He comprobado que cuando quiero agarrar más de 100 likes hay dos cosas que no fallan: escribir sobre mi perro Fenris o de mi amigo Gustavito. Ambos son pequeños y suaves: Fenris, peludo y juguetón. Gustavo, pelado y maratonista por más señas. Pero los dos despiertan los más nobles sentimientos en la comunidad “facebucera”. La misma que ya está hasta las pelotas de tanto dale y dale con temas recurrentes: que sí la Cosa está que arde en Cuba; si el General o la Momia de Origami produjeron ventosidades de colores; si Carnival o el carnaval dominguero de las Damas de Blanco; los niños famélicos de Africa, los enfermos de esto y de lo otro; la Virgen de los Mamones y el Santo de los Cagones; la Hillary o Trump meando en el altar de los creyentes; la Mafia de Miami y La Habana de los que sueñan con secar el Malecón. Y allá van muchos a pedirte aprobaciones a destajo y a decirte que si no das un like o un amén eres el Santo Cachón de todos los cabrones, el cero a la izquierda del Manco de Lepanto.
Por eso, cuando se habla de temas tan nobles como tu propio perro o mi buen maratonista, la gente da Likes a tutiplén y se regalan en caricias que forman un gran abrazo colectivo.
Da igual si vienen los pesimistas de profesión y deprimidos de oficio a pedirnos caridad para gente que tu nunca has visto, ni verás -sin saber si son ciertas o inventadas las desgracias-, a que te estén ahí machacando con jugar al Candy Crush, cuando tu lo que prefieres es reventar un dominó con tus amigos, pegado a una cerveza y un churrasco.
Harto estoy de tanto pide y pide, como si no hubiera cosas lindas en la vida de qué hablar, temas que te hagan olvidar el hecho de que uno muerto dura mucho, y vivo muy poquito, y que la vida es para gozarla y joder lo que se pueda, que ya habrá tiempo de rezar en el cielo o el infierno, a donde sea que vayan los buenos y los malos.
Háblenme de flores y odaliscas desnudas en el mar, de los pájaros que revolotean en la cabeza de mis poetas preferidos; de los libros que han leído, las veces que han hecho el amor en la semana, el vino derramado en el mantel, la ostia que quisieron dar y no pudieron, las noches de parranda con la luna de testigo, el perro que copula y la gata que maúlla en medio de un amor nocturno. Escriban de cosas alegres como el carrusel de caballitos de la infancia, los buñuelos de la abuela y la caricia de un hijo o un nieto antes de irse a la cama. Describan el lunar de la última mujer que les regaló una sonrisa o las manos del siguiente hombre que las desvestirá con la mirada, del sabor salobre del beso en una playa solitaria, el aire limpio de los montes y el trinar de los tomeguines en el palmar de los recuerdos.
Por eso destierro de mi muro a los agoreros del próximo diluvio, los falsos sanadores de espíritus en trance, los santurrones que practican el cunilingus en la oscuridad de sus habitaciones y luego se enjuagan la boca para maldecir el pecado de lujuria; los que niegan que la flor de la canela es una mujer espuma que te limpia el alma en un amanecer de lluvia. Fuera toda esa gente que se empeña en likes negativistas.
¡Sean positivos! La vida es algo más que hincharnos las pelotas con tanta mala nota a toda hora.
Y rían cuando den un like. Saboreen el momento. Acaricien el clítoris del mause, el prepucio de la tecla, y verán qué glorioso es el orgasmo de una lectura que nos haga sonreir.
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