En los últimos dos meses he dormido en cinco camas diferentes, y no es porque sea un Don Juan o un Casanova -que ya pasaron esos tiempos-, sino por ser un “workaholic”. Un adicto al trabajo o un ergomaníaco, palabreja que nos pone en la onda culta. He soñado y tenido pesadillas en camas ajenas, lo mismo en Miami, Rio de Janeiro, Buenos Aires, Montevideo, y ahora en Nueva York. Camas frias y desapegadas unas; calientes y acogedoras otras, despertándome muchas veces con la sensación de no saber quién soy ni donde estoy.
Del bucólico, frio y provinciano Montevideo, a la esquizofrénica, húmeda y cosmopolita Nueva York, el tránsito ha sido abrupto, impuesto por este oficio de correcaminos de la vida. Con poco tiempo para escribir reflexiones, me veo obligado a entregar impresiones en ésta columna semanal, que me he autoimpuesto en Facebook, sin más beneficio que compartir paisajes y dias del almanaque.
Cuando se recorren husos horarios como paseos al parque, uno pierde a veces el sentido de la ubicuidad, y en ocasiones la identidad. Pero en todos los lugares en que he estado siempre he procurado conocer el alma de las ciudades y su gente, y no la postal turística que venden las agencias de viaje y los políticos de turno.
En Miami me vi obligado a pernoctar, camino a Rio, debido a una huelga de pilotos de American Airlanes, con la consecuente pérdida de la conexión a la ciudad sede de los Juegos Olímpicos. Me salvó de un infarto por encabronamiento el cariño y los cortaditos conque me consolaron las chicas del café La Carreta, en el aeropuerto miamense. Madays, Doris y Mirka me dieron aliento hasta que un supervisor de AA, Lázaro, logró montarme en el siguiente avión rumbo a Brasil.
En Rio, las noches fueron tortuosas, en un duermevela entre el cansancio, la música atronadora de bares y puteros cercanos al hotel, y el gallo que debajo de mi ventana cantaba a destiempo su balada de borracho de la noche y curda del amanecer. Quise comprarlo para soltarlo en una de las lomas que rodean la ciudad, o hacerlo fricasé, pero nunca encontré al dueño. Los trabajadores del hotel juraron no haberlo oído nunca al gallo ronco, y me miraron con esa cara conque se observa a un borracho o a un idiota. Ahora me pregunto si de verdad estuve en Rio, o lo soñé.
Buenos Aires me dio un respiro para dormir nueve horas seguidas en el estudio que amablemente puso a mi disposición mi amiga C. Un local coqueto en el llamado Palacio de los Patos, donde se dice que Jorge Luis Borges escribió su cuento “El inmortal”, de su libro El Aleph. Allí me sentí como pato en charca: cómodo y apacible. El único inconveniente fueron los mameyazos que me di en la cabeza con la viga transversal de la barbacoa a lo cubano que construyó mi amiga. Hasta creo que llevó los planos de un solar de la Habana Vieja para su planta alta. Viga asesina que dejó mi testa marcada con cicatrices tan hondas como aquellas trincheras de la Guerra de las Malvinas.
El Hotel California fue un Eden en el Montevideo lluvioso y con un frio que pelaba las pelotas de fútbol del campeonato invernal, inaugurado el dia de mi llegada. No sé si en mi honor o porque le tocaba. Allí no tuve respiro atendiendo invitaciones de mis colegas de AFP, pero me di el lujo de desayunar en la misma mesa donde Benedetti compuso poemas en la cafeteria San Rafael, y sentarme al lado de Carlos Gardel en el bar Facal. También conocí gente maravillosa, como el maitre Alejandro, foróforo del Peñarol, y el barbero Marcel, un hombre enciclopédico que me entretuvo con historias de fantasmas citadinos mientras rapaba mi cráneo con sumo cuidado para no caer en la trinchera argentina que me abrió la Viga de C. Marcel posó para mi foto, como evidencia del montevideano cuyo cuerpo, además de cabeza, tronco y extremidades, tiene adicionado el termo y la bombilla para cebar el mate.
De vuelta a casa, pude dormir en mi cama de siempre; pero apenas alcancé a calentarla cuando ya estaba en el avión camino a Nueva York para cubrir mi 20º US Open de tenis en Flushing Meadows. No por casualidad he reservado en el mismo hotel de Manhattan donde tuve aquel encontronazo con el fantasma del piso 13 y que dio pie a un cronicuento puesto en este muro el pasado año. Esta vez espero no nos molestemos mutuamente.
Hoy en la mañana, he despertado sin saber quién era ni donde estaba. Sólo después de una ducha helada y tres cafés expresos, logré ir despejando ese jet lag que es la suma o la resaca de viajes incontables.
Necesito vacaciones. Mientras, las sueño en cama ajena.
Pablo de Jesús
Nueva York
Sept 4/2016
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