Me duelen hasta las uñas. Esa es la causa de esta entrega tan tardía, y las consecuencias de fajarse a sembrar cuatro matas de fruta bomba, regalo de mi amigo Ernesto, el Todoterreno como le llamo, porque sabe hacer de todo, desde componer un cacharro hasta cultivar hortalizas más lozanas que las que logran los chinos en sus jardines californianos. Ernesto no ha olvidado sus tiempos de presidente de una cooperativa agrícola en San Antonio de los Baños y tiene el patio de su casa convertido en un hidropónico. Todos mis dolores empezaron a causa de una papaya que partió mi amigo. Después de disfrutar un rico batido, se le ocurrió sembrar las semillas y he aquí que al cabo del tiempo logró un plantío de fruta bomba de cerca de 100 maticas. ¡Y menos mal que sólo le acepté cuatro! Que se me hubiera dado más no se que habría sido de mí, sedentario de solemnidad y ahora campesino por necesidad.
Resulta que a mi mujer se le ocurrió cavar una trinchera de casi dos metros de largo por uno de ancho para sembrar los cuatro palos de papaya, y como es lógico, el que dio pico y pala tuvo que ser este servidor que ahora casi no sirve para nada. Fue una tarea de equipo. Ella que “más hondo” y yo que “mujer, no estamos cavando una tumba” y ella de vuelta que “no tan hondo, rellénalo un poquito” y así, bajo un sol de imperio japonés. Ya lo dijo Oscar Wilde: “Las mujeres ha sido hechas para ser amadas, no para ser comprendidas”. Casi llego a China. ¿Se imaginan que saliera un chinito de ese hueco y me dijera: “yo quelel plantal papaya de tu mujel”? Pero no se apareció nadie. Solo yo y la circuntancias de la pala y una tierra que se desmoronaba como si fuera arena del desierto. Recordé mis primeros días en Miami, apenas a la semana de haberme escapado de aquel avión de regreso a Cuba con una delegación deportiva, cuando empecé a trabajar en el cementerio Flager Memorial Park en Miami. Abrí más tumbas en ese lugar que trincheras cuando al Atrincherado en Jefe le dio por convertir a la isla en la Niña de los Hoyitos.
La tierra de esta zona floridana parece azúcar cruda. Es del tipo que llaman Spodosol, un suelo que se caracteriza por la arena, la suciedad de color ceniza encima de un subsuelo arcilloso con alto contenido de hierro y aluminio. Un experto de Home Depot me recomendó poner tierra enriquecida con nitrógeno en el fondo del foso y encima una capa de abono órganico. Un abono que descubrí que solo es mierda de vaca en saco, pero dicen que como toda mierda americana, es muy buena. Y también agregamos cáscaras molidas de huevo, que según dicen, tiene muchas propiedades protéicas. Será por aquello de que el huevo y la papaya se necesitan mutuamente.
Ante tan grande empresa campesina, empecé a buscar en Google la mejor forma de plantar papayas y encontré todo un tratado. La carica papaya -dice Wikipedia- es una especie de planta arbustiva oriunda de Centroamérica cuyo fruto se conoce en esos países comúnmente como papaya, papayón, olocotón, papayo en Islas Canarias, lechosa en República Dominicana y Venezuela, fruta bomba en Cuba, melón papaya, melón de árbol y mamón en Paraguay. Solo los cubanos, con esa imaginación que la Madre Natura nos ha dado, vemos la papaya como la verdadera fruta del Paraíso. Su pulpa, dulce y lechosa, nos regala lo mismo un batido que un dulce de fruta bomba. Y sus semillitas negras servían lo mismo para alimentar a las gallinas que de municiones para disparar con tallos de calabaza, que son huecos como las cerbatanas de los pigmeos. Bueno, esos eran los juegos de mi infancia. Los jóvenes de hoy piensan que papayas y calabazas se reproducen en impresoras 3D. Y si siguen por ahí, con el piropo penalizado y la bobería virtual, ya los veo haciéndose mujeres en tercera dimensión.
Pero ahí están. Mis cuatro plantitas de fruta bomba, esperando que crezcan para saborear sus frutos. Me dejón tan extenuado la guerra papayeril, que a las 6 de la tarde me tiré un rato en la cama para descansar un poco, y abrí los ojos a las 10 de la mañana. Lo primero que he hecho es ver si estaban en la esquina de la casa donde las he plantado. No sé si soñé o tuve pesadillas, pero me pasé toda la noche perseguido por un pelotón de papayas, indignadas por haber puesto en la puerta de casa un cartel que decía: VENDO PAPAYAS”.
A mi edad, esos sueños rozan la lujuria.
Pablo de Jesús
Agosto 19/2018
@pablosocorro.com
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