El mayor crimen que hemos cometido los cubanos es haber perdido la capacidad para la trompetilla. Ya ni siquiera sabemos como se lanza. De qué forma se ponían los labios, se ubicaba la lengua en un punto estratégico y colocaba el puño cerrado delante de la boca para dejar salir el aire, y sacar ese sonido que, cual trompeta desafinada, paraba de punta los pelos de nuestros abuelos y ancestros. Una buena trompetilla vale más que mil palabras. La trompetilla era una institución en Cuba. Se le respetaba, porque lo mismo tronaba para un político que para un cheo mal vestido o una mujer con almohaditas engañadoras. Hoy el político es un cheo con implantes de concreto en la cara y las mujeres usan implantes en las nalgas. Los tiempos cambian. Ahora en vez de trompetillas tenemos el whatsapp, facebook y los regatoneros.
Ese gran filósofo callejero que fue Eladio Secades, dijo en una de sus Estampas que el cubano inventó la trompetilla a fuerza de necesitarla, y apuntó con sapiencia que casi todos los errores en nuestra historia fueron trompetillas que se dejaron de tirar. Con la trompetilla desaparecieron también de Cuba los sombreros y bastones, el traje y el esmoquin, el bolero y la zarzuela, las planchas de carbón y las cazuelas (y lo que va dentro de ellas). Y la palabra choteo. El historiador cubano Jorge Mañach definía al choteo como “la acción de tirarlo todo a relajo, de no tomar nada en serio”. Al que le daba lo mismo chicha que limoná le decían Chota, y por lo general era el alma de los velorios con sus chistes irreverentes. Con el tiempo, el Chota pasó a ser un Jodedor Cubano, más tarde un Humorista y actualmente un regatonero.
La eficacia de la trompetilla está en su misma falta de violencia, en su sonido de menosprecio. Coco Fariñas, prócer de la disencia no violenta -a lo Ghandi pero sin turbante-, debería usar más la trompetilla y menos las huelgas de hambre. Tal vez así le hagan más caso. Cualquier otro ademán de burla o desdén, como sacar la lengua, negar el saludo, escupir al paso, levantar el dedo anular, hacer la señal de tarritos con los dedos meñique e índice, se considera una agresión directa, un atentado a la dignidad. No hablemos ya de esa costumbre que tienen los americanos de bajarse los pantalones y enseñar el trasero. Cuestión de latitudes, digo yo. Los cubanos, expresivos como siempre, nos limitamos a agarrarnos los genitales en un gesto de machismo procaz, como hacen los regatoneros.
La trompetilla es eficaz, porque desarma y disuelve la dignidad de la persona objeto del trompetillazo. Es una banderilla de ridículo directa al lomo del pedante. Como le ocurrió a un viejo cubano en un altercado que presencié en un Home Depot de Miami hace unos años.
El hombre, de impoluta guayabera blanca, pantalón de dril, zapatos de dos tonos y leontina de oro de la época de la corneta, le tenía montada tremenda bronca a un empleado americano, quien intentaba explicarle que su pieza para el sanitario descompuesto ya no estaba en existencia porque ese modelo lo habían descontinuado por antiecológico.
-No, no. Mira, necesito una piezecita de este tamaño que va dentro del tanque -explicaba el cubano, mientras la mostraba al rubio una porción del dedo índice, limitada por el pulgar. El americano seguía conque la taza del cubano gastaba mucha agua y no era higiénica, y el viejo dale a que el llevaba 40 años cagando en ella sin problemas, exactamente los que tenía viviendo en Hialeah desde que llegó al exilio. Una pieza llevó a la otra, ambos fueron subiendo la voz, y al final el americano -rubicundo y con nariz de bebedor de whisky al palo-, le dio la espalda al cliente mientras decía: “These fucking Cubans”.
El cubano, que en casi medio siglo viviendo en Miami había aprendido a machucar bastante bien el inglés, explotó como sólo explotan los cubanos cuando se encabronan.
-¡Tú lo que eres un comemierda chico! -soltó el de la guayabera, lo que hizo que el americano se virara con cara de pocos amigos, pues tantos años viviendo en Miami le había enseñado lo peyorativo que resulta la ingesta de eses fecales para los cubanos.
-No, no me mires así. Yo sí que no creo ni en Mazantín el Torero. Y ningún Perico de los Palotes me va a ofender. Yo me fajo con cualquiera -espetó el indignado isleño. Luis Mazzantini fue un torero español que triunfó en Cuba en la temporada de 1886-1887, hasta el punto de que todavía hoy los cubanos le recuerdan con frases como “eso no lo hace ni Mazzantini el torero”. Perico el de los Palotes era un bobo español que tañía un tambor con dos palotes, según las crónicas viejas. Al cubano que califiquen como tal, le están diciendo que es tan imbecil como Nicolás Maduro o Evo Morales.
Al ver que el gringo se quedaba en babia ante tamaña pieza de artillería refranera, el cubano decidió decírselo en su propio idioma.
-Chico, que you do not look at me like that. I don´t believe in Mazántin The Bullfighter. And any Perico de los Palotes … pero se quedó en suspenso, pensando en como traducir este nombre, hasta que encontró la forma- … and any Parrot of the big sticks is going to hurt me.
El americano, y todos los que presenciamos el show, nos quedamos pasmados, admirados ante tal pieza de oratoria bilingue. Hubo un momento de silencio, hasta que del pasillo de al lado, detrás de unos estantes, se escuchó una sonora trompetilla que rompió el hechizo del momento. La carcajada recorrió las cuatro paredes del Home Depot, pero se cortó de pronto, como un fuego al que privan de oxígeno, cuando el viejo, indignado y a punto de un infarto, sacó un pistolón inmenso y gritó:
-¿Quién fue el hijo de puta….?
Todos salimos disparados. Incluyendo al americano, que se fue gritando por los pasillos: -¡Damned Bullfigther! ¡Fucking Perico!
Ahora que ya recuerdan lo que es la trompetilla, usémosla con más frecuencia. Recordémosle a los que hoy ríen y gozan porque nos hundieron las balsas, que los cubanos no somos ningún Perico de los Palotes. Que venimos de un país donde a Mazantín el Torero lo metieron preso por traficar con carne de res.
Y eso cuenta.
Oakland Ene 22/2017
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