Julio es el mes del año que más detestamos mi perro y yo. Mes de intensas lluvias y relámpagos, y a la vez tan ardiente, que derrite los termómetros y cerebros. Solo así se explica que algunos tarados sigan lanzando al aire fuegos artificiales hasta una semana después de la fecha patria del día 4. Gastaron cientos de dólares en pirotecnia y de alguna forma tienen que cobrarse la inversión castigando los oídos y nervios de sus vecinos, y de las mascotas de sus vecinos. Es lindo celebrar la Independencia de este gran país que nos acoge, honrar a aquellos iluminados que consignaron uno de los principios más revolucionarios jamás escrito anteriormente: “Todos los hombres han sido creados iguales”. Y como tal, estos hombres “recibieron de su Creador ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Y el derecho también a mandar a paseo a los pirómanos que se sobrepasan con los coheticos.
El valor de las importaciones anuales de fuegos artificiales en los Estados Unidos es de 307 mil millones de dólares, y el 95% de esta cifra proviene de China, lugar donde se inventaron la pólvora, los cohetes, las armas de fuego y las pastillas de ajonjolí. El porciento de pirotecnia que resta llega desde México, o es de producción nacional. Cosa curiosa con los mexicanos: Es la porción poblacional no autóctona que más dinero gasta en fuegos de artificio, y son los que más lesionados envían a los hospitales estadounidenses cada año a causa de los coheticos fake.
Cuando le dieron al mundo las tablas de la Libertad, los padres fundadores ni se imaginaron que la celebración del 4 de julio sería la festividad en la que más cerveza se consume en Estados Unidos. Tan solo en 2017 se gastaron más de un billón de dólares en laguers, birra, beer o como quieran llamarle. Alcohol y cohetes, una combinación mortal que deja cada año un promedio de 760 personas heridas por los fuegos artificiales y alrededor de 7 muertes por incidentes de este tipo. También, más de 400 personas mueren en accidentes de tránsito el 4 de julio cada año, a causa del consumo de alcohol.
Vistas las estadísticas -tomadas del Anuario Nacional de la Biblioteca del Congreso- uno se pregunta por qué la autoridades no han tomado cartas en el asunto para controlar este desafuero artificioso más allá de la fecha patria. Si por cada cohetico que lanzan después del 4 de julio le dieran una patada en salva sea la parte a esoss pirómanos desfasados, mi perro Fenris no estaría todavía sufriendo los ataques de pánico que le tiene de acampada permanente debajo del buró donde ahora escribo esta nota tan incendiaria. Con los fuegos artificiales, y los truenos y relámpagos que abundan en esta Florida calurosa -el lugar de Estados Unidos con más tormentas eléctricas por kilómetro cuadrado- tiembla mi pobre can como gelatina de restaurante familiar. Tal parece que miles de hormiguitas le caminan bajo la piel. Hiperventila, babea, y su mirada de angustia ante lo desconocido desconcierta y parte el corazón. La única forma que hemos encontrado para calmarlo es paliar con música tanta desazón canina. Pero Fenris no es un melómano cualquiera. Solo calma sus nervios con música clásica. Nada de cha cha chá, salsa y menos reguetón. Cuando le cambiamos el ritmo, suelta un bufido y va a refugiarse debajo del lavamanos del baño de invitados.
Recién el jueves, un día después del 4 de Julio, mientras los vecinos seguían reventando fuegos artificiales, Fenris tuvo que salir al patio a orinar, o se le reventaba la vejiga. En eso andaba, cuando sonó un cohete aterrador que iluminó la noche. Oírlo y salir disparado fue la misma acción. Yo, que le escoltaba, me quedé solo en la oscuridad. Pero de repente, Fenris regresó, y como esos perros entrenados para la guerra de Afganistán, olvidó sus miedos y comenzó a gruñir con la mirada clavada en el matorral que delimita la propiedad con el lago. Con las orejas tiesas, la cola en paralelo con el piso, y mostrando los colmillos, rugía en un tono amenazante mirando a la oscuridad, e ignorando que a su alrededor el mundo se caía a cohetazos. De pronto, salió disparada una serpiente negra, huyendo camino al espejo de agua, perseguida por Fenris. Una serpiente de jardín se agazapaba en las sombras a la espera de su cena, probablemente uno de los muchos sapos que a veces se despistan con las luces de los patios. Inofensivas para los humanos, según dicen, igual casi me orino del susto, si no es por la brava defensa de mi Courage The Cowardly Dog, como le rebautizaron mis hijas, por aquel perrito sato de los cartones animados que pasaba por encima de su cobardía para defender con coraje a sus amos Muriel y Eustace.
Espantada la amenaza, Fenris corrió de vuelta a la terraza, como alma que lleva el diablo, bajo el concierto de cañonazos que iluminaban la noche. Sobre el pasto iba dejando un rastro de orines, que a la luz de los fuegos artificiales brillaba como los ojos de la serpiente negra.
Pablo de Jesús
Florida, 7/8/2018
Comments