– ¡Uno, dos, tres, cuatro de frente marrrrch. La pieejna regta, la vistaenfrente. ¡Uno, dos, tres, cuatro pelotooón aaaltt!
El sol rajando las piedras y nosotros creyéndonos el cuento de que la “Era está pariendo un corazón, no puede más se muere de dolor”, marchando hacia un futuro que decían era promisorio, pese a que el desodorante de leche de magnesia con bicabornato comenzaba a dejarnos parches de sudor oscuro en las camisas almidonadas y los entreveros del pantalón, sintiendo que las plantas de los pies se nos calentaban contra el cemento duro; todo un batallón de guanajos bailando sobre planchas de zinc caliente y para nada los valientes soldados que iban a salvar a la tal Era de aquellos milicos coño’e su madre que abusaban de los pobres inditos sin tierra ni futuro.
Verano de 1964: recuerdos color ocre en la niebla de un pasado donde el sargento Guerrero exigía marcialidad de cadetes a un grupo de jodedores, hastiados de tanta disciplina de soldaditos sin fusil, gritando siempre “¡Comandante en Jefe Ordene!”, con el gracioso de turno que decía Ordeñe y por su culpa nos ponían a marchar de nuevo sobre el asfalto caliente , bajo un sol de justicia, para ver si chivateábamos al falta de respeto con el padre de todos los cubanos, amante eterno de nuestra madre patria. El sargento que se indignaba y nos decía que éramos unos hijos de puta malnacidos, sin caer en cuenta que ofendía a la madrecita patria y a nuestro padre putativo. De castigo, vuelta a marchar, y a vigilar de cerca al HP que gustaba de ordeñar los baluartes de la revolución, no sea que se nos reventaran los pies con tanta caminata militar.
A veces, Guerrero nos daba clases de táctica y estrategia y escribía en la pizarra Haño de Educasión y la Bataya de Plalla Jirón, hablando de sus hazañas en aquella guerrita que vivió dentro de un tanque T-34 que aún olía a grasa de carreta. O nos ponía documentales de inditos bolivianos que eran explotados por el imperialismo, pero por más que rebuscábamos al malo de la película no pillábamos nunca a indios flacos ni sin dientes y si a indios propietarios de sus casitas de barros y de camélidos tristes o dopados. Y las inditas tenían además ese bombín tipo Charles Chaplin que les tapaba el sol, mientras nosotros nos metíamos el rubio a capella, sin churumbel ni toca, y aún así prestábamos nuestras manos blancas y nuestras manos negras a Quilapayún para hacer una muralla desde la playa hasta el monte con su tun tun quien es y toda esa mierda que nos hacían tragar por tubería rusa made in CCCR.
Nos levantábamos temprano con Sara González pegada en la oreja y anunciando que “Cuba Va” a alguna parte pero si nos poníamos a comer mierda nos dejaban en el andén, sin desayuno y un reporte por llegar tarde a formación. Matutinos de Martí, Maceo, y el Loco de la Colina recordándonos todos los días y a cada minuto que primero se hundiría la isla en el mar antes de que el señor capitalista nos aflojara el dólar, sin saber que ya el negocio estaba hecho y que el Chamamé a Cuba de la gorda Mercedes Sosa eran los primeros soplos del bichito que años más tarde nos llevaría a tomar la canoa y dejar el pago para ver ese lugar malvado de donde salían los dólares y dolores, que tanto han castigado a nuestra pobre islita de retazos y pedazos.
Las tardes eran de surcos y semillas después de almorzar aquellos chícharos ahumados que a cada machetazo bailaban una zamba loca entre el espinazo y el ombligo, hasta que se incorporaban al torrente sanguíneo y nos dejaban escuchar al trovador enamorado de una Yolanda esquiva, imaginada mulata de buena grupa y ojos verdes, y para nada parecida a nuestra flaca enfermera de igual nombre, más cachonda que lironda, pero devota de los guerreros nonatos que crecíamos en el vientre de la Era, sin saber aún que la vida no vale nada cuando te ofrecen unicornios a cambio de Yolandas. Un verdadero engaño.
Marcha en las mañanas, en la tarde y en las noches. Pero marcha dura y pura del zapato contra el cemento y no la marcha rica de los españoles cuando van de putas o a bailar. Marcha cubana de apretar el culo, la pierna recta, la vista al frente.
– ¡Pelotooón atenjó! ¡Instructor Guilarte, pase lista! -ordenaba el sargento, y nos quedábamos inmóviles, como esos guerreros de terracota de la dinastía Qin, a la espera de que alguien nos despedazara a garrotazos.
– Lázaro González
– ¡Presente!
– Guillermo Aníbal
– ¡Presente!
– Carlos Diaz
– ¡Presente!
– Juan Pérez…. Juan Pérez…. Juan Pérez!
– ¡Ponle una U! -mandaba Guerrero- ¡Ponle una U de Usente!
– ¡De frente, marrrch. Uno, dos, tres, cuatro. La pieenna regta, la vistaenfrente! ¡Ustedes son soldados de la patria!
– ¡Permiso para salir de formación mi sargento! -pedía Pablo Bola de Humo.
– ¿Para que lo requiere? -exigía Guerrero
– ¡Tengo que ir a la enfermería sargento!. ¡Me está doliendo la hipotenusa!
– ¡Autorizado! ¡Tómese el dia!
– ¡Permiso para ir a la enfermería sargento! -clamaba Roberto El Zurdo.
– ¿Para que lo requiere?
– ¡Tengo un logaritmo en el pie sargento!
– ¡Autorizado! ¡Tómese el dia!
Y uno a uno iban desertando los soldados del valeroso Guerrero, hasta que sólo quedaba un grupito de faltos de imaginación, que al final eran los vanguardias de todo, mientras los “enfermos” de nada perdíamos el pase de fin de semana, y no nos quedaba otro remedio que escaparnos a ligar pizas y jevitas en el Coney Island de Mariano. Regresábamos antes del cambio de guardia de las 12 de la noche, cuando Guerrero pasaba revista en los albergues y luego se iba a desfogar su rifle en el regazo de la profe de Biología, dejando el terreno libre para que brincáramos de tejado en tejado hasta el albergue femenino, donde probábamos nuestras pistolitas púberes a la espera de la última mujer y el próximo combate.
“Uno, dos, tres, cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos”, cantábamos rebeldes, en marcha hacia un futuro que nunca nos alcanzó. ¡Y mira que dimos zapatazos contra el piso!
Pablo de Jesús
Diamond Bar, Feb 12/2017
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