“Yo te toco y tu me tocas, a bailar el toca toca”, asi decía un estribillo de una pegajosa canción de Adalberto Alvarez en la década de los 90, y hoy parece que muchos la están bailando en este Facebook. “Un amigo te ha dado un toque”, me advierte la invención de Mark Zuckerberg, y ahí estamos como dos idiotas, dándonos toques uno al otro, cual adictos compartiendo un cigarrillo de marihuana comprado a hurtadillas en el Mercado de las Pulgas de Hialeah. Hay algo de complicidad en esto de darse toques a teclazos. Y no dudo que algunos pondrán su cierta dósis de erotismo en el asunto. Pero a mí realmente me parece absurdo que una persona que jamás te ha dado un Like -un mínimo y solitario Me Gusta- te tasajee a toques como si fueras el tambor de Tata Guines.
Yo, más que ese toqueteo cibernético, prefiero el estrechón de manos o el abrazo cuando se trata de viejas amistades. También una foto, para dejar constancia del encuentro, y que la gente vea que uno es popular. Al menos, que hay cierto caché en sus amistades, ya sean intelectuales de fuste, atletas de élite o bailarinas nudistas. Cualquier cosa con tal de que nos realce la página de Facebook o Instagram.
Es por eso que prefiero el tête a tête, como dicen los franceses, que en eso de ser cariñosos son los reyes del mambo mientras el resto apenas llegamos a niños de teta. Eso me recuerda a una compañera de trabajo en Cuba, medio piki ella y algo refinada, que un dia en que nos estábamos echando unos tragos de té con menta en el Hurón Azul, se levantó de pronto y dijo: “Me tengo que ir porque me duele la tête”. Yo entonces no era tan culto como ahora que he corrido mundo, aunque a veces me parece también que lo he tragado. Como todo un caballero me ofrecí para aliviar el dolor de la tête de mi amiga, pero ella lo tomó por otro lado y nunca más me habló. Si hubiera dicho testa nuestra amistad perduraría, porque no es lo mismo un testazo que un tetaso, que era lo que nos estábamos dando con sabor a menta cuando se le fastidió la tête.
Ya acá, en tierras del Tio Sam, aprendí que también se puede usar el “cheek-to-cheek” de los americanos para determinadas situaciones, como bailar apretaditos mejilla con mejilla. La primera vez que oí esa expresión casi muero de un ataque al corazón. Acababa de aterrizar en Miami con una mano alante y la otra también, cuando un amigo me invitó a La Cascada, aquel Palacio de las Arrugas en la calle 8 del Southwest en Miami, donde tantos amores estrujados se cocieron.
En ese célebre lugar ya inexistente, muchas mujeres mayores de 50 años iban a bailar y otras a buscar ‘pepillos’ que les contentaran su viudez tardía, o calentara la cama en las noches de fria soledad. En la oscuridad de la Cascada, los jóvenes recién llegados y sin dinero cortejaban sin pena ni pudores a mujeres bien entradas en los tas de la vida: ocambas de 50, 60, 70 y hasta 80, que las vi yo, y me tocaron en suerte.
Mi amigo me había embullado a ver si nos quitábamos el gorrión de encima, porque eso de estar triste, sólo y sin dinero, es más feo que el pobre de Mike Jagger. En el cuarto de hora que estuve sentado en la barra, me bajé tres cervezas y un whisky -todo pagado por mi amigo M.-, y ya estaba entonado y con los radares alertas en posición de caza mayor, cuando una señora de incierto calendario me sacó a bailar un bolerón de Pacho Alonso. El chorro de Chanel Number Five casi me noquea, pero aquella dama se me pegó al cuerpo y me dijo bajito en el oído: “cheek-to-cheek”. Me asusté tanto que perdí el paso y le di un pisotón en sus caros zapatos Gucci, pero ella ni se inmutó. Al contrario, se apretó más a mí, y yo me dejé llevar, aunque una idea rondaba mi cabeza: “¿tendré que pagarle con cheque a esta temba?”. “Me cago en M., por no decirme que acá había que pagar el baile” pensaba yo, que andaba más escachao que patacón pisao. Pasaron tres boleros y cuando saltaron a un merengue aquella mujer tomó fuelle y empezó a menear cintura, como si fuera una quinceañera en su fiesta de presentación social.
Las cervezas y el whisky empezaron su natural tarea, y al rato aquellas féminas ya no estaban tan añejas. A cada vuelta las veía rejuvenecer como el Viaje a la Semilla de Alejo Carpentier. No estaban viejas, sino crujientes, porque cuando bailaban toda la osamenta hacía crack, como si se estuviera acomodando el esqueleo en cada pasillo sobre las lozas sucias del recinto. Yo, que andaba en esa edad indefinida de los 40, cuando el hombre está a 10 pasos de pasar de maduro a apolismado, ya resentía tanto bailoteo, e invité a mi perfumada Dulcinea a un trago en las butacas de la barra. Ella accedió. Bajo el neón azul y frio se materializó una bisabuela picarona, que con gran sonrisa de dientes postizos me dijo, al tiempo que me daba un beso en la mejilla: “Gracias sweetie; lo disfruté mucho”, y sacando un billete de 20 dólares de su escote lo puso en la barra para pagar baile y consumición. De nada valió que yo me negara a recibir propinas, pero ella insistió tanto, que cuando amenazó con otra ronda de jotas y danzones, me eché al Jackson en el bolsillo y ni me di por ofendido. Billete que estuvo destilando Chanel en mi cartera, hasta que me vi sin gasolina para el viejo transporteichon.
Años después, cuando he pasado de apolismado a irremediablemente descompuesto, me doy cuenta que en realidad uno no envejece cuando se le marchita la piel, sino cuando se le arrugan los sueños y la esperanza. Y esa señora parecía haber planchado ambas cosas con la misma efiacia comprobada de una tintorería de chinos de Cantón. Que los de Pekín son lo que hacen el arroz frito y el pato pekinés, y si te descuidas hasta la perrita pekinesa va a parar en el menú.
De aquella mi única visita a La Cascada saqué una gran lección: A las arrugas de la vida, muéstrale una gran sonrisa. Y si los amigos te dan un toque, es porque te quieren, pese al apolisme de correr por esta vida ponchado y sin repuesto.
Entonces, que siga el toca toca, pero me gusta más el tête a tête.
Pablo de Jesús
San Diego, California
Marzo 19/2017
Comments
Lery
1st May 2017 at 1:37 pmMe ha divertido muchísimo!