“Una madre es alguien que al ver que solo quedan cuatro trozos de tarta de chocolate habiendo cinco hijos, es la primera en decir que nunca le ha gustado el chocolate”. Esta frase la copié de un muro hace muchos años. Nunca he sabido quien la escribió, pero si sé que la heroína del cuento es una mujer maravillosa que la humanidad ha llamado Madre: una mujer que da vida y es capaz de sacrificar la suya por su hijo. Mi vieja decía que le encantaban las papas del fricasé de pollo y sin que nos diéramos cuenta dejaba las mejores postas para sus hijos, repartiendo con equidad la comida milagrosa que lograba poner en la mesa cada día.
No por gusto, en los albores de su existencia, la Humanidad consagró como su primera diosa a una mujer. De ella salía la vida y por eso se le asociaba con la fertilidad de la tierra. No es de extrañar entonces, que cada país tenga un dia para rendirle homenaje a la Madre. En muchos, es el segundo domingo de mayo, y en otros, como en México y Panamá, tienen fechas diferentes. En México es el 10 de mayo, y en Panamá el 8 de diciembre.
Y ¿mamá? ¿De dónde surge la palabra mamá? La edición actual del Diccionario de la real Academia Española la considera como una expresión coloquial infantil, derivada del término francés “mamam”. Aunque también podría provenir del latín “mamma” referida a la mama o pecho femenino.
La experiencia de ser madre es única en cada mujer, e igual en todas desde que el mundo es mundo. Pero la medicina hoy está tan avanzada que hay mujeres que pueden tener hijos sin pecado concebido. Son la versión moderna de la Virgen María. Algunas hasta se alquilan un vientre ajeno donde depositan un óvulo propio y esperan por el milagro de que uno de los millones de espermatozoides comprados en el banco de semen puedan hacer todo el camino de la concepción y encontrar la rendija por donde se cuelen para formar una nueva vida. Es la ley de las probabilidades. Los ovarios contienen más de 50 mil óvulos pero solo 400 tienen la oportunidad de crear vida. Los hombres producen cerca de 10 millones de espermatozoides nuevos al día.
Lo primero que hace una mamá cuando da a luz a su nene es contarle los dedos de las manos y los pies. Mi esposa lo hizo con mis hijas y ví a mi madre hacerlo con sus nietos. ¿Es qué acaso si los niños llegaran a salir con un dedo de menos o de más lo iban a devolver a la factoría? Los niños vienen sin garantía, son no reembolsables y tampoco traen manual de mantenimiento. Es por eso que cada madre es a la vez agente de seguros, compradora compulsiva e ingeniera en armar aparatos complicados. Una madre es también la mujer que aguanta mentiras a mansalva con una sonrisa de condescendencia, cuando apenas nacida la criatura le dicen “¡Que lindo es tu niño!”, y ella, desconfiada porque lo que tiene delante es un renacuajito gris y arrugadito, se cura en salud al responder: “Si, es igualito a su padre”. Pero lo cierto es que toda madre encuentra hermoso a su retoño porque lo mira con los ojos del amor. “Hay sólo un niño bello en el mundo, y cada madre lo tiene”, decía nuestro José Martí.
La mayoría de los bebés nacen con los ojos azules, y solo la exposición a los rayos UV revela su color real. La ciencia ha descubierto que quienes tienen los ojos azules tienen más resistencia al alcohol. Y también que tener más pelos se asocia a un coeficiente intelectual más elevado. Si es así, desde que nacen, ya sabemos quienes serán borrachos perdidos o científicos a lo Einsten, uno que se mandaba tremenda cabellera desgreñada.
Las madres son la versión primera de la radio y de las telenovelas. La mía, recuerdo que me dormía haciéndome el cuento de los Tres Reyes Magos, Melchor, Gaspar y el Negro Va a Saltar. O me cantaba aquello de “duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá”, y yo de tarado iba y me dormía, para mearme en la cama por temor a que me engullera el coco.
Si algo no le falta a toda madre es el repertorio de frases admonitorias. Son expresiones que pasan de generación en generación. “Porque yo lo digo y punto”, y era el clavo final de la discusión. Como si la doctora Polo dejara caer el martillo para decir “¡Caso Cerrado!”. O cuando tu vieja perdía la paciencia y te decía: “¡Cierra la boca, que estoy hablando yo!”. Hay madres religiosas, que ante cualquier metedura de pata va y te sueltan eso de “¡Hay un Dios que todo lo ve!”. Y madres fatalistas que no cesan de repetir “Tarde o temprano me les voy a morir”. Está la mamá sufridora, que repite siempre aquello de “Yo, que tanto te he dado”. Y la trágica, que llevándose la mano a la frente dice “¡Me vas a matar de tanto sufrimiento!”, cuando lo único que uno ha hecho es romperle el último plato de porcelana china que quedaba en su vajilla.
Está la madre avispada. La que te dice “No nací ayer” o “¿Crees que estoy pintada en la pared”. La sanitaria, siempre preguntando “¿Ya te lavaste las manos”. Y la militar, disparando siembre lo de “¡Que sea la última vez!” o “A comer lo que hay, que esto no es restaurante”. La mamá con complejo de vigilante nocturno, que te guardiaba sentada en el sillón de la sala y tan pronto abrías la puerta te sobresaltaba con su expresión de “¿Estas son hora de llegar?”. La progenitora que además era otorrinolaringologa y te peleaba porque “Todo te entra por una oreja y te sale por la otra”. O la alguacil, que te ponía a cagar en los pantalones cuando advertía con cierto retintin “Espera que llegue tu padre y ya veras”.
También está la madre antinuera. La que ante lo inevitable del hecho concluye que “Esa muchacha no te conviene” y la eliminaba con argumentos como que “está muy flaca” o “no tiene buenas caderas para dar a luz”. La palabra nuera la inventaron las suegras cuando empezaron a decir: “esa nuera la mujer que quería para esposa de mi hijo”.
Todas las madres son videntes. Se adelantan a lo que te va a pasar. Cuando te dicen “Ten cuidado que te vas a caer”, y te caes y pierdes un diente. O “come despacio que te vas a atragantar”. Y tu de pendejo te atragantas. Y también “ten cuidado que esa chica me luce es una mala cabeza”. Y uno pierde la cabeza por la que al final si era una mala cabeza del carajo.
Las madres tienen mejor olfato que un perro policía de aeropuerto. “Esas medias ya huelen a queso rancio”, “Lávese los sobacos que se le murió Blanca Nieves con todos los enanitos en el sobaco”, o “aquí hay algo que me huele mal”. Las madres de antes eran la versión femenina de Jesucristo, cuando te decían “Esto me duele más a mi que a tí”, mientras te arreaban una tanda de cintazos para que agarraras el trillo y no te conviertieras en un delincuente juvenil. Tuve un amiguito que cada vez que hacía algo mal la madre lo metía de cabeza en el corral como castigo. Veinte años después, ante los barrotes de la cárcel a donde fue a parar, siempre recordaba a su querida mamá.
Y también hay hijos que confunden a la madre con una casa de empeños: le regalan lavadoras, planchas, licuadoras, TV de pantalla gigante, estufas, neveras, abrelatas, y nunca un ramo de rosas o una caricia. Una madre es la última en enterarse que los hijos crecen. Podrás tener 50 años y hasta nietos, pero ella insiste en plancharte las camisas o almidonarte los calzones. Las madres son la columna vertebral de la familia. Son más rápidas que Supermán, más justicieras que el Zorro y más fuertes que Hercules.
Una madre no tiene pasado ni futuro. Sólo presente. Ya sea que esté viva o esté muerta, siempre la tendremos justo al lado del corazón, para recordarnos que Dios las creó a ellas porque él no podía estar en todas partes a la vez.
Pablo de Jesús
Los Angeles Mayo 14/2017
Comments