LA SUERTE DE EMETERIO (Tercera parte final)
Emeterio Zacarías Saturnino Guardado miraba con aprensión el escuálido montoncito de billetes de 20 depositados en la mesa de dominó de su casa de Guira de Melena. Un total de 500 dólares. El remanente de su fortuna de 100.000 dólares que le había pagado la vieja judía como indemnización. A mi compadre no le había salido bien la jugada de regresar a Cuba. Según me contó por carta, las cosas empezaron a torcerse nada más puso un pie en la isla. La travesía desde Cayo Hueso hasta la costa norte cubana, “fue jamón”, al decir suyo.
A media tarde del día después de haber salido de Key West, ya estaban casi frente a Santa Cruz del Norte, pero decidieron esperar mar afuera a que anocheciera para desembarcar por Playa Jibacoa, a unos pocos kilómetros de la ronera de Santa Cruz, y en la que habían quedado con un contacto de Papito Soplatubo para que los recogiera. Pero nunca más válido el dicho de “uno pone, Dios dispone, y el diablo lo descompone”. Se pusieron de tan mala suerte que justo cuando enfilaban hacia la playa, les sorprendió la torpedera de los guardacostas. Allí mismo los apresaron, y luego de mucho papeleo y jurar y perjurar que ellos lo único que querían era regresar a su patria, a la “que extrañaban como carajo”, fueron liberados, previa confiscación del yate y los objetos personales. Desde las cinco cocinitas eléctricas que traía Emeterio para negociar, hasta el montón de pantys y ajustadores que su esposa Olga le quería regalar a sus hermanas, todo el cargamento fue a parar a manos de los guardias.
-Después de todo, corrimos con suerte que nos dejaron salir – recuerda Emeterio-. Aunque tuvimos que tocar al jefe de la unidad con un dinerito para que se hiciera el chivo loco.
Aunque a muchos les parezca extraño, la readaptación no fue fácil. La gran mayoría de inmigrantes cubanos se adaptan a los cambios que conlleva vivir en casa del Tío Sam, pero un pequeño grupo no logra superar el choque cultural y la añoranza de su tierra natal. Emeterio y su familia pasaron a formar parte de los 3500 cubanos que se han repatriado a la isla desde que el ex presidente Barack Obama restableció las relaciones diplomáticas con la dictacastrodura. Es cierto que EmeZeta y su gente ya no tendría que trabajar hasta 16 horas corridas ni lidiar con un idioma extraño, y que ahora podían armar interminables partidos de dominó o simplemente sentarse en el quicio de la puerta de la calle a chismear con los vecinos, pero a cambio de ello perdieron pequeñas comodidades a las que ya se habían adaptado en los seis años que vivieron en Hialeah. Olga extrañaba su baño con agua en la ducha a cualquier hora y las narconovelas de Univisión y Telemundo. Emeterio maldecía no poder comprar un aire acondicionado y había llenado la casa de ventiladores para combatir la canícula insular; sus hijos echaban de menos los partidos de Grandes Ligas y de la NBA, y los nietos se quejaban de no tener cable para ver sus programas favoritos a cualquier hora en sus propias habitaciones.
El dinero, como todo lo habido sin sudarlo, se fue evaporando en caprichos y malos negocios, incluido de uno de Emeterio con su socio Papito Soplatubo, que consistía en adelantarle plata a la gente del pueblo que recibía remesas de sus familiares en Miami. Luego, el tal Soplatubo le reponía el dinero en sus frecuentes viajes a la isla como mula pacotillera. Justo cuando EmeZeta tenía repartidos unos 25.000 dólares en Guira, Papito se esfumó del mapa y nunca más regresó a la isla. Después se supo que había caído preso en el aeropuerto de Miami al descubrírsele escondida en una maleta un cargamento de cocaína que trataba de introducir en Estados Unidos. También se fue a bolina el negocio de la venta de joyas y ropa del Ño que Barato que le traía su partner, así como otras inversiones en paladares no rentables. Consternado, preguntándose donde se había metido el dinero. , Emeterio contemplaba sus últimos 500 dólares, con una idea dándole vuelta a la cabeza. La familia, reunida alrededor de la mesita de dominó del patio, se hacía la misma pregunta.
-¿Y ahora que hacemos? Porque aquí sin dólares no se puede vivir -soltó Olga, un poco que resumiendo el pensar colectivo.
-Nos regresamos a la Yuma -dijo Emeterio, y salvo los niños que aplaudieron contentos, los adultos se quedaron con la boca abierta de pasmo.- Con lo que queda mandamos a construir una balsa y nos viramos.
La decisión fue objeto de muchas horas de réplicas y contrarréplicas, pero al final se acordó vender la casa y todo lo que habían comprado, incluídos los 17 ventiladores de Emeterio, con el fin de reunir fondos para el regreso. Guira de Melena es famosa por la feracidad de su suelo de tierra colorada, magnifica para las papas y tubérculos, y malísima para la ropa blanca de los guireños. Sin embargo, en los últimos años, en el pueblo había florecido otro negocio clandestino: La construcción de balsas con tubos de regadío. Con una flotabilidad garantizada, y probada por miles de cubanos desesperados, había balsas individuales y balsas familiares.
Reunida en consejo familiar, la tropa de Emeterio acordó que con la venta de la casa se le pagara a las mujeres y niños el pasaje de regreso a Cuba en las lanchas rápidas que seguían traficando gente a las costas americanas, pese a la eliminación por la Administración Obama de la política “Pies Secos, Pies Mojados”. Se acabó aquello de que todo cubano que alcanzara el territorio estadounidense podría quedarse en el país, aunque hubiera entrado de forma ilegal. “Tal como dije en La Habana, el futuro de Cuba debería estar en manos de los cubanos”, dijo Obama al justificar su medida. Solo que no aclaró en manos de qué cubanos. Ahora, los Guardado se la iban a jugar. Olga quería cambiarse por Emeterio en la balsa de tubos. “¿Con esa pata mocha cómo va a aguantar la travesía”, argumentaba, pero el EmeZeta se mantuvo firme. Se acordó que los tres varones salieran primero en la balsa, y luego que llegaran, contactaran un lanchero que sacara al resto de la familia. Todos, incluidos los menores, ya se habían hecho residentes en USA, y si no aplicaron para la ciudadanía fue más por desidia que por falta de dinero. O tal vez por aquella añoranza secreta e inconfesable de muchos cubanos que sueñan con regresar a su terruño, dando muestras de una curiosa desmemoria sobre la razón que los llevo a emigrar, fenómeno que alguna vez los sociólogos tendrán que investigar.
No me voy a extender mucho en las peripecias por ese mar del regreso con el rabo entre las piernas. Para Emeterio y su familia, la aventura tenía sabor a fracaso, pero como todos los inmigrantes de estómago, sacaron muy poco de lección. Hay personas que por su carácter se acostumbran a sus cadenas y otras que no saben qué hacer cuando las rompen. Y están las que liberadas de sus ataduras comienzan a atacar al mono. La familia Guardado regresó a su casita de Hialeah, los adultos incluso recuperaron sus antiguos trabajos, los niños su televisión y comida trash. El único que no recuperó su antigua vida fue Emeterio, quien con su pierna mocha, ahora pide limosnas en la intersección de la Hialeah Dr y Flamingo Way, donde mismo le descalabró la vieja judía con su Mercedes, y donde también, un año atrás, él le negó unas monedas al cojo que ahora es su compañero de infortunio.
Pablo de Jesús
Mayo 2018
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