Justo el miércoles escribí que “el amor no se puede limitar a un solo día del año. Amemos todos los días, y cuando encontremos a alguien con café en la mirada, alguien que nos quite el sueño, no tengamos reparo en andar insomnes por el mundo”. Hoy estamos insomnes y tristes, pero no a causa del amor, sino del desamor. Un desamor que se ha cocinado en la hoguera del odio y los desequilibrios de la mente, alimentado por la ineficiencia de los que cobran por cuidarnos, y la corrupción de los que se esfuerzan en esquilmarnos.
El mismo día que rendíamos pleitesía al amor en todas sus variantes, un chico de 19 años cometió una de las peores masacres en la historia de Florida. Veinte minutos antes de que tocara el timbre para dar por terminada las clases de la jornada, Nikolas Cruz roció una lluvia de balas sobre sus ex compañeros de la secundaria Marjory Stoneman Douglas, en la pequeña ciudad floridana de Parkland, a 50 millas de Miami. Su criminal gatillo dejó 17 muertos, 15 heridos y cientos de niños y jóvenes que sufrirán las secuelas de un salvajismo sin sentido. Víctimas colaterales son los padres que han perdido a sus hijos. Parte de ellos ha muerto con cada disparo de ese fusil semiautomático, al que muchos -bienintencionados y malintencionados- han querido culpar. Les recuerdo que no es el arma. Es el alma la que mata. Los desalmados siempre están armados. Ni la tan llevada y traída Segunda Enmienda justifica que estos perversos tengan acceso a las armas de fuego. Es mi opinión. Háblenle de Segunda Enmienda a esos padres que perdieron a sus hijos.
La otra cara de esta tragedia es el propio Cruz. Un chico de 19 años, con problemas mentales y hasta cierto autismo, víctima del bulling de sus compañeros, expulsado de la escuela, y huérfano dos veces: de sus padres originales y sus padres adoptivos. ¿Cómo pudo alguien así comprar un arma tan terrible? Es un contrasentido que a los 18 años puedas comprar un arma o sacar una licencia de conducción para manejar otra arma mortal, pero no puedas comprar cigarrillos ni cervezas.
Como escribí en un post que muchos de mis amigos comentaron y compartieron, duele ver las caras de esos chicos asesinados. Y me espanta pensar cómo me hubiera sentido si fueran mis hijas. Estoy seguro que una parte de mí moriría si una de ellas me es arrancada de esa forma cruel e inesperada. Ya no vale suponer que están seguros en la escuela, como tampoco lo están en la calle, en el cine, la disco o en la iglesia. Locos recientes han cometido asesinatos en esos lugares, todos inexplicables e insensatos. Cierto que unos por fanatismo, otros por xenofobia, y los más por cancaneos de una mente enferma, los asesinos encontrarán siempre el arma mortal conque hacer daño.
Ahora, el gobernador floridano pide la renuncia del director del FBI debido a que ese organismo había recibido bastantes señales de que Nikolas Cruz era una amenaza social. ¿Y a él quien le pide la renuncia? ¿Y a los jefes de policía del condado de Broward y la ciudad de Parkland quién les pide la renuncia? Si el gobern se hubiera preocupado por pasar leyes más severas para limitar la compra de armas por parte de jóvenes conflictivos, o las autoridades hubieran procedidos con firmeza ante un loco como Cruz, a cuya casa fue la policía 29 veces en los últimos meses, ante denuncias de vecinos por estar tiroteando gatos y pollos, tal vez no estaríamos hablando hoy de esta tragedia.
Pero como nuestros políticos juegan con los sentimientos de sus votantes y se reeligen con el dinero de los negociantes, siento decirles que esta tragedia ocupara, si acaso, dos o tres días más las páginas de los diarios y espacios noticiosos. Florida tiene una de las legislaciones más permisivas en la compra de armas, y como dijo un propio representante estatal, cuyo hijo estudia en esa escuela, “nada cambiará”. Pero tiene que cambiar. Tenemos que cambiarlo.
Días antes de esta tragedia el comisionado de Agricultura y aspirante a la gobernación Adam Putnam, propuso ante la Legislatura estatal la propuesta de ley SB 740, “con la que se aliviaría el proceso de licencia para personas que fueron convictos de hechos delictivos y ya cumplieron su penas”. De esta forma los exconvictos no tienen derecho a votar pero sí a comprar armas.
La codicia tiene un precio: 17 vidas truncadas, 14 de ellas de chicos que apenas empezaban a florecer. Ya no dirán más madre, padre, amor, porque desde la dimensión donde habitan solo serán escuchados por los que sufren sus ausencias. No permitamos que enmudezcan. Los políticos son sordos, porque el dinero no tiene oídos, aunque si voz. Gritemos nosotros más alto a ver si acallamos el ruido de esas balas que horadan nuestra conciencia.
Duele, coño, escribir cosas tristes en domingo.
Pablo de Jesús
Feb 19/2018
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