Señor Presidente Barack Hussein Obama, yo le respeto, pese a sus errores. Incluso, voté por usted en 2008 cuando le creí aquello del “cambio”, y me sentí orgulloso del ejemplo de civismo que dio Estados Unidos al elegir un presidente negro por primera vez en su historia. Le cuento, Presidente, que cuando usted salió electo el Viejo Jesús me dijo entonces: “Chico, esto se jodió. Esto es comunismo”, y yo le defendí a usted porque le creí un hombre de grandes valores democráticos, y un visionario. Mi amigo se molestó, y me llevó para la mata de mamey que tenía en el patio de su casa en California: “¿Ves esta mata?. Yo traje la semilla de Cuba hace 40 años, escondida en los calzoncillos”, y agarrando una fruta la picó por el medio con un cuchillo. “¿Te das cuenta? Carmelita por fuera y rojo por dentro. Así es Obama”. Le recuerdo que el mamey es aquella fruta cuyo batido tanto encantó a su esposa Doña Michelle en su visita a Cuba. Lamentablemente, los cubanos de la isla no ven hace años un mamey. Algunos ni siquiera lo conocen. Todavía hoy, señor Presidente, no creo que Jesús tenga razón. Pero en su empeño de incluir en su legado eso de ser el primer mandatario estadounidense en restablecer las relaciones con Cuba, usted sólo le ha dado beneficios a la dictadura más cruel en la historia de América, sin que el pueblo americano y los cubanos de la isla recibieran nada a cambio.
En su último decreto antes de abandonar la presidencia, usted nos dejó de regalo un Jueves Negro que nunca olvidaremos. Con su orden presidencial echó abajo la política de pies secos/pies mojados que permitía a los cubanos escapar del régimen de los mameyes fantasmas. Ya un colega suyo, demócrata por cierto, nos la había puesto difícil con esa lavadera de pies para pisar tierra americana, pero ahora usted nos ha mochado las piernas de un tajo. También canceló un programa migratorio que beneficiaba a los médicos cubanos en terceros países. Médicos esclavos que trabajaban para ese Generalito de pacotilla al que usted estrechó la mano en su visita a la isla. No es justo, Presidente, que usted diga ahora que los cubanos seremos tratados como cualquier otro inmigrante. Como si no le hubiéramos ayudado a ganar dos elecciones o como si Cuba fuera un país normal. Como si no hubiera una dictadura de 57 años con miles de muertos a su espalda y violaciones constantes y sonantes de los derechos humanos. No Presidente, los cubanos no podemos ser tratados como cualquier otro inmigrante desde el momento que el régimen nos niega el derecho a regresar a nuestra patria porque nos considera traidores, gusanos, escoria, ex cubanos. No nos puede poner usted en el mismo contenedor de los inmigrantes de otros países que, por muy mafiosos o corruptos que sean sus gobiernos, nunca serán ex mexicanos, ex salvadoreños, ex guatemaltecos, ex lo que sea. En unos dias, usted será ex Presidente, pero nosotros no dejaremos de ser ex cubanos. Y creáme que eso duele.
Permítame decirle Presidente, que su medida no frenará en modo alguno el flujo migratorio de los cubanos, así como el muro que quiere construir su sucesor no parará la afluencia de mexicanos y centroamericanos. Cuando se quiere volar, no hay obstáculo que corte las alas. Sólo que ahora los cubanos andaremos de indocumentados en Estados Unidos, haciendo los trabajos peor pagados, sobreviviendo en la oscuridad como lo hacen millones de otros inmigrantes sin papeles. ¿Pero sabe qué? A un cubano no le intimida vivir de ilegal en Estados Unidos. Total, si desde que nació ha vivido ilegal en su propio país. Allá, en esa isla-cárcel, los cubanos somos tan parias que sólo tenemos deberes, y ningún derecho.
Comprendo su afan de ser el primero de los 11 presidentes estadounidenses desde 1959 que se ajusta al pie de la letra a lo que se conoce como realpolitik, ese pragmatismo a ultranza que se sintetiza en una frase de John Foster Dulles, Secretario de Estado con el presidente Dwight Eisenhower en los años 50: “Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses”. ¡Pero coño, Presidente, no tenía que tirarnos a la cara la realmierda esa para pasar a la historia! Ya usted tiene su nicho en las crónicas del futuro. Se lo ganó por derecho al implementar una reforma de salud que benefició a miles de personas sin seguro médico, por ayudar a miles de jóvenes dreamers que tendrán acceso a la educación, y sobre todo, por las pelotas que tuvo al ordenar el ajusticiamiento del terrorista Osama bin Laden. De eso le estaremos eternamente agradecidos.
No sé si sus asesores se lo han informado, pero su política de concesiones hacia el régimen castrista no ha mejorado los derechos humanos ni aumentado la libertad de expresión en la isla. Después que usted y su familia se montaron en su avión presidencial y regresaron a Washington, aquello se puso malo Presidente. Los arrestos políticos documentados llegaron a cerca de 10,000 en 2016. Y este 2017 comenzó con más represión. Mientras más usted afloja la mano, más la aprieta el Generalito del vaso de leche.
Dicen los que defienden su política de distensión con los Castro, que sus medidas son troyanos colados dentro del sistema comunista de la isla para minarlo desde su base. Pero mientras sus troyanos hacen labor de zapa, acá en Miami los tirios nos peleamos en el exilio para ver quien tiene la verdad absoluta en la mano. Su decreto le ha hecho el trabajo a los Castros en eso de ponernos a pelear unos contra otros. Reconozco que es muy difícil poner de acuerdo a dos cubanos. ¡Así que imagínese a 11 millones! Es verdad, uno de nuestros males es que todos queremos ser cowboys y muy pocos nos conformamos con ser indios. Demasiados capitanes arañas tenemos en este exilio histérico, que no histórico, Presidente Obama, para que usted los saque de sus cuevas con medidas como las del Jueves Negro.
Sólo le pido una cosa Presidente. Si de verdad dijo de corazón aquello de que amaba al pueblo cubano, haga una excepción en su decreto y deje entrar a esos miles de compatriotas nuestros que andan penando por Centroamérica y hasta en el aeropuerto de Miami. Vaya hasta la frontera y recíbalos con aquel “¡Qué bolá Cuba!”, que dijo a su llegada a La Habana y que prácticamente lo hizo uno de nosotros.
Hay dolor, mucho dolor, pero ésta es la cuota que debemos pagar los cubanos mientras no tengamos una Patria. Le agradecemos de corazón a su país que nos haya acogido por tanto tiempo, y nos haya enseñado los valores de la democracia y la libertad. Pero, Presidente Obama, ésto del exilio y el Sueño Americano no es Patria. Esto es una aspirina para tratar un cáncer terminal que nos está extiguiendo como nación.
Pablo de Jesús
Enero 15/2017
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