Está el Halloween americano y también el Jalowin latino. El primero es el original, y nació hace tantos años que ya no queda ni una bruja viva para que haga el cuento de cómo empezaron aquellas fiestas de percheros de los celtas. Hombres y mujeres disfrazados de diosas y carneos, apareándose en los surcos para fertilizar la tierra en baño de semen y jugos vaginales. Ni tampoco un irlandés que pueda explicar por qué se lo trajeron a la América. Junto con el Dia de San Patricio, cuando todo el mundo se viste de verde y se amarran los chivos para evitar las desgracias. He visto gente en Miami que jamas han pisado Nueva York y el 17 de marzo se disfrazan de plátano verde para estar a tono con el Saint Patrick’s Day. Que hasta en inglés lo dicen, haciéndose los americanos, aunque hubieran desembarcado una semana antes en un balsa de teflón.
Tanto el Halloween americano como el Jalowin latino son fiestas de disfraces. Y la excusa para abrir el bar desde el último dia de octubre hasta el siete de enero, un dia después de la llegada de los Reyes Magos. Aunque hay algunos que extienden las festividades hasta la siguiente venida de Melchor, Gaspar y Baltasar en sus camellitos mustios. En estos tres últimos meses de año es cuando más trabajan los funerarios. Gente seria que cuando te dan el pésame intentan averiguar cuántos viejos quedan en la familia para venderles otro plan mortuorio. Nada más lejos del Halloween de espanto y corre corre de los americanos, que un Jalowin latino. Los americanos se disfrazan de espantapáros, de Jason Martes 13 y machete al hombro, y últimamente de payasos asesinos. Los latinos se visten de calacas, que es como le llaman a Doña Muerte en México, de Maras Salvatruchas, Donald Trump o de la Vieja Clinton. El rubio de la boquita de pescado y la Madona del Email son los nuevos personajes de horror de estas festividades del 31 de octubre. Pero todos llenan sus casas de calabazas gigantes, con velas o lucecitas en su interior, telarañas y cuanta cosa morbosa y horripilante se tenga a mano para meter miedo al cartero. Nunca he comulgado con eso de las calabazas bombillas. Me recuerdan al pomo de bonca ancha con el tubo de pasta de dientes dentro, conque nos alumbrábamos durante los frecuentes apagones en Cuba.
En Miami, algunos se disfrazan de Comandante en Jefe y otros de Hombre Nuevo y se van al Versailles o a La Carreta a provocar a los viejitos del exilio paleolítico. Disfrazados estos a quienes la añoranza de la patria les saca roncha. Como un sarpullido tardío. De esos que terminan por convertirse en lepra. Pero hay otros cubanos tan amanzanados, que se disfrazan de Supermán, Batman, Hombre Araña o Tortuga Ninja. Yo me pregunto como es que ninguno se disfraza de Aquamán. Ese héroe de los comics que vivia en el mar y era dueño de peces y sirenas. Debe ser porque cuando sacan un pie de la balsa no quieren saber nunca más de pescados ni sardinas.
Yo confieso, no me gusta el Jalowin latino. Y el Halloween americano me deja frio. La única vez que asistí a una fiesta de disfraces en esta fecha, fui vestido de cubano, y le dieron el primer premio a un mexicano que se disfrazó de Ché Guevara. Usaba una canana que en vez de balas llevaba nebulizadores para el asma. Tan auténtico su disfraz, que estuvo una semana sin bañarse para estar en situación.
En esta fecha, me limitó a comprar caramelos a montones para regalárselos a los enanitos verdes que tocan a la puerta. Gritan “trick or treat”, mientras extienden sus manitas infantiles.
Pablo de Jesus
Octubre 31/2016
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