitas a Cuba se ha puesto malo, porque ahora los supermercados en USA han tomado la mala costumbre de no dar más bolsas de polietileno a sus clientes. Están por la onda ecológica, y les venden a 10 y 15 centavos otras jabas plásticas que dicen son biodegradables. Biodesgraciados es lo que son. Resulta que las grandes trasnacionales, las cadenas de supermercados y hasta los puestos de chinos al menudeo se pelan por salvar al pingüino tuerto del Amazonas, la ballena jorobada del Almendares, el pájaro carpintero del polo norte, el mono chingón de los Alpes Apeninos, o cuanta especie se encuentre en extinción. Y somos nosotros, los consumidores, quienes pagamos por tan humanitaria preocupación. Hasta nos hacen sentir culpables cuando nos sueltan por la TV, especialista ecológico mediante, que “las bolsas plásticas son fácilmente llevadas por el viento. Se cuelgan de los arbustos, flotan en los ríos, flamean de los cercos, obstruyen los desagües, asfixian a los animales y afectan la apariencia del paisaje. Pocas bolsas plásticas se reciclan y la mayoría de los tipos de bolsas plásticas tarda cientos de años en descomponerse. En África del Sur, las bolsas plásticas son tan comunes que las llaman ‘la flor nacional’. Alrededor de 100 vacas se mueren todos los días al comer bolsas plásticas que ensucian las calles en la India”. ¿Y quien manda a las vacas de la India a ser tan come..bolsas? Tal vez si las alimentaran mejor no pasarían tanta hambre. Que las vacas en la tierra de Gandhi son como los perros en Santo Domingo: se la tienen que rebuscar como puedan. Cuestión de latitudes. Mientras un seguidor del dios Brahman (no confundir con lacadena de venta de electrodomésticos en Miami) ve en la vaca a un antepasado, los cubanos vemos en cada rumiante un bisté en cuatro patas, un picadillo a la habanera o una sabrosa ropa vieja.
El otro día estaba en el Marquet y me había olvidado en el auto la bolsa de tela que hizo mi esposa para estos menesteres. La chica de la caja me dijo que debía traer mi propia bolsa o comprar una de las “ecológicas” que ellos vendían. “Perdón -dije- es que en mi tiempo no había esta onda verde”, le respondí. Ella me miró, y con la suficiencia propia de todos los milennials, contestó: “Ese es nuestro problema ahora. Su generación no tuvo suficiente cuidado para preservar nuestro medio ambiente”.
Y tenía razón. Nuestra generación no tenía esa onda verde en esos tiempos.
En mi época, la leche y los refrescos venían en botellas y no en envases de Tetrapak, latas de aluminio o botellas plásticas. Caminábamos a la escuela o al trabajo, y los más afortunados iban en bicicleta, y no contaminábamos el medio ambiente con vehículos de 300 caballos de fuerza para recorrer dos manzanas. Nuestras madres lavaban a diario los pañales de los bebés porque no había desechables. Secaban la ropa al sol y no en esas máquinas consumidoras de energía sacudiéndose a 220 voltios. En mi época, teníamos una televisión o una radio en casa y ahora hay una tv, una consola de videojuego y una computadora en cada habitación. Los televisores no tenían control remoto y había que levantarse del sofá o la silla para cambiar de canales. Cuando empaquetábamos algo frágil para enviarlo por correo, usábamos periódicos arrugados para protegerlo, no bolitas plásticas. Cuando teníamos sed bebíamos de una pila o una fuente pública y no de una botella de plástico. No quemábamos gasolina sólo para cortar el césped. Usábamos un machete. Corríamos y jugábamos libremente por las calles, nos subíamos a las matas por mangos y mamoncillos. Montábamos chivichanas, carriolas y bicis, y nunca necesitábamos ir a un gimnasio para correr sobre pistas mecánicas que funcionan con electricidad.
Pero no teníamos la onda verde, porque no la necesitábamos. Los jóvenes de hoy se lamentan de que nosotros los viejos hemos echado a perder el medio ambiente. Para nuestra tranquilidad, una bacteria ha venido a rescatarnos de la humillación.
“Descubierta una bacteria capaz de comerse un plástico muy común”, informa una revista científica. “El microbio vive en los vertederos de PET (polietilén-tereftalato), uno de los materiales más usados para embotellar bebidas, y ha evolucionado en solo 70 años”. La tal bacteria nos alivia la conciencia a los que no tuvimos la onda verde. Ahora las vacas de la India vivirán felices y nuestros descendientes, cada día más vegano, nacerán sin colmillos para rasgar la carne. Aunque al paso que vamos, tampoco necesitarán manos y piernas porque tendrán máquinas que suplan las extremidades. En el futuro, las fábricas tendrán sólo dos empleados: Un hombre y un perro. El perro para que el hombre no toque nada, y el hombre para alimentar al can.
Si me hubiera quedado en Cuba tal vez estaría vendiendo jabitas plásticas. Acá en la Yuma, creo que puedo dedicarme al negocio de vender bacterias de onda verde.
Pablo de Jesús
Agosto 11/2018
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