Cuando aquella rubia me pidió un aventón, casi me da un infarto. Alta, curvilínea, de pechos generosos, un complicado peinado y fulgurante vestido de lentejuelas doradas, parecía una diosa salida de ese mar que rielaba a sus espaldas. Le metí el pie al freno y paré el Impala chillando gomas, al costado del Malecón. Ella vino corriendo, pero no como sólo pueden hacerlo las mujeres acostumbradas a reinar sobre tacones de aguja. Corría con un aire de matón de barrio en busca de su presa, que achaqué a su oficio de jineta de la noche. Cuando se inclinó por la ventanilla del auto el chorro de Chanel N.5 me dio una galleta en plena cara.
-¿Me llevas hasta Las Vegas papi? -preguntó de corrido, con una mirada que más que súplica, era de perdonavidas.
Dos certezas cayeron sobre mí como jarros de cerveza en carnavales habaneros: La exagerada feminidad conque hizo la pregunta, y el hecho de que Las Vegas de marras no estaba en el desierto de Nevada, sino en pleno corazón de La Habana, y era el cabaret de homosexuales más popular de los contornos.
Algo vio en mi cara el mariposón nocturno, porque sin decir más abrió la puerta y se acomodó en el asiento del copiloto, mientras yo no sabía que decir.
-Anda mi chino, llévame -dijo en tono meloso, y como vio que yo aún dudaba, me soltó de sopetón: -¡Acere que te voy a pagar, pero no quiero llegar tarde al show coño!.
Encojí los hombros, metí la primera al almendrón azul, y salí pitando del lugar en busca de Paseo. Rodamos en silencio unos minutos, hasta que el rubio mimetizado soltó una carcajada y se arrellanó en el asiento del Impala.
-Oye, si hubieras visto la cara que pusiste cuando me acerqué a la ventanilla, te cagas de la risa -dijo todo jodedor/a el/ella.
-¡Coño chico, es que contigo cualquiera se come un kei! -respondí, sin quitar la vista del parabrisas. Soltó una carcajada, y sacó un espejito de su bolso dorado, retocándose el maquillaje con una pequeña brocha.
Para romper el incómodo silencio, saqué un casete de Kenny Rogers y lo puse en mi canción preferida: The Gambler, muy apropiada para el lugar adonde nos dirigíamos.
– Puro, yo no soy gay -dijo, cerrando de golpe el vanity y guardándolo en su bolso, también de lentejuelas doradas..
No sé que me molestó más. Que negara lo obvio, o me hubiera llamado “puro”. Un puro, al uso de La Habana de 1990, era cualquier mortal que hubiera pasado de los 40 años. Que ya estaba para el desguace, según los más jóvenes. Como vi que callaba, impuso su voz sobre Kenny Rogers.
-Soy una Drag Queen -explicó, y se quitó un mechón de cabello rubio de los ojos
-¿Una qué? -salté yo en mi asiento, y el carro casi se sube en el contén.
-Un transformista. Un hombre que se viste y actúa de mujer para divertir a los demas -aclaró, y mirándome de una forma que no me gustó, añadió: -Y de paso me divierto yo.
-Oye, que yo apunto pero no banqueo -respondí, dejándole claro que me pasaba con ficha en eso de jugar en el otro bando. Tras unos minutos de silencio añadí: -Tu me disculpas, pero para mí un hombre que se viste de mujer es un ….” y dejé la palabra en suspenso.
-¿Un maricón? Coño puro, actualizate. Se dice gay, ge, a, y de la griega, un GLTB. Así es como llaman en la Yuma a los maricones -aclaró con suma convicción.
– Si tu lo dices -dije para ser polai, como suele decir mi amigo Alberto.
-Y de paso, me llamo Yuniel y mi nombre de Drag Queen es Lady Di -dijo, haciendo el gesto de extender la mano.
Ni loco que le iba a estrechar la diestra, ni la siniestra. A saber qué había hecho con ambas. Seguí con la vista clavada al frente, cazando las luces verdes de los semáforos para no tener que parar. El/Ella me miró con indiferencia y clavó la vista enfrente.
Fui buscando las calles menos transitadas para salir rápido de aquella carrera que no me iba a reportar más de tres dólares. Cuando doble izquierda en 23 y J, buscando Infanta y la calle 27, donde estaba el susodicho nido de gays, un policía motorizado me hizo señas de que parara.
“Lo último que me faltaba. A estas horas y ese muerto en el camino”, pensé. Me bajé del carro antes de que la autoridad llegara hasta mí, porque en estas situaciones es mejor tomar la iniciativa.
-¿Pasa algo oficial? -pregunté, y entonces caí en cuenta que el tal motorizado era mi socio El Plateao, llamado así por su costumbre de usar a todas horas, de noche incluso, unas gafas de cristales azogados en las que uno podía verse reflejado, pero nunca verías los ojos del hombre que te estaba calibrando para ver de cuánto iba a ser el monto de la mordida.
-Oye nague, ¿tienes un poco de gasolina ahí que me des? Esta mierda me ha dejao botao -dijo la autoridad oriental, haciendo un gesto hacia la moto policiaca, que descansaba en su pata lateral, encima de la acera.
Como todo taxista clandestino, disponía de una o dos garrafas de cinco litros para mordidas como éstas. La mayoría de los polis de las motos y las patrullas usan esa gasolina extra para extender su radio de acción en busca de poder desplumar a más jineteras y pingueros, aquellos tipos que juegan en las dos novenas sin asomo de rubor.
Mientras trasegaba la gasolina a la moto, el Plateo me hizo un guiño y dijo: -Levantaste tremenda hembra nague. Yo me hice el sueco y me limité a asentir con la cabeza.
-¿Es de producción nacional o de extranja?. Preséntamela, anda -pidió el oriental.
“Tremendo número. Con lo homofóbico que son estos palestinos, si ve que en vez de ella es él lo que tengo en el asiento de carro, me parte en dos. Y lo riega por toda la Habana y provincias adyacentes”, pensé.
-Acere voy echando. Tengo cuadrado en la posada de Ayestarán par de horitas. Tu sabes. -dije lo primero que se me ocurrió para salir del paso.
-Oyeme. Pérate. Que te voy abriendo camino con la sirena. -insistió el palestino.
-¡No! ¡Coño Plateao, no metas bulla que la jeva es casada! -le pedí.
En esas estábamos, cuando un Lada azul ministro se llevó la roja de 23 y J y el Plateo se montó en su potro bicolor para caerle atrás.
-¡Ah nague! ¡A este le parto los verocos yo!, y salió disparado detrás de su próxima víctima.
Regresé al carro. Arranque y de un primerazo salí volando calle 23 abajo, rumbo al Malecón. Mi pasajero/a ni se enteró. Y tampoco se alteró. Al parecer estaba acostumbrado al trajín policiaco.
-Rueda bien la cafetera ésta puro. Cuando llegue a la Yuma me voy a comprar un Mercedes -dijo bajito mi copiloto/a. Se miró de nuevo el maquillaje, pero ahora en el retrovisor. Se pasó un dedo por los labios y añadió: -Estoy en esto para reunir dinero y largarme de este país de mierda.
Yo mantuve mi boca cerrada por precaución. Va y el tipo/a era un corneta de la seguridad disfrazado de reina inglesa.
-Yo estuve en el equipo Cuba de natación, en el Marcelo, pero me dieron baja por rendimiento y no conseguí pincha en ningún lado. Aquí te preparan para ganar medallas, pero no para vivir después de las medallas -añadió, en un tono que llenó de telarañas húmedas el interior del carro.
-Eso pasa -dije, de nuevo, para ser “polay”. Yo, el tipo más polite del mundo. Que no se busca problemas con nadie. Y mucho menos con una maraca de lentejuelas doradas.
-Dicen que allá una Drag Queen gana mucho dinero. Aquí es por amor al arte -reflexionó, más bien para sí.- Para entretener a una partida de pájaras y bugarrones extranjeros que no dan ni propina.
-¿Y por qué no trabajas en algo? En la agriculta, el turismo, de salvavidas, ya que dices eres nadador. No sé, pero eso de vestirse de jeva… No me cuadra -le solté.
-Agricultura ¡Qué horrooor!” -dijo Yuniel, alargando la palabra.
Nos miramos, y soltamos una carcajada.
-Ven acá puro. ¿Tu no sabes que para trabajar en el turismo hay que tener palanca? -preguntó, retóricamente, porque ambos sabíamos la respuesta.- Y la única palanca que yo tengo no me sirve de mucho -afirmó, echando una mirada intencional a su entrepierna.
-Como no conseguía pincha, una loca amiga mía me dijo que, siendo yo tan bonitillo, si me metía en esta disfrazadera podía conseguir que me contrataran en el show de Las Vegas -aclaró el tal Yuniel. Sólo él sabía si ese esa su verdadero nombre.
-¿Y te va bien? -pregunté sin pensar las consecuencias de la pregunta. De nuevo con aquello de ser polite.
-La noche más mala saco unos 20 dólares. Al menos me da pagar el cuarto que rento -explicó. Hizo una pausa, me miró, y con sonrisa maliciosa espetó:- ¿Qué? ¿Quieres meterte en el negocio? Te puedo conectar…. -y dejó la frase en un suspenso intencional.
-¡No jodas tu!” -me defendí.
Callamos. En la casetera del Chevy, ahora Kenny Roger y Lionel Ritchie apastelaban voces en Lady, un clásico americano que el segundo terminó de escribir en un baño de los estudios de grabación.
-Dicen que la vida allá afuera no es tan jamón como la pintan -dije en voz baja. Y como si le hubiera picado una avispa en el culo, mi pasajero/a exclamó:- ¡Pero es mejor que este país de mierda!
De nuevo se hizo el silencio. Cada uno pensando en “este país de mierda” que nos ha convertido en bufones de nosotros mismos, payasos tristes de una vida que no podemos escoger.
Al fin llegamos al cabaret Las Vegas. Paré frente a la entrada, pobre y desangelada. Las otras Drag iban llegando, con su aleteo de lentejuelas y el fru fru de complicados disfraces. El portero, un negro grande de ojos extraviados -sabe Dios cuantos toques se había dado a esas alturas- iba abriendo las puertas de almendrones y ladas rusos, para que descendieran las reinas de la noche.
-¡Chicas! ¡Chicas! ¡Miren a Didi! ¡Llegó en una carroza con un príncipe azuuul! -soltó una maldita pájara pelirroja, disfrazada de Blanca Nieves.
-¡Apúrate Didi! ¡Tenemos que maquillaaaarnos! -añadió una Diana Ross que dejaba chiquita a la original.
Lady Di metió la mano en el bolso y sacó un billete de cinco dólares. Mantuve las manos en el timón, y sin mirarlo dije:- No me debes nada. Fue una botella.
El/ella pareció asombrarse, y se guardó el billete entre los senos postizos.
-El show termina a las 2 de la mañana, pero si quieres darte una vuelta di que vienes de parte de Lady Di y él te dejará pasar -dijo, señalando al negro cancerbero.- Va y ligas otro viajecito aquí -añadió.
-¡Ni loco acere! -exclamé, y de nuevo nos echamos a reir. Me tendió la mano, y ahora si se la estreché.
-Cuídate puro, que tu eres un ser de luz -se despidió, y se bajó dejando un rastro de Chanel en el asiento del carro.
Ya iba a arrancar, cuando el portero me detuvo con un gesto.
-Puro. ¿Te cuadra un viaje pa`el Tritón?. Es un yuma y su pareja, y pagan bien. Si me tocas con algo … -y dejó la frase flotando en el aire. Saqué un dólar y lo puse en el asiento del pasajero, de donde lo desapareció en su manaza enorme.
El negrón abrió la puerta trasera y entraron, muy acaramelados, un hombre maduro, barrigón y calvo, de modales afectados, con un adonis forzudo de producción nacional. El joven le echó el brazo por encima al barrigudo y le dijo algo al óido. El mariconcete soltó una risita con tintineo de cascabeles, y recostando la cabeza en el asiento dijo:- “Ah! La Havane sucia mais désopilante”.
Arranqué el Impala. Puse la primera, y partí hacia la noche de una Habana sucia e hilarante, una Habana que airea sus miserias con las ansias de una vieja lujuriosa.
Diamond Bar, California
4 de abril/2016
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