“A lo cubanos, Fidel le dio tre cosas y le quitó otra tres -dice Alberto ‘El Nagüe’, que como todo buen cuentero hizo un pausa teatral para motivar la curiosidad. “Nos dio educación, salú y deporte grati, y nos quitó el desayuno, el almuerzo y la comida”, y soltó una carcajada, celebrando su propio chiste. Yo sonreí, pese a que ya conocía el charrasquillo. Hacía apenas dos horas que el crucero Adonia había arribado a la Bahía de Santiago de Cuba, en su última escala de aquella histórica vísita. Exactamente a las 9 de una mañana lluviosa, el navío ancló en la Terminal de Cruceros del Puerto Guillermón Moncada.
El recibimiento al Adonia casi termina en tragedia. Tan pronto descendimos del barco, unos espantajos vestidos de colorines y armados de machetes y garabatos se nos abalanzaron encima. Negros como la noche, danzaban a nuestro alrededor dando gritos y contorsionándose como majases, mientras los tambores batá y la corneta china crispaba los nervios de los turistas que por primera vez veían a un cabildo santiaguero en acción. Se trataba del Ballet Folklórico Cutumba de Santiago de Cuba, pero a los visitantes les pareció una carga al machete similar a la de aquellos negros encueros que al mando del General Quintín Banderas encojía testículos y cortaba cabezas de los soldaditos españoles en la Guerra de Independencia cubana. La viejita a la que derramé el mojito cuando entrábamos a La Habana (segundo capítulo de esta serie), sufrió un patatús y hubo que llevarla de urgencia al Hospital Provincial Saturnino Lora. En el camino, a bordo de una ambulancia tirada por dos caballos famélicos, se parecía al Cuervo de Poe repitiendo aquello de “Never more, never more”.
Al igual que La Habana y Cienfuegos, en Santiago también estaba programado un recorrido al cementerio Santa Ifigenia. Esta visita de “pueblo a pueblo” del Adonia se me estaba pareciendo a un Halloween socialista. Me negué de plano. La única forma de que me arrastraran al campo santo era embullinado, y yo de drogas paso. A menos que sea la sonrisa de una mujer hermosa. Negado a visitar el reparto Boca Arriba de Santiago, salí a caminar por mi cuenta, acompañado de Waldo, el chef alemán del Adonia, deseoso de probar los tamales orientales de que tanto le había hablado. Le dije que en esa zona de Cuba le llamaban ayaca al tamal, y el germano insistía en que le llevara a comer las famosas “eijackass” orientales.
Subiendo por el Paseo Martí, un Lada rosado se detuvo a nuestro lado de la calle, y un hombre, asomando la cabeza por la ventanilla del pasajero, nos gritó, en ese típico cantaíto que tienen los santiagueros:
-Hey Nagües, no caminen sólos que con esa pinta de etranjeros que tienen lo pueden abacorar pa quitarle lo calzapollos -dijo, y salió del carro para presentarse. Era un tipo carniprieto y escuchimizado, de cabellos amarillentos, como quien ha estado mucho tiempo al sol.- Mucho gusto, me llamo Alberto El Nagüe. Lo’llevo a donde utede quieran.
Le dijimos que nos gustaría pasear por la ciudad, pero antes buscábamos un lugar para almorzar, y si tenían ayacas, mucho mejor.
-Si quieren, lo puedos llevar al Hostal de Arnoldo y Pucha, donde se come la mejore ayaca de Santiago. Allí siempre hay un titirimundachi de gente, pero si van conmigo los atienden rápidos -explicó el tal Nagüe. No sé, pero había algo que no me cuadraba mucho en ese hombre.
-Con el tipo de Sankipanki que tienes ¿A quién quiéres engañar? -lancé la pregunta tipo globo sonda, y el “oriental” dio un brinco que casi sale por la ventanilla.
-¿Se me nota mucho tíguere? ¡Vaina! Y yo que pensé que ya estaba listo pa dar el salto a la Yuma.
-¿Cómo es la cosa? ¿Un dominicano viajando como balsero a Miami? -inquirí.- ¡Esta si no me la sabía!
-Shshsh. Habla bajito nagüe. Soy dominicano, del Cibao, y llevo cinco meses en Santiago pasando un curso de cubanía pa irme de balsero a Estados Unidos -respondió.- ¿Y usted como me decubrió? Porque, según me han dicho, tengo el acento igualito a un santiaguero.
Le expliqué que sólo un dominicano le dice calzapollos a los zapatos nuevos, abacorar a asaltar y titirimundachi a una grupo grande de personas. Todo eso lo había aprendido de mis frecuentes viajes a la isla del Merengue. Ahora fue Aldo el alemán quien quiso saber por qué le había dicho Sankipanki al Nagüe, y le instruí que así se le llamaba a los jineteros dominicanos que acosaban a los turistas americanos o europeos, hombre o mujer, ofreciéndoles favores sexuales y haciendo alarde de tener miembros viriles bien dotados.
– Tígere….perdón, Nagüe ¡usted si ha caminao mundo! -exclamó el chofer.
Ya entrados en confianza, y cuando íbamos por el cuarto ron y el tercer tamal en lo de Arnoldo y Pucha, dos ex militares retirados. Coronel él, capitana ella, el Nagüe se sinceró con nosotros y nos reveló que decenas de sus compatriotas llegan a Santiago para pasar los cursos de cubanía en la Academia Pentón, en el Reparto Rajayoga.
-Un curso de cubanía cuesta 3.000 dólares -dice- pero te enseñan todas esas cosas que preguntan los aduaneros americanos pa ver si tu eres cubano, como a qué hora mataron a Lola, de dónde son los cantantes y otras más de acá como a quien le gusta hacerse el sueco o qué es lo que no aguanta más, La Habana, claro- soltó de un tiró el cibaeño, y siguió.- Imagínense, yo en Dominicana estaba prángana, en la miseria, y tuve que inventar pa venir aquí.
Por suerte para él, los 3.000 dólares incluía el pasaje de la balsa.
-Lástima no tenga más plata pa pagarme cualquiera de lo’sotro tre curso que dan en la Academia – añadió, y bebió un trago largo de ron.
-¿Qué cursos, pregunté
-Mejor te llevo a lo de Pentón y el te explica -dijo el taxista.- Va y te interesa alguno. Pero esos valen un…. ¿como dicen los cubanos?…¡ah! Un cojonal de fulas.
En 20 minutos recorrimos la distancia hasta Rajayoga, extensión del exclusivo reparto Vista Alegre, donde están las mejores casas de la ciudad, incluidas las de los diri-gentes santiagueros. Los indi-gentes viven en barrios marginales.
Machito Pentón, un ex oficial del Minint cubano, regentaba la Academia homónima, donde se prepara el futuro de la isla. Al principio se mostró reacio a hablar. Sólo cuando le dije que me interesaban sus cursos, pues pensaba regresar a Cuba para invertir en algunos negocios, y el suyo podía ser uno de esos, se relajó y nos invitó a compartir una botella de Caney añejo en la terraza superior de su casona, pensando en el negocio que tenía por delante.
-Mire compay, tenemos cuatro cursos básicos: el de Cubanía, que es el que le habló El Nagüe; el de Cultivador de Hierbas Medicinales, Seguridad Cibernética y Gerencia en el Sector Médico- explicó Pentón, y se lanzó a detallar cada uno.
– El Cultivado de Hierbas Medicinales es para cuidar sembrados de marihuana en casas rentadas o compradas en Florida o Colorado. -Dijo, y agregó:- Este da mucho dinero porque es muy riesgoso”; el otro curso de Seguridad Cibernética es sobre falsificación de tarjetas de créditos y bancarias. Nosotros te damos todos los equipos y te haces rico, y el de Gerencia en el sector médico es el mejor, y el más caro.
Hizo un pausa, y levantado su vaso de ron para brindar, bebió un trago de ron.
-Tienes que tener un poco de estudios para éste último curso, porque se trata de abrir un consultorio médico o una farmacia y empezar a cobrarle al Tio Sam por los servicios. Te facilitamos aemás nombres y recetas de médicos que ya están en el asunto.
“Esto no se va caer nunca”, pensé desanimado. Pentón siguió hablando sobre el luminoso futuro que espera a Cuba ahora que Obama había enterrado el hacha de la guerra. Y mientras paladeaba mi Caney, pensaba en quién le había enterrado qué a quién.
Miré hacia abajo y quedé pasmado. En la acera, parqueado, estaba el Impala de Lorenzo Jamonada. ¿Y ahora qué?, pensé. (seguir la serie completa en el blog pablosocorro.com)
Pablo de Jesus
Los Angeles/Julio 3/2016
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