Que nadie le hable a un cubano de consumismo. Un cubano es experto en ese tema. Nace, crece y muere signado por ese vicio y nunca se lo puede desprender del pellejo, aunque emigre a lugares lejanos. Como el colesterol, hay consumismo malo y consumismo bueno. Todo depende de cuánta FE tenga el cubano. De cuántos Familiares en el Extranjero que puedan mantenerlo dentro del consumismo bueno.
A los 6 años, el cubano sin FE aprende que si sigue con su mismo sonsonete de querer juguete nuevo lo más probable es que se gane un sopapo y tenga que conformarse con su mismo guante remendado o la vieja muñeca Dorotea que le regaló el tio Manolo antes de irse a Miami, con su mismo ánimo de gusano sin remedio. Al menos, el cubano a esa edad tiene el consuelo de irse a la cama con su mismo vasito de leche cada noche.
A los 12 años, el cubano sin FE sigue con su mismo sueño de un guante nuevo o una Dorotea que tenga los dos ojos; con su mismo uniforme escolar color vino que ya no aguanta un parche más; con su mismo deseo de comerse un pan con jamón como el que lleva de merienda el hijo del ministro, y con su mismo afán de tomarse un vaso de leche aunque sea una vez a la semana.
A los 24, un cubano sin FE ha vivido con su mismo pantalón de los domingos que es el mismo de los lunes y los martes y de toda la semana, con su mismo par de zapatos, con su mismo calzoncillo o panty, con su mismo deseo de tener internet para saber qué pasa más allá de sus fronteras, con su mismo sueño de tomarse un vasito de leche, aunque sea una vez al mes.
A los 36, el cubano sin FE sigue con su mismo sueño de montarse en un avión y ver el país de donde vienen los turistas rosaditos a conocer de primera mano cómo es un país que aún no se ha contaminado de McDonalds, Coca Colas, Starbucks, Burguer King y Pollo Tropical. Turistas que, extasiados de haber tocado la pobreza y sobrevivido al contagio, celebran que ahora sean amiguitos de los yankees, aunque el cubano siga con su mismo y jodido deseo de un vasito de leche por lo menos una vez al año.
A los 48 años, el cubano sin FE ya no sigue con su mismo afan de irse de casa de los viejos y está resignado a quedarse con su mismo sillón viejo que fue de su papá y con su mismo sarten lleno de hollín de su mamá. Con su mismo médico de la familia aunque sea curandero, con su mismo bodeguero o carnicero que le roban con su mismo estilo de lo tomas o lo dejas. Y con su mismo deseo de un vasito de leche aunque sea una vez en la vida, carajo.
A los 60, el cubano sin FE sigue con su mismo sueño de cosas imposibles como disfrutar de una pensión que le permita ir al hotel de los turistas rosaditos, o la textura de un rollo de papel sanitario y no caerle atrás el Granma de hoy, cada dia más de ayer y menos de mañana. Y con su mismo deseo de querer recordar ¡por dios! qué coño era aquella promesa de un vasito de leche para todos.
Comments
Guillermo
22nd November 2015 at 1:01 pmMagnífico, tiene otro follower.
Pablo Socorro
26th November 2015 at 12:15 pmBienvenido Guillermo. Acá le esperamos agradecidos, con sus recomendaciones para mejorar. Abrazos