Dicen que los cubanos tenemos una forma de hablar muy peculiar. No es sólo cuestión de acento o de disparar las palabras como ráfagas de ametralladoras, sino porque usamos tantos vocablos inventados que con nosotros la Real Academia Española echó a un lado eso de “limpia, fija y da esplendor”. Simplemente, nos puso en un capítulo aparte que se llama “Cubanismos”, tan grueso como el propio diccionario de la RAE.
Pero no siempre fuímos así. Antes de que existiera la generación de los “Acerequebolá” nacidos en la etapa de la Revolución, en nuestro país se hablaba con toda corrección y la gente, por muy analfabeta que fuera, era respetuosa y educada. La cosa se torció cuando los “educadores” socialistas sustituyeron la educación de cuna por la llamada educación formal: La de “estudio, trabajo y fusil”, y fornicación a todo trapo.
Hoy son expresiones en desuso palabras tales como caballero, dama, señor, señora y señorita, perdón, disculpe, por favor, con su permiso, ¿sería tan amable?. La dictadura del igualitarismo puso a todos los cubanos a hablar la misma jerga.
Del caballero y el señor pasamos al camarada y el compañero, y cuando el comunismo ruso se desmerengó como se desmerengan los pasteles de cartón, los camaléonicos líderes cubanos nos volvieron a imponer el tratamiento de usted y señor a los extranjeros que arribaban a nuestras costas con cuatro dólares en los bolsillos para montar una empresa mixta.
Las palabras, como los seres humanos, nacen, viven y mueren. Pero de 1959 a la fecha, los cubanos hemos enriquecido el idioma español con conceptos y giros idiomáticos tan extraños que la RAE ya anda pensando hacer un diccionario aparte que se llame “Hablar en Cubano”.
Pero hay términos que se usan más que otros, según los retortijones de estómago de una sociedad atenazada por la desesperanza. La estampida de los últimos tiempos -desde Manolo Paladar hasta los hermanitos Gurriel- han puesto de moda expresiones como “se piró”, “se quedó”, “le vendió el cajetín” y “se la dejó en los callos”.
Pirarse es abandonar intempestivamente un lugar o un grupo, como hacen los cubanos cuando se van al Norte en cuanta cosa flote, o se quedan en país ajeno al escapar de una delegación o una misión en el extranjero. “Traicionaron a sus principios a la Revolución y al Comandante en Jefe”, dice Granma, lo que es lo mismo que decir que “le vendieron el cajetín al socialismo y se la dejaron en los callos al Don de La Monringa.
– Oye, ¿sabes que Yulieski Gurriel el de los Industriales se quedó en Dominicana?
– ¡No me digas que se piró!
– Radio Martí dice que le vendió el cajetín junto a su hermano la noche del martes.
– ¡Ño! ¡Se la dejaron en los callos a los segurosos!
“Cubano que se pira, cubano que vira”, dice el dicho, y luego de unos años en el extranjero, encuentra que no entiende el idioma de sus propios congéneres. Antes de que el General le metiera mano a los “cambios y adecuaciones al modelo socialista”, hacía falta un documento llamado Carta de Invitación para agarrar un “fasten”, palabra muy de uso en la isla. Se cree que su inventor fue el cubano desconocido que se montó en un avión por primera vez y leyó en las pantallitas de advertencia aquello de “Fasten your seat belts” (Ajústense sus cinturones).
Pero hablaba de la Carta de Invitación, el documento que un amigo te enviaba invitándote a visitar la maleficencia del sistema capitalista -con todos los gastos pagados porque el cubano es más pobre que un negro haitiano- para que luego regresaras a explicarle a los demás cubanos por qué éramos un pueblo privilegiado. Yo estuve esperando siempre que un mexicano me mandara una de esas cartas para visitar Tuxpán, ese puerto en Veracruz de donde salió el Granma.
“Tuxpan tiene que ser un puerto enorme para acoger a un yate que ha embarcado a tantos millones de cubanos”, pensaba.
Pero la palabra más socorrida del cubano de 1959 a la fecha es RESOLVER: Principio y fin del socialismo este vocablo.
El cubano no hace gestiones; el cubano resuelve. No compra la comida en un super, sino que la resuelve en bolsa negra. Resuelve unos panes para la merienda de los niños, una entrada para el teatro, unos zapatos, una ropa, una cama de un hospital, una pieza para el refrigerador chino. Y los encargados de resolver todas esas necesidades son los Mecánicos. Mecaniquear para un cubano no es arreglar un auto, sino la mecánica de los actos que conllevan resolver un problema.
Un dia, estaba yo boteando con mi almendrón azul, buscándomela de taxista con mi carro viejo, para que entiendan mejor, cuando una señora española me hizo señas y tras instalarse en el asiento trasero me dijo admirada: “Acabo de pasar por una carnicería y vi en una pizarra que decía Pollo de Dieta. ¡Qué socialismo tan bueno tienen ustedes que hasta venden pollos que no engordan!“. La mujer se bajó del carro convencidísima de que los cubanos éramos los pioneros del pollo orgánico, eso que anda de moda en los países del Primer Mundo. Para no desilusionarla, me quedé callado, sin aclararle que el tal plumífero se le vendía, cuando había, a los necesitados de ciertas dietas médicas, o a los avispados que lograron “resolver” un certificado de enfermedad con un médico amigo.
En el tema de la comida, la imaginación de los dirigentes cubanos supera la de Steve Spilberg con sus dinosaurios y extraterrestres bobitos. Se han inventado tantas variantes alimenticias, que ya casi no alcanzan los adjetivos para nombarlas. El picadillo, esa carne molida que tanto gusta a los cubanos, ahora puede ser de “soya”, “texturizado” o “enriquecido”. O sea, más invento que carne. Hay que ver la cara de un extranjero cuando le decimos que en nuestra querida islita caribeña, a miles de kilómetros de Asia, también comemos “Perro sin Tripa”. Sólo se tranquiliza cuando le explicamos que ese producto alimenticio era algo en forma de manguera que se deshacía al manipularlo y el sabor variaba de quincena en quincena.
El dinero cubano también tiene tantas acepciones que incluso hay cubanos que se quedan sin entender cuando un vendedor callejero le dice: “Acere, ese aguacate cuesta una monja”. Y luego llega el vecino y te pide par de clavos prestados porque está brujo hasta el dia del cobro, o quieres comerte una piza en la calle y te dicen que vale un pescao, o que el litro de gasolina robada a una pipa del estado cuesta una bomba. Al final del dia, te das cuenta que has gastado casi una tabla y lo que te queda es apenas medio palo para pasar el mes.
Hay que ser cubano y estar en el “invento” para saber que un peso es un Clavo; cinco pesos una Monja; 10 pesos un Pescao; 20 pesos es una Bomba, 50 pesos Medio Palo y 100 pesos una Tabla.
De tal manera que yo en Cuba ganaba tres tablas con dos bombas y me consideraba uno de los profesionales mejor pagados. O sea, al cambio oficial de 30 clavos por un dólar, mi salario mensual era la astronómica cifra de un pescao americano.
¡Y todavía hay gente que me pregunta por qué quiero ir a Tuxpan para ver de dónde carajo salió el yate Granma!
Pablo de Jesús
Diamond Bar/Mar 2016
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