Cuando el mal es de ir al baño no valen guayabas verdes, ni que el único trozo de papel a la mano sea el de la revista coreana con la cara del Gran Lider Kim Il Sung, o el Granma con la foto y último discurso del padre de esa patria a sólo 90 millas de los yankis. Papel duro el de esas revistas norcoreanas. Bueno para envolver pescado, masa cárnica o picadillo de soya porque nunca nos traicionará rompiéndose con tan preciada carga. No así el papel de Granma o Juventud Rebelde, menos dañino a la parte oculta de nuestra anatomía, pero con el defecto de dejarte marcada en las nalgas las palabras iracundas del Gran Loco. El muchacho debía tomar la difícil decisión de limpiarse el respetable con la cara del Kim primigenio, o de su amado líder caribeño. Al final pudo más la fidelidad nacional, o el temor a esa FIDELidad, y tras ablandar con un poco de agua la cara del Padre Eterno de todos los coreanos, lo usó como manda la tradición. A falta de cesto, dejó tirado en el piso del baño al ultrajado héroe, sin saber que ese simple gesto pudo haber desencadenado una guerra atómica.
Quiso el diablo que uno de aquellos estudiantes norcoreanos que compartía piso con los cubanos en el albergue universitario entrara poco después al mismo sanitario, con un Granma en la mano, y apenas había puesto su fondillo asiático en la tasa, cuando vio a su amado líder mancillado por la mierda de un isleño jodedor. La sorpresa primero, el temor de que otro compatriota le viera con la foto del Gran Pensador cagado a sus pies, y la repentina inspiración de que podría sacar partido del hecho para subir algunos escalones en la sociedad coreana, le hicieron salir disparado en busca del jefe de su colectivo. Con la cara congestionada por la ira, el Compañero Kim recogió la prueba del delito y fue directo a la Embajada de su país a denunciar el caso.
Apenas una hora después, el Embajador coreano pedía una reunión urgente con el Ministro de Exteriores. Entonces no había pruebas de ADN, pero el diplomático exigía un anális de heces fecales para atrapar al culpable. El Canciller no podía quitar la vista del retrato fétido del Gran Líder, que le miraba iracundo encima del cristal de su buró de diseño futurista, mientras el Embajador cacareaba en un español de consonantes secas que, o se atrapaba al culpable de deshonrar al Primer Camarada, por cuestión de principio o “se jolerían las buenas lelaciones cubano-coreanas”. El Ministro tomó el teléfono y exigió cuentas a su colega de Educación Superior, quien haló la orejas al Rector de la Universidad de La Habana y éste a su vez pasó el mojón a la Decana de la Escuela de Periodismo, la cual fustigó a la Gorda Milagros para que encontrara al culpable, ya que al fin y al cabo ella era la directora del albergue de bandidos universitarios donde había ocurrido el desaguisado escatológico.
El Ministro de Exteriores también decidió curarse en salud, e hizo una llamada al Ministro del Interior para que enviara una brigada canina al piso 17 del edificio de becarios, a fin de encontrar al culpable de tamaño mierdicidio. El General a cargo de la Seguridad, luego de sobrevivir a un ataque de risa sólo de imaginarse a los perros del K-9 olisqueando las nalguitas de jóvenes universitarios, dijo al Canciller que asegurara al Embajador que sus hombres se harían cargo del caso, y más tarde un oficial pasaría a recoger la evidencia. Luego, por interno, llamo al de Exteriores para decirle que “ni loco me mandes esa mierda acá. Haz con ella lo que quieras”. El Canciller llamó a su secretara para que “botara esa mierda por ahí”, y la mujer, que con la oreja pegada a la puerta del despacho de su jefe había oído la descarga del coreano, pensó que el Ministro había decidido desquitarse del mal trago limpiándose el “forifai” con la cara de Kim Il Sung. “Cosas de la diplomacia”, pensó la fiel empleada, que echó la hoja mancillada en una bolsa y la deposito en el tanque de basura del patio de la Cancillería.
En tanto, la pobre Gorda Milagros trató de buscar al culpable según sus métodos, pero ni amenazas, ruegos o chantajes sirvieron para nada ante aquel grupo de jodedores que no paraban de reir imaginando a Kim Il Sung lleno de caca. Al final, la directora del albergue recomendó que, “por favor, no vuelvan a limpiarse el culo con una sola revista coreana. Mejor sigan con Granma y Juventud Rebelde, que son más blanditos”.
El muchacho escuchó la explicación, mientras disimuladamente trataba de recantearse en el asiento para aliviar la ardentía de su pandero, jurando que nunca más se limpiaría con la cara de unos de esos coreanos vengativos de revistas a colores. Se palpó el bolsillo de su pantalón, donde un Granma doblado en cuatro partes esperaba por su próximo combate.
Nota al pie de página:
Como algunos de mis lectores no son cubanos, siento el deber de aclarar que en los régimenes totalitarios enfrascados en la construcción del socialismo, el papel sanitario es considerado “un lujo superfluo del capitalismo”, y por ello es deficitario. Sólo los culitos sagrados de la élite dirigente tienen el derecho a gozar de un suave Charmin Ultra Soft. La población compensa la escacez con los diarios de producción nacional. Venezuela es hoy el mejor ejemplo de ello, con lo cual queda confirmado que la alfabetización en el socialismo va del cerebro al ano, o como dijera un sabio cubano: “la letra con caca entra”.
Pablo de Jesús
Los Angeles Abril /2017
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