Lo primero que pensó cuando vio aquel montoncitos de billetes verdes fue comprarse una casita y un carro nuevo. Después recapacitó, y se dijo que con ese dinero podría vivir el resto de su vida en otro lugar menos caro que Estados Unidos. De inmediato, le empezó a dar cabeza al asunto. A Emeterio Zacarías Saturnino Guardado los 10 fajos de billetes de a 100 le bailaban delante de los ojos con la misma lujuria que una bailarina egipta ejecuta la danza de los Siete Velos. Mientras su familia miraba fascinada a los Bens acumulados encima del mantel de la mesa del comedor, Emeterio cavilaba. Nunca en su vida había visto tal cantidad de dinero junta. Era la indemnización pagada por la vieja judía que le descalabró el esqueleto y se llevó a bolina su pierna izquierda. Misma que ahora le cosquilleaba en la planta del pie; un hormigueo mortificante que, según le explicó el doctor, se nombra Síndrome del Miembro Fantasma. EmeZeta no entendió mucho la explicación del médico. Los únicos Miembros que él conoció en su vida fueron los “hachepés” del Minint que le acosaban su negocito de vender discos piratas en Guira de Melena. También sabía -porque bruto bruto no era Emeterio- que la gente más educada le llamaba Miembro al pepinito travieso que todo varón lleva entre sus piernas.
Lo cierto es que, ya sea se llamara hachepé, miembro, pepino o pierna, la pata ausente le producía a EmeZeta tremendo escozor cada vez que se enfrentaba a una situación de estrés. Desde que salió del hospital una semana atrás, no dejaba de sentir sensaciones de frío, calor, calambres y descargas eléctricas en su difunta extremidad. Ahora la pierna le picaba mucho, pero como no había nada que rascar, Emeterio se daba golpecitos en el codo, un remedio natural que le recomendó su suegra Leonor. Pero extrañaba aquella agradable picazón entre los dedos de su pie izquierdo, que se aliviaba con un rico violín, y le permitía reflexionar cada vez que debía tomar una decisión importante.
Sin nada que rascar, volvió a mirar la pila de billetes verdes. Le vino a la mente la imagen de la vieja judía depositando sobre la mesa la bolsa Louis Vuitton con el dinero.
—Here you have the money as we agreed. Do not ever ask me for more. I meant it! —escupió con rabia la mujer—. Keep the bag
Justo cuando Olga, la mujer de Emeterio, le iba a preguntar si quería un buchito de café, Nenita, la nieta más avispada y única con cierto dominio del inglés, tradujo las palabras de la judía.
-Ella dice que aquí está el dinero y que no se les ocurra pedir más. Dice que lo dice en serio -repitió la niña.- ¡Ah! Y que se pueden quedar con la bolsa.
-¿Qué se cree la vieja e`mierda esta? ¿Qué nosotros somos unos arrastraos o qué? – explotó Olga, pero la judía ya había salido disparada por la puerta, dejando un rastro de resentimiento a sus espaldas.
Aconsejado por un amigo de la factoría, Emeterio Zacarías le había pedido a la mujer que le pagara la indemnización en cash, para pasar por debajo del radar del Tío Sam. “Que un pobre cuando deposita tanto dinero en el banco enseguida llegan las auras del IRS a buscar su pedazo, mientras los narcos y los socialistas del siglo XXI lavan dinero a espuertas en Miami y nadie va a sus mansiones a exigirle cuentas”, le dijo el amigo. Emeterio hubiera querido que le diera billetes de a mil, para poder esconder mejor el dinero donde lo esconden siempre los pobres: en el forro del colchón. Pero el mismo amigo le dijo que desmallara esa talla, porque desde 1969 Estados Unidos retiró de circulación los billetes de $500, $1000, $5000 y $100 000 dólares. Hoy, los de mayor denominación son los Benjamins o Bens, como coloquialmente le llaman a los billetes con el cabezón de Benjamin Franklin, Padre Fundador, inventor del pararrayos, las lentes bifocales, el cuentamillas y otros artilugios.
Qué hacer con el dinero fue tema de conversación de la familia desde el mismo momento en que Emeterio salió del Jackson Memorial Hospital. Mientras Olga pedía una casa mejor, sus hijos querían carros nuevos, sus nueras irse de compras a las tiendas de lujo del Aventura Mall, y sus nietos un paseo a Disney World, a Emeterio Saturnino Zacarías Guardado le vino una idea a la cabeza. Le llegó como la balsa salvavidas que le tiran a alguien a punto de ahogarse. “¿Y por qué no?”, se dijo. “Es lo mejor y más inteligente”. Justo cuando sus hijos comenzaban a discutir las ventajas entre un Lincoln o un Mercedes, y sus nueras se disputaban el bolso Louis Vuitton, EmeZeta dio un manotazo sobre la mesa, y dijo con voz autoritaria:
-Nos regresamos a Cuba -El silencio que se hizo en el comedor se podía cortar con el cuchillo del 99 de Olga, de tan espeso.- Mañana mismo compramos un barco y nos vamos para Guira de Melena. Allá este dinero nos va a alcanzar para toda la vida.
Las nueras comenzaron un asomo de protesta, viendo como desaparecía la ansiada visita a las boutiques de Aventura, los niños su viaje a Disney, y los dos hijos se quejaron de los transporteichon que manejaban, pero Olga apoyó a Emeterio y al final todos los adultos pactaron con la idea. Los únicos que siguieron con su protesta fueron los más chicos de la familia, y solo se calmaron cuando le aseguraron que en esa Cuba que ellos apenas conocían, también había parques de Disney y Chuck E Cheese´s a montones, “Where a kid can be a kid”, como reza el lema.
Pero las cosas no iban a ser tan fáciles. La compra de un buen bote les iba a llevar al menos un tercio de su nueva fortuna. La familia nunca había navegado, pero sabía lo que era arriesgarse en ese mar traicionero, así que no era cosa de lanzarse a regresar en cualquier tareco que flotara. La salida de Cuba fue bien suave, en un avión de Southwest Airlanes, luego de que Emeterio recibiera visa como asilado político. En realidad, EmeZeta nunca le tiró un hollejo a un chino en la isla. La única vez que cayó preso fue cuando le agarraron con un saco de aguacates y calabazas robadas a una granja local, productos que solía vender en el mercado negro, y le echaron un año de cárcel por reincidente. En la prisión de El Aguacate, en Quivicán, se hizo amigo de unos disidentes, que al salir le incluyeron en una lista de presos políticos que iban a recibir visado americano.
Pero ahora no era fácil conseguir a alguien que se arriesgara a hacer la travesía balsera en sentido inverso. Desde que Obama eliminó el decreto de pies secos pies mojados, el negocio del tráfico de cubanos por el Estrecho de la Florida había ido en descenso y muy pocos pagaban exorbitantes sumas para arriesgarse a ser deportados si los atrapaba un guardacostas americano. Ahora, los cubanos que llegaban a USA eran tan ilegales como los mexicanos, nicas y centroamericanos que cruzaban la frontera sur, o los chinos que venían escondido en contenedores por el puerto de San Francisco. Además, eso de ser balseros al revés, o balseros al cuadrado, sonaba tan absurdo que ningún capitán o dueño de embarcación quería arriesgarse a que las autoridades cubanas le confiscaran la nave y les encausara por balserotraficantes.
En esa disyuntiva andaban, sin saber como iban a poner en práctica el plan del regreso, cuando el amigo Papito Soplatubo les dio la solución a su problema.
-El dinero no hace la felicidad, sino la compra hecha -aseguró Soplatubo, dando muestras de una sapiencia que asombró a Emeterio.- La tienen fácil. Simplemente alquilan un yate para dar una vuelta por los cayos y se van pa´Cuba. Si los agarra el “Costgard” dicen que están pescando, y le enseñan la residencia. Y si les capturan los guardacostas cubanos, entregan la lancha y ya. Con tal de quedarse con un yate más para diversión de los hijitos de papá, los van a dejar irse a su casa.
Antes, había otros asuntos importantes que resolver. Emeterio y sus hijos debían pasar un curso de navegación marina, aunque Olga decía en que con poner en el GPS la dirección de su amiga Fefita en Guira de Melena ya era suficiente. Insistía en que había que comprar unos buenos celulares “Ayfon” y botar los trastos comprados en Ño Que Barato, esos que cuando le ponías una dirección, el GPS te decía: “Mejor bájate y pregunta”. Los otros dos asuntos eran comprar una casa en Guira, pues la que tenían fue confiscada desde el mismo momento en que salieron para el aeropuerto José Martí; y cómo llevar el dinero a Cuba, escondido de tal forma que las autoridades de la isla no lo detectaran.
Al final todo se solucionó, aunque tomó un tiempo. Emeterio y sus chicos pasaron el curso de marinería en una escuela del Bayside en Miami. Aprendieron a distinguir la proa de la popa, el babor y el estribor, barlovento de sotavento y como cortar las olas de manera segura, orzando hasta llegar a la cresta, para descender por la otra parte. Como no hubo nadie que quisiera rentar su yate a unos marineros novicios, se vieron en la necesidad de comprar uno de medio palo, confiando en que aguantara la travesía si el tiempo acompañaba. De esconder el dinero se encargó Olga, al cocer un doble forro en las sayas de las mujeres, los pantalones de los hombres y hasta los shorts de los niños. El hogar en Guira fue resuelta gracias a la ayuda de Papito Soplatubo, quien apalabró un casón en la calle 9 de Abril, pagando la mitad en Miami y la otra cuando llegaran allá.
Sentado en la popa, con una cerveza Presidente en la mano y la muleta a un lado, mientras uno de sus hijos llevaba el timón de la embarcación, Emeterio Zacarías Saturnino Guardado veía alejarse la enorme boya roja, negra y amarilla que marcaba el punto más sur de Estados Unidos, y las 90 millas a Cuba. Una Cuba a la que regresaba con las mismas esperanzas que le hicieron recalar en Miami hacía seis años. Esperanzas de una vida mejor. Para Emeterio, la palabra Libertad era un eslogan más del exilio. Algo así como el Patria o Muerte que escuchó desde que abrió los ojos en Cuba. Aún estaba lejos de descubrir la diferencia entre una consigna y un reclamo.
Pablo de Jesús
Tampa, Junio 3/2018
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