CUIDADO CON LAS REDES SOCIALES, A VECES TIENEN HUECOS
Tengan cuidado cuando ordenen algo por internet. Tengo un amigo que compró un aparato para agrandar el pene, y los muy desgraciados le mandaron una lupa. Y otra amiga que adquirió un consolador en Amazon, y al dia siguiente había un sacerdote en la puerta de su casa.
Traigo esta advertencia a colación, para que no se dejen tentar por las cosas que parecen y no son, sin ver las que sony no lo parecen. En buen castellano, no todo lo que brilla en internet es el oro que bendijo el moro.
Con esto de la operación de la rodilla he tenido mucho tiempo para reflexionar sobre ello. Tanto, que me da la impresión de haberme pasado las vacaciones como en un crucero: cruzo pal cuarto, cruzo pa’la sala, cruzo pa’la cocina, cruzo pal baño. Pero he aprovechado para estar más conectado con mis amigos de las redes sociales. Nada más parecido a un refrigerador cubano que Facebook: sabes que no tiene nada, pero igual abres a ver que encuentras. Y en estos dias me he encontrado con cientos de nuevos amigos, unos conocidos de atrás (en el tiempo), otros por conocer.
Por ejemplo, hace poco me apareció una enamorada en Nicaragua. Desde los años 80 del siglo pasado una mujer no me echaba los tejos como lo hizo la susodicha en mensajitos por Facebook. Todos los dias me mandaba por chat flores, besos, y fracesitas amorosas. Si yo fuera un tipo resbaloso, sabe Dios lo que hubiera pasado, pero como estoy de vuelta de todo -lo cual no quiere decir que esté retirado del asunto-, el cyberbullying de la nica no me movió mucho el piso. Nunca le contesté con palabras, pero la llené de emoticones, que para algo Mark Zuckerberg se los inventó. Me hice el chivo loco, el despistado, porque en esto de las redes sociales hay que tener mucho cuidado. Uno no sabe si del otro lado quien le escribe es un calvo barrigón y vicioso; un Daniel Ortega o una supermodelo con el cuerpo de Kim Kardashian.
Al final, cuando le pregunté por qué su foto de perfil era un gato siamés, recibí la fotografía de una señora de 40 años, de muy buen ver, con el lago Cocibolco y el volcán Mombacho de fondo.
Le respondí, “Wao, lindo paisaje”, y al rato me llegó una pregunta que desentrañó los misterios de ese amor inesperado: “¿Y tú eres ciudadano americano?”, quiso saber la doña. Ella misma se borró de mi lista de amigos cuando le respondí que tenía una carta de deportación por vender pirulíes de marihuana en las escuelas.
También me pidió amistad otro llamado Fantastic Mangongo, con residencia en Dar es Salaam. Revisé su muro, porque ya se sabe que las mayorías de los fraudes cibernéticos se fraguan en esa Africa ancestral que uno piensa llena de leones, cuando en realidad lo que abundan son las víboras informáticas, dispuestas a meterte un malware por el primer resquicio que le abras. La foto de portada del tal Magongo era un Boing-747 en fase de despegue y una frase: “Kusoma Raha Sana”. Tomando en cuenta que esa H intermedia los hispanohablantes la pronunciamos como J, el tal Raja Sana tiene muy pocas oportunidades de ser mi amigo.
Es evidente que voy de lo sublime al creerme un Brad Pitt de la tercera edad, al ridículo de que un Mangongo me quiera tomar por Mongo.
La gente hoy es muy interesada. Algunos cuentan los Likes que dan según los que reciben, como si fuera una operación comercial. Unos pocos -casi siempre los mismos- ponen interesantes comentarios, y otros se dedican a pasear por Facebook como si estuvieran de visita en una casa de veraneo. Tengo por costumbre ir al muro de los que me solicitan amistad. Chequeo si tienen un historial, cuán interesantes son sus posts y si vale la pena tenerlos en mi lista de aceptados. Como Roberto Carlos, yo también quiero tener un millón de amigos, pero a veces con la cantidad se pierde la calidad.
Siempre temo que un maldito hacker se cuele en mi cuenta con intenciones de hacer phishing. Al principio, cuando me metí en esto de las redes sociales, escuchaba la palabreja y pensaba que era alguien con intenciones de mearse en mi muro. Después supe que éste es uno de peligros más usuales de las redes sociales. Se trata de una modalidad de fraude para pescar toda tu información financiera y personal, y luego te dejan las cuentas bancarias más vacías que mercado venezolano.
El más reciente anzuelo cazatontos es un escrito que he visto replicado en varios muros. Se trata de una entrada bien larga. El típico post del tipo al que le quitaban la merienda en el recreo escolar. El solicitante arranca descubriendo el agua tibia al decirte que “la vida no es facil”. ¡Díganmelo a mí, que he pasado más trabajo que un forro de catre! Asegura el suplicante que todos, por muy triunfadores que seamos, necesitamos de amor, abrazos y caricias para calmar nuestros destrozados corazoncitos, y por eso pide tengas su escrito por una hora en tu página, como si fuera el Muro de las Lamentaciones. Y te advierte que no compartas, sino que copies y pegues. Me imagino a los de marketing de Facebook frotándose las manos al ver como un pequeño estornudo de un pez acatarrado se convierte en un tsunami.
Por eso les digo tengan cuidado con lo que pidan por internet, no vayan a quedar atrapados en las redes de un Mangongo que les quiera ver la Raha Sana.
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