Si los cubanos habláramos solo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar. Parafraseo al político y escritor español Manuel Azaña para referirme al caso de la joven cubana bautizada como Luisa Bell, la de Hialeah, quien la semana pasada protagonizó un incidente que tuvo repercusión nacional, tras negarse a atender el pedido de unos clientes estadounidenses que no hablaban español, por lo que fue despedida. Si quieren que les sea sincero, cuando vi el video de Luisa diciendo “Esto es Hialeah, aquí no se habla inglés”, lo que sentí fue pena. Una pena inmensa por Luisa, y una pena vergonzosa por nosotros, los inmigrantes que llegamos a este país con solo dos palabras de inglés en el bolsillo: Yes y No.
En mi opinión, el video tomado por los dos clientes, que según la prensa estadounidense estaban “hambrientos y frustrados”, fue hecho con mala leche y alevosía, y se extendió por las redes sociales y medios de prensa con más rapidez que los memes sobre el presidente Trump. Lo primero que me llamó la atención fue por qué, si no fueron entendidos al principio, los clientes no hicieron el pedido diciendo simplemente el número de los alimentos que querían. Vaya, que Luisa podrá ser muy zurda a la lengua de Shakespeare, pero el uan-tu-tri se lo sabe hasta un niño de teta nacido en los remates de Hialeah. Tan bruta no puede ser Luisita cuando estaba de gerente nocturna de Taco Bell. ¿Y si los tales clientes se burlaron de su inglés cuando hacían el pedido delante del interfono? Nadie puede decir ahora si hubo o no un bullying previo porque la exempleada de Taco Bell se ha encerrado en un mutismo escandaloso; tanto, que muchos piensan si la tal Luisa es real o un holograma
tridimensional programado para repetir una y otra vez “Esto es Hialeah, aquí no se habla inglés”.
Estoy convencido de que todo fue urdido por tales “clientes”, que tal vez se sintieron como peces fuera del agua en el cubaneo de Hialeah. O tal vez un acto de despecho porque en Miami y Hialeah, para conseguir trabajo, es más importante hablar español que inglés.
Es cierto que hablar inglés en Hialeah es como hablar esperanto en mi pueblito de Bejucal, donde solo dos personas parlaban el llamado idioma universal. Hialeah es la ciudad donde más español se habla en Estados Unidos. Ocho de cada diez haialeahnos nacieron fuera de este país, y según datos del último censo poblacional, el 92% de sus 237.000 habitantes solo habla español. La mayoría de ellos son cubanos, aunque también viven muchos puertorriqueños, dominicanos, nicaraguenses y mexicanos. Como también es cierto que muchos cubanos practican a diario el bullying lingüístico en Miami. De hecho, yo lo sufrí cuando llegué a estos lares como inmigrante en 1996. En el año y medio que viví en Miami, hasta que me mudé a Los Angeles, me sentí sordo y mudo en el idioma de Shakespeare, y no porque no lo hablara, sino por mi acentazo habanero, objeto de burla de muchos enanos mentales que al minimizarme creían compensar así su inferioridad intelectual y académica. Hasta el día que me di cuenta que la mayoría de ellos hablaban un inglés lleno de fillers, esas muletillas del idioma que te sirven para completar una frase ante la escasez de vocabulario para conformar ideas. Era, y es (pongan oreja a su forma de hablar), un inglés con profusión de You know, indeed, basically, well, whatever, like, y tantos so que parecen carretoneros animando a sus caballos.
Yo quise hablar con Luisa, pero me fue imposible localizarla. Un amigo de esa Ciudad que Progresa fue hasta la dirección que aparecía en su expediente de trabajo y nadie le abrió la puerta. Frente a la casa, tenían colgados dos anuncios: uno que decía “no trespassing” y otro que ponía “beware the dog”. Se cae de la mata que la negación de Luisa a parlar english es más un acto de despecho que de analfabetismo lingüístico.
Conozco a muchos amigos, profesionales o no, provenientes de Cuba, México, Venezuela y otros sitios, que por falta de inglés no han podido revalidar sus carreras en USA. Pero ello en nada demerita el esfuerzo que han hecho para vivir con dignidad en este país de acogida, a veces con trabajos mal pagados, pero siempre honrados. Le han dado a su familia y a sus hijos las oportunidades que les negaron allí de donde salieron, lo cual demuestra que la voluntad y el tesón no tienen barreras idiomáticas.
Pero, con razón o no, también está mal lo que hizo Luisa. Quien trabaja con el público tiene que tener más tabla que Home Depot y Lowe juntos, por aquello de que el cliente siempre tiene la razón. Ahora su expediente laboral ha quedado tan manchado que ni trabajando en una lavandería china podrá quitarse la mácula. Aprendamos la lección que nos dejó el episodio de Luisa Bell de Hialeah. No hagamos leña del árbol caído ni le hagamos el juego a aquellos que dicen que en Estados Unidos un inmigrante sin inglés es nada, y con inglés es nothing. Los inmigrantes si contamos aquí. Algunos podremos ser mudos y sordos idiomáticos, pero no ciegos.
Pablo de Jesús
Sept 22/2018
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