Tengo un amigo que me llama cada Thanksgiving y lo primero que hace es soltarme un “¡Feliz Dia del Guanajo!” con tal regocijo que, invariablemente, yo le sigo la corriente y respondo con un “¡gluglugluglú” imitando a un pavo cubano. No sé cual de los dos es más guanajo, pero si sé que ambos celebramos el Thanksgiving con pleno convencimiento de que somos afortunados por estar vivos, saludables, con trabajo y pocas deudas, y tener una bella familia y lindos amigos, lo cual es motivo suficiente para dar Gracias a la vida, guanajo de por medio, cocinado según nuestra muy particular culinaria cubana.
El Thanksgiving es una tradición americana que los inmigrantes hemos adoptado con total convencimiento de que donde fuere, haz lo que viere. Y porque es la única de las tres reuniones familiares del año, contando Navidad y Noche Buena, en que los iPods y tablets no estarán a la izquierda de los cubiertos en la mesa.
Según la tradición, todo parte de aquellos peregrinos que escapando de la pobreza y persecuciones religiosas viajaron desde Inglaterra en el barco Mayflower para desembarcar en 1620 en territorio americano. Cuando pusieron pie en tierra, los indios del lugar no le pidieron visa ni amenazaron con deportarlos. Al contrario, les enseñaron a sembrar batatas dulces y calabazas, y a cazar y a curar la carne de los pavos salvajes que abundaban en la zona. En agradecimiento, aquellos pioneros le mostraron a los indios como hacer whisky, y le regalaron todas las epidemias y enfermedades que habían traído consigo desde la madre patria. Aquellos ‘pilgrims’ lograron sobrevivir un invierno muy duro, y agradecidos organizaron una gran cena a la que invitaron a los indios nativos que habían sobrevivido al contagio con la nueva civilización. La primera celebración de Acción de Gracias duró varios días, y según cuentan, la borrachera fue de órdago.
Con el tiempo, aquella cena histórica se convirtió en una jornada de agradecimiento por las cosechas.
George Washington, presidente primigenio de Estados Unidos y hacendoso cultivador de tabaco y uvas, declaró el 19 de febrero de 1795 como primer Día de Acción de Gracias. El Thanksgiving por la buena cosecha de sus casi 30.000 hectáreas de tierra. Más tarde, Abraham Lincoln escogió el 3 de octubre de 1863 como día de reflexión y agradecimiento.
El presidente Franklin Delano Roosevelt cambió en 1941 el Thanksgiving para el cuarto jueves del mes de noviembre. Fue una decisión para reactivar la deprimida economía, pues eso marcó el pistolezo de arrancada para el inicio de la temporada comercial de navidad. El viernes siguiente al Thanksgiving quedó marcado como el Black Friday, por las rebajas en los comercios y las peloteras en las tiendas para hacer las primeras compras de Navidad.
Thanksgiving es la fiesta estadísticamente más celebrada entre los latinos en Estados Unidos. Según la encuestadora Nielson Homescan Omnibus, el 51% de los hispanos en este país celebran la fecha. Los latinos han adaptado el Thanksgiving a sus costumbres. A la tradicional comida del pavo pavo asado, puré de papas, batatas caramelizadas, judías verdes o zanahorias glaseadas, panecillos de maíz y el postre típico de pastel de calabaza o de nueces, cada grupo inmigrante le ha dado su toque, lo que es un reflejo también de la diversidad cultural de este país.
Para los que no nacimos en tierra americana, los preparativos para el Thanksgiving entrañan un reto mayúsculo. En primer lugar, la selección del pavo, llamado acá turkey, mientras en México se conoce como guajolote, chulingo y cócono; en Guatemala y El Salvador chompipes, en el resto del continente simplemente pavo, y en Cuba guanajo.
Toca escoger unas de esas bolas congeladas y gigantescas que venden en los supermercados, que como todo guanajo americano son grandes, gordos y esteróidicos, pero más desabridos que Jeb Bush en campaña presidencial. Me maravilla ver como la gente le da vuelta a esas bolas de hielo, las palpa, las pesa con las manos, y algunos hasta las huelen. Hay quien prefiere gastar más dinero en un pavo orgánico, porque según dicen, el animalito no sufrió al momento de pasar a mejor vida y su carne está libre de estrés. A estos gourmets piadosos lo único que les falta pedir es que los pavos sean rubios, de ojos azules y amantes de los ‘comics’, para garantizar su americanidad.
Los cubanos de Miami han patentado una receta para entrarle a ese guanajo seco y desabrido de los americanos: el famoso “pavochón”, adobado con naranja agria, ajo, comino, laurel, y sal, tal y como preparan el lechón de Navidad y Fin de Año. En muchas mesas cubanas, pavo, mash potatoe y toda la compaña americana son meros adornos, ofrendas de agradecimiento al país que los acoge, porque en la mesa reina el pernil de puerco asado, congrí, tostones, la yuca con mojo, ensalada de aguacate y unos gloriosos casquitos de guayaba con queso amarillo.
En Cuba, apenas comí pavo dos veces en mi vida. No era facil empatarse con un guanajo emplumado, aunque los de otro tipo estaban a tres trozos. Si un guajiro tenía un guanajo se buscaba una guanaja para tener guanajitos, que luego vendía en el mercado libre campesino a 10 pesos la libra. Eso era antes del llamado Periodo Especial, aquella edad de piedra en que todo empezó a descomponerse y que tiene ahora a casi 5.000 cubanos varados en tierras extrañas, penando para llegar al paraíso soñado y dar Gracias a la suerte por haber sobrevivido a la mala leche de sus gobernantes. Este año, hagamos una gran cadena para pedir por ellos también. En definitiva, todos somos víctimas del mismo Guanajo.
Nov. 25/2015
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