Ahora resulta que soy un tipo lumbersexual. Que mi barba atrae a las mujeres como abejas a un panal. La barba es tendencia, signo de hombría, virilidad y seguridad en uno mismo, aseguran los jerarcas de la nueva onda. Las mujeres se sienten más protegidas por los tipos con barbas que por los lampiños. Eso dicen las revistas de moda, y apoyan respetables sicólogos que le han metido seso al asunto.
Hasta hace poco estaban de moda los metrosexuales, esos hombres que cuidaban más su apariencia que su sexo. Enfermos a los gimnasios y a depilarse cada pelito que Dios les puso en su cuerpo, usaban en sus tratamientos tantas cremas como sus compañeras de cuarto. Los calificaban de metrosexuales, pero para mí que eran otra cosa. Cuando aprecias más tu imagen en el espejo que la mujer desnuda a tus espaldas, hay 99 papeletas para que salgas volando por la ventana.
En contraposición a los señoritos del afeite, empezó a surgir una corriente, promovida por atletas y galanes rudos de cine, de un hombre preocupado más de la apariencia de su barba que de su pecho pelado. A estos nuevos especímenes de la moda los bautizaron de lumbersexuales, leñadores con camisas de cuadros, botas rudas, jean y no muy preocupados por su presencia. He descubierto, 40 años después, que los de mi generación fuimos adelantados en esa moda d andar al trozo. Éramos lumbersexuales por fuerza, aunque nos estuviera prohibida la barba. Solo unos pocos tipos en Cuba estaban autorizados a llevarla, porque más que vello facial, la barba era para esa gente parte de su impedimenta histórica. Por los demás, nos adelantamos en el tiempo
al lumbersexual de ahora. Con nuestras camisitas trapaleras de los domingos, botas cañeras y un único pantalón de caqui, dábamos el plante de leñadores del futuro. Incluido la falta de desodorante.
Es muy alentador eso de que las chicas te coman con la mirada solo por tu barba y ropaje. En mi caso, he sorprendido miradas hambrientas en algunas féminas, pero para creo me han confundido con una mortadella, por la abundancia de tejido adiposo en la cintura. Bueno, donde antes estaba la cintura.
Los hombres lumbersexuales, según estudios, son más despreocupados; andan a gusto con lo que tienen y no acuden a cremas humectantes. Para alivio de las consortes, con estos tipos rudo ya no hay que compartir la crema Lancome para la piel.
También, dicen que los lumbers somos más varoniles y atractivos. Que proyectamos masculinidad por todos los poros (permítanme incluirme). Lo cual derrite a las mujeres que gustan de sentirse protegidas. En mi caso, incluyo además que soy propietario de un German Shepperd, bastante protector él, por si alguna necesita seguridad de mi parte. “Si te gusta el estereotipo del hombre muy varonil, avasallador y seguro de sí mismo, te vas a derretir con los lumbersexuales”, dice una experta de una revista de modas. Me da risa eso, pues hace rato que yo no derrito ni la manteca.
Pero el solo hecho de tener barba me hace sentir como esos galanes de cine que han asumido esta nueva tendencia, Ryan Gosling, Hugh Jackman o Jared Leto. Solo que ellos son galanes y yo un galón.
Aseguran que los lumber prefieren más la comida casera que los restaurantes gourmets. En esa liga si bateo bien. Nada hay que me prive más que un plato de frijoles negros o un pedazo de lechón asado.
Pero esperen. Resulta que el metrosexual, avergonzado por el cortador de leña, también ha evolucionado y ahora son sponorsexuales. Se les identifica en las redes sociales por sus fotos sin camisa, abdominales perfectamente marcados, repleto el cuerpo de tatuajes y piercings.
Abundando en el tema de los lumbersexys, dice un estudio de Harvard -estos americanos le meten coco a todo- que una barba prolija denota personalidad y una mente creativa. En mi caso, lo primero estoy por descubrirlo, y lo segundo es un hecho comprobado. Escribir una columna cada domingo y encontrar temas que atrapen, requiere de la imaginación de Julio Verne y la paciencia de Carlos Marx, otro barbudo que vomitó a mano limpia tres tomos de El Capital mientras su esposa Jenny buscaba consuelo en los brazos del también barbado Federico Engels. Fico, como ella le decía en la intimidad. El Charlie con su crítica a la economía capitalista, y Fico escribiendo en la cama de Marx El Origen de la familia, la propiedad privada y el estado.
Yo conocí a otro barbudo que también era de ampanga. Según el diccionario de la RAE, ampanga se le dice a un tipo de armas tomar. Solo que el barbudo a que me refiero no solo se tomó las armas. Por tomarse, se tomó todo un país, con paisanos incluidos, a los que convirtió en ampangueros revolucionarios. Gente que va por el mundo con la bandera pirata de si no estás conmigo, estás contra mí. Nada de medias tintas. Hay ampangueros barbudos y los hay lampiños. Gente sin pelos en la lengua a la hora de defender sus principios, que por lo general son finales tipo muñequito ruso: sosos y sin sustancia. Lumberhijoeputas que no dudan de hacer leña del árbol caído.
Pero me alegra descubrir que soy un lumbersexual. Desde mañana me meto en el gimnasio para ver si me convierto en un sponorsexual. Aunque primero tengo que convencer a mi esposa y a mis hijas que lo de ponerme el aretico en la oreja derecha no es cursilería de viejo verde, sino ganas de estar a la moda. Que los de la tercera edad tenemos mucha experiencia en eso de dar hachazos a la vida.
Aunque pensándolo bien, yo juego más en la novena de los jodersexuales. Jodedores que aprendimos a tomar la vida como viene y nunca necesitamos de cremitas, camisas de cuadros ni areticos para hacer sentir a las mujeres que son principio y fin de tu existencia.
Pablo de Jesús
Tampa, Marzo 11/2018
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