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  • Pablo Socorro


CRUCERO ADONIA: LA HISTORIA DE PANFILO (7)

De las cuatro horas que duró el bojeo desde Cienfuegos a Santiago de Cuba, dos me las pasé descargando con Pánfilo Jama. El tipo me contó su vida de la pe a la pa, tres botellas de ron Havana Club mediante. Bueno, él tres botellas, yo tres tragos, porque en realidad lo mio es el Ron Caney. Sentados en el bar de la piscina de la cubierta superior, veía a los turistas divertirse entre mojitos y daiquiris, mientras Pánfilo me descargaba su vida, y sus planes para el exilio.

Resulta que el hombre quería irse de Cuba, pero no precisamente a Estados Unidos.

– La Yuma es el trampolín mi socio. Yo en realidad a donde quiero ir es a la Meca.

– Mecago en tu madre Pánfilo. ¿Y que carajo va a hacer un negro cubano en la Meca? -le respondí.

– Mira acere, la cosa ya la tengo bien pensá. Aquí lo mejor es meterse a musulmán -y me enseñó un corán viejo, manchado de grasa, sin dudas muy usado -. Tienes 11.000 vírgenes garantizadas allá arriba cuando llegues, y mientras, aquí abajo puedes tener un harem de mujeres que van a trabajar pa tí.

– Creo que equivocaste el rumbo Pánfilo -le repliqué-. Donde las mujeres mantienen a los hombres es en Africa.

– ¿En Africa? Pa´l carajo. Allí no regreso más, saltó mi amigo, y se lanzó a contarme sus aventuras en Angola, como glorioso internacionalista cubano. También me confesó el secreto de su vida: el origen de su famoso lema sobre la jama.

– Yo fui de los primeros negros cubanos que llegamos a Angola. Te llamaban del Comité Militar y te decían que la patria te necesitaba, que te fueras a casa del carajo a cumplir con ella, o si no te botaban del trabajo -explicó Pánfilo, después de haberse bajado la primera botella de ron-. Yo pregunté al teniente que me estaba dando la muela si cuando regresara me darían por fin los materiales pa arreglar el gao, porque la casita en la calle Maloja se me estaba cayendo encima, y el me respondió que, cuando regresara, podía pedir lo que quisiera.

Y vestido de verde, como un plátano, se fue Pánfilo en barco hasta la tierra de sus ancestros, “a rescatar a aquellos parientes lejanos, de unos blancos sudafricanos que tenían a los negros encerrados en jaula pa mandarlos de esclavos a Uropa”, explicó el borrachín. Como vivo en fin, y cuando vio como era la cosa, decidió que lo suyo no eran los tiros, y se procuró un puesto en la intendencia de su batallón, encargado de proveer de víveres a la cocina.

– En Luanda era facil. Te ibas para la candonga…¿que tú no sabes lo que es la candonga? -me preguntó asombrado-. Acere, ¿tú eres cubano? Todos los cubanos saben que eso era un lugar donde se trapicheaba cosas con los negros angolanos. Tu cambiabas una lata de leche condensada por un pitusa (un jean), un relojito, cualquier cosa. Yo iba cargado de latas de leche condensada rusa, productos cubanos como jabones Batey, pasta de diente Perla, que las angolanas usaban pa aclararse el pelo y hasta la piel. Y regresaba con gallinas, chivos, arroz, maíz, yuca, y muchas cosas pa la cocina del Bon (batallón).

La cosa se le puso mala, según explicó, descorchada ya la segunda botella, cuando enviaron a su batallón para Cuito Cuanavale. Ese lugar donde se produjo la batalla más dura del episodio cubano en Angola.

– ¡Ahí si la caña se puso a tres trozos mi socio! -siguió Pánfilo, ya con la lengua medio estropajosa- No había donde arañar. Ni candonga, ni negras que negociaran nada. Había que arrancar pa´l monte a ver si conseguías un mono, una serpiente, una jirafa, lo que sea, y robarse de los kimbos…antes de que me preguntes, kimbo es como se llamaban las aldeas allá. Un grupito de cabañitas de paja alrededor de otra más grande que era la del jefe.

Pánfilo se da otro trago, y con la mirada perdida en el mar, me cuenta que allí, en medio de uno de esos kimbos, fue que conoció a Alá, gracias a un viejo curandero que le curó de una tenia saginata “más larga que un maja”, apuntó.

– Me daba a beber un mejunje ahí, y a rezar el Corán. Y yo no entendía mucho, pero acere, ¡me cure! -exclamó-. A la semana he cagado una lombriz de este tamaño -dijo, y abrió los brazos con exageración, dándole una nalgada a una gorda que pasaba por atrás. La mujer ni se enteró, o se hizo la desentendida, o le gustó, vaya usted a saber. Pánfilo me miró con picardía, guiñó un ojo y siguió en lo suyo. Dándole al ron y a los recuerdos. Entonces me contó como nació su lema de guerra.

– Había un tenientico, un blanquito ahí, que siempre me estaba gritando “¡Jama, jama, aquí lo que hace falta es jama Pánfilo!”. Y dale el negro pa´l monte a ver que resolvía.

El Adonia cruzaba veloz las aguas azul-turquesa de la plataforma insular camino a la Ciudad Héroe. A lo lejos se veía la costa, medio borrosa por el resplandor del sol. A nuestro alrededor, la gente tomaba y bailaba, y Pánfilo y yo metidos en la guerra de Angola. Ya nos habíamos bajado dos rifles, como le decía Pánfilo a las botellas de ron, y nos acercábamos a Santiago de Cuba.

– Muchacho, quien te dice a tí que un dia ando por ahí, forrajeando, cuando me encuentro una vaca frente a mí. No me lo creía acere. Se había escapado de algún kimbo y andaba asustada de los tiros y los morterazos que hacían bailar la tierra -explica Pánfilo, que se da un trago, come un poco de la medianoche que habíamos pedido, y con la boca llena continúa-. Agarré un bejuco, se lo amarré al cuello, y la llevé pa´l campamento. ¡Con el tiempo que hacía que no comíamos carne! Ya me veía frente a un bistezón así de grandote, dijo, y volvió a abrir los brazos.

Justo cuando llega al batallón se entera que están evacuando porque la gente de Savimbi había roto el frente. Con tristeza en su alma, Pánfilo tuvo que abandonar la vaca y salir corriendo.

– ¡La vaca o la vida acere! Y salí que jodía, con mi fusilito dándome en el culo.

Cuenta que lo más triste fue ver, por los binoculares del tenientico, como los de la UNITA de Savimbi mataban la vaca y le sacaban las vísceras para comérselas. “Los negros angolanos eran enfermos a las tripas de las vacas mi socio”, declara Pánfilo. El olor de la carne asándose llegaba a las trincheras cubanas y estrujaba el estómago de los combatientes. Hacia una semana que las tropas de la isla estaban a dos sorbos de leche condensada por soldado, y algún que otro mono que cayera en la mira de sus AK-47. El hambre, y la rabia de que le quitaran su cacería, hizo que Pánfilo se levantara de la trinchera, y como un Maceo renacido, arengara a las tropas.

– ¡Cojones! ¿Vamos a dejar que esos negros nos quiten la jama? -exclamó, y saltando de la trinchera lanzó su grito de guerra: “¡Jama, jama, aquí lo que hace falta es jama!”. Como un sólo soldado, el resto del batallón salió tras Pánfilo, mientras disparaba hacia el enemigo, que al ver a aquellos locos rabiosos gritando en un idioma desconocido, dejó la vaca y salió en retirada. Fue la acción más valiente de Pánfilo en la guerra de Angola. Le ganó una medalla, y felicitaciones del alto mando.

– Pero cuando regresé a La Habana, ni materiales ni nada para mi gao, que no se ha caído de milagro. Y me di a la bebida para olvidar todo aquello. Lo malo es que cuando me emborracho me da por hablar mierda -añade mi amigo, ya casi beodo, mientras llena de nuevo su vaso de la tercera botella de ron.

Me levanté para ir al baño, y allí lo dejé, silencioso y aturdido. Cuando regresé, ni sombra de Pánfilo, y la botella de ron. Sobre la mesa estaba el Corán. Lo recogí, y me fuí al camarote mientras pensaba en la idea de Pánfilo de meterse a musulmán. En definitiva, razón no le faltaba. Todos los cubanos de mi generación hemos sido un poco musulmanes: Tenemos experiencia montando camellos, como le decimos a esos autobuses largos como gusanos y atestado de gente como maleta de gusañero que regresa a Cuba; si creímos en el Coma Andante y sus cuentecitos moringueros, nos será facil creer en Alá y las 11.000 vírgenes, y si nos hemos pasado medio siglo leyendo Granma, leer el Corán será un jamón.

En eso pensaba, cuando la sirena del Adonia anunció su entrada al puerto de Santiago de Cuba, la Ciudad Héroe, la que primero descubrió que en Cuba hay dos categorías de gente: Los diri-gentes y los indi-gentes. (Ver la serie completa en el blog pablosocorro.com)

Pablo de Jesús
Nueva York, Junio 26/2016

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